Jorge Alberto Gudiño Hernández
07/05/2022 - 12:05 am
Dominguero
«Son domingueras las palabras porque uno tiene la intención de ser más elegante, supongo. Y eso genera un nuevo problema, el de la parametrización de lo dominguero».
Discuto frecuentemente en torno al lenguaje. Desde diferentes perspectivas y con muy variados niveles de profundidad. Lo hago porque es parte fundamental de mi oficio. No es que me interese únicamente conocer más palabras sino encontrar nuevas formas de funcionamiento. Suelo poner diferentes temas relacionados sobre la mesa en mis clases. Lo platico con mi mujer, que es editora. Explico asuntos variados a mis hijos. Me peleo, en una suerte de farsa violenta, con mis amigos. Y, sobre todo, discuto conmigo mismo mientras pienso, leo o escribo. Confieso que no pocas veces me he quedado fascinado por una frase, un verso o el uso peculiar de una palabra. Me gusta, pues, estar ahí. Además, a diferencia de otros tipos de alegatos, cuando hablamos de lenguaje suelo tener muchas menos certezas. A fin de cuentas, todos somos sus usuarios.
Por alguna coincidencia de ésas que se aparecen cada tanto, esta semana tres personas en tres lugares diferentes (si es que los chats cuentan como lugar) se quejaron de las palabras rimbombantes, “domingueras” las llamó uno de ellos.
Fue curioso, porque el primero de los foros estaba habitado por alumnos de Comunicación. Discutieron acerca de algunas funciones del lenguaje y, sobre todo, de cómo es importante que el mensaje llegue claro. Así, las palabras domingueras funcionaban mal para emitir mensajes demasiado generales, toda vez que era posible que los escuchas no las entendieran. Eso llevó a una defensa de lo opuesto al paseo dominical: el uso de un vocabulario reducido y la ortografía. Sobre lo segundo no ahondaré ahora pero resultó muy llamativo que mis estudiantes universitarios sostuvieran que, en efecto, un mensaje simple, con palabras simples dentro de un corpus reducido era lo más conveniente. El problema es que ellos son los privilegiados quienes, supuestamente, deberían utilizar modos más complejos de comunicación.
Eso me llevó, casi de forma inmediata a la segunda discusión. El asunto no está en usar palabras simples como excusa para comunicarse mejor con públicos legos, me aseguraron. La clave radica en poder alternar entre diferentes niveles de lenguaje. Eso me gustó mucho más. En efecto, uno no habla igual con sus amigos, con sus padres, con sus jefes o en un auditorio lleno (ya sé que dicho ejemplo es muy manido). Es de suponer que la gracia para quienes se dedican a las palabras, consiste en la habilidad de alternar entre estos diferentes niveles. En otras palabras, no ser dominguero entre semana ni lo opuesto.
Hasta ahora, me quedaba más o menos claro que estaba bien usar todo tipo de palabras y que lo deseable era la capacidad de escalarlas o adaptarlas dependiendo de nuestros interlocutores o nuestras aspiraciones estéticas. Sin embargo, quedaban rescoldos por apagar. Porque el adjetivo “dominguero” tenía una connotación negativa. Y eso no me convence del todo. Como si decir o escribir palabras poco frecuentes fuera malo en sí mismo; como podríamos burlarnos del hombre que se arregla los domingos para salir a pasear a su familia. Son domingueras las palabras porque uno tiene la intención de ser más elegante, supongo. Y eso genera un nuevo problema, el de la parametrización de lo dominguero.
Para alguien que va trajeado a la oficina todos los días, ponerse un saco un domingo cualquiera es diferente que para el fachoso profesional que suele vestir pants y camisetas pues trabaja desde su casa. Con las palabras sucede algo similar. Algunas les parecen domingueras a unos cuantos mientras que, para otros, son comunes. Si eso fuera cierto, quienes aspiran a un conocimiento profundo de las palabras (algo así como aprenderse los diccionarios aunque eso de poco pueda servir) nunca se deberían enfrentar a una palabra dominguera toda vez que cualquiera les resulta común.
Pero… y aquí llegan todos los adversativos de los que uno disfruta cuando llega a estas discusiones. ¿Por qué no sucede a la inversa? Sin un afán discriminatorio (las palabras se pueden ofender), existen expresiones de bajo nivel que un erudito podría no entender a cabalidad. Aunque, difícilmente, las calificaría de domingueras… ¿Es fachoso quien trabaja en su pants desde su casa? La verdad es que no lo creo…
Ni modo. Los alegatos resultan, afortunadamente, irresolubles. Si con algo me quedo es con la idea de incorporar nuevos términos en nuestros acervos y utilizarlos en consecuencia. Conocer más formas de decir lo mismo suena a una buena idea y pocos podrían calificarla como dominguera.
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