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Jorge Alberto Gudiño Hernández

23/04/2022 - 12:05 am

Las trampas de la normalidad

«¿Qué tantas de las discusiones absurdas y sin argumentos de las que tenemos a diario dependen de este contraste entre normalidades y la consecuente convicción de que nosotros estamos en lo correcto y los otros no? Discutir, en realidad, implica aceptar otros puntos de vista como válidos».

cuando No Lo Hacemos Quizá Estemos Cayendo En Ese Pozo Sin Fondo Que Se Abre Cuando Estamos Convencidos De Que a Nosotros Nos Asiste La Razón Básicamente Porque Poseemos La Verdad Foto Diego Simón Sánchez Cuartoscuro

Durante toda mi infancia viví en la misma casa. En la parte baja de las escaleras, estaba ubicado el interruptor que tenía su contraparte arriba. Sólo que éste, el del primer piso, compartía caja con el de un pasillo. Su disposición era simple: el interruptor inferior encendía el foco del corredor mientras que el superior hacía lo propio con las escaleras. Eso me pareció de lo más normal durante todos los años que viví ahí. Incluso alguna vez me lo expliqué a mí mismo: el de arriba es el de las escaleras porque es más importante. El de abajo es el del pasillo porque no lo es tanto. A saber a partir de qué parámetros juzgué, en esa época, la importancia de un foco sobre el otro. Quizá, se me hizo más interesante un interruptor de escalera que uno simple.

Tras un par de mudanzas, nos instalamos en otra casa. También tiene un interruptor de escalera y éste, en el piso superior, comparte su ubicación con el de un pasillo. Eso, en sí mismo, también me ha parecido bastante normal. Sólo que en esta casa, están al revés. Es decir, el de abajo es el de la escalera y el de arriba es el del pasillo. Cuando les pregunté a mis hijos qué opinaban de eso, respondieron con mucha naturalidad. Les parecía lo normal toda vez que el foco del pasillo estaba ubicado más alto que el de la escalera. Como ellos no vivieron en la casa de mi infancia, su normalidad está sustentada por esta casa y por su argumento.

Algo similar me ha pasado con los quemadores de la estufa. La correspondencia entre izquierda-atrás o derecha-adelante no siempre se cumple. A veces sucede de una forma y en ocasiones de otra. A fuerza de cocinar en dicha estufa durante años o décadas, supongo que uno no sólo termina acostumbrándose a la disposición en turno sino que comete errores cuando manipula otra estufa. Más allá de eso, lo cierto es que uno considera normal la forma en que las llaves del gas de su estufa abren el paso para encender ciertas hornillas y no otras.

Sé que hablo de cosas insignificantes. Sin embargo, me preocupa un poco el siguiente paso. Aquél mediante el cual lo que consideramos normal de pronto se convierte en lo correcto. Porque es en ese momento en el que podemos articular una crítica sin muchos argumentos o sentirnos violentados porque nuestra comprensión del mundo, del funcionamiento del mismo, no empata con lo que sucede fuera de nuestra imaginería o de lo que, en efecto, sucede. Y, entonces, lo descalificamos.

¿Qué tantas de las discusiones absurdas y sin argumentos de las que tenemos a diario dependen de este contraste entre normalidades y la consecuente convicción de que nosotros estamos en lo correcto y los otros no? Discutir, en realidad, implica aceptar otros puntos de vista como válidos. Es la base del respeto y del reconocimiento del otro. Cuando no lo hacemos, quizá estemos cayendo en ese pozo sin fondo que se abre cuando estamos convencidos de que a nosotros nos asiste la razón, básicamente porque poseemos la verdad, porque nos ubicamos en los dominios de lo correcto, nuestra lógica es incuestionable y, sobre todo, porque es lo normal. ¿O no?

Supongo que no. De lo contrario, no me molestaría tantas veces conmigo mismo cuando me equivoco a la hora de encender la hornilla correcta. El que, tras varios años frente a esa estufa, sea incapaz de hacerlo cada mañana al calentar el agua para el café, implica que quien está mal soy yo, sin duda, pues he sido necio a la hora de aceptar otra normalidad como válida y, aún peor, de adaptarme a ella. Algo que, tristemente, se repite en cosas mucho más relevantes, como cuando se intenta ser empático o no juzgar sin conocimiento. Culpar a los otros por no compartir puntos de vista es como señalar al electricista desconocido cada vez que enciendo la luz equivocada.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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