El escritor colombiano Evelio Rosero habló con SinEmbargo sobre su novela Casa de furia, que narra el día de una fiesta en la casa de la familia de un magistrado de la Corte, a la cual concurren todo tipo de personajes oscuros.
Ciudad de México, 26 de marzo (SinEmbargo).– Con el telón de fondo de una fiesta en la casa de la familia de un magistrado de la Corte, los Caicedo, el escritor Evelio Rosero refleja en Casa de furia (Alfaguara) una parte de la sociedad colombiana de los años 70, un año clave para esta nación, y lo hace a partir de la convivencia de distintos sectores corrompidos en esta sociedad.
“Utilizo a una familia, los Caicedo, para mostrar una sociedad. Esta familia es el ejemplo. Los invitados, como el sacerdote, que es pedófilo, que ha sido ayudado por el magistrado para no ir a la cárcel, que ha sido protegido por los mismos integrantes de la iglesia, es una de las facetas más importantes de la obra”, comentó en entrevista con SinEmbargo el autor.
Explicó que la corrupción de los que rodean al magistrado, y también la venganza de la que es víctima por otro abogado que termina liderando una banda de asesinos, “no es un invento, no es ficción, este tipo de bandas existen todavía y quién sabe a dónde van a conducir al país. Todo esto me propuse mostrarlo en la novela, algunas de las situaciones fueron intempestivas”.
La historia que narra Rosero sucede en abril de 1970, en la imponente casa de los Caicedo, basada en el hogar donde él creció. La del relato está ubicada en uno de los barrios más distinguidos de Bogotá, el cual se prepara para celebrar el aniversario de bodas de los patriarcas de la familia: Alma Santacruz y el magistrado Nacho Caicedo.
El libro es el tercero de una serie iniciada en el 2003 con En el lejero, seguida por Los ejércitos, obras en las que el tema del secuestro y la violencia son principales. Rosero asume Casa de furia como la culminación de la trilogía.
Todo narrado sucede en un día, con momentos retrospectivos a los que recurre el autor para brindar información sobre los personajes. Así, el día y los festejos avanzan, al mismo tiempo que un desfile de variados personajes —que entran y salen del lugar— entrelazan sus historias, dando cada uno una determinada pista para entender en su totalidad la historia.
Sobre el por qué Casa de furia transcurre hace casi medio siglo, Evelio Rosero señala que está ubicada en los 70 porque le pareció una década importante en Colombia y no sólo en el país, sino en él mismo como autor.
“En esa década, cuando se empezaba a exportar la mariguana a Estados Unidos desde Colombia, marca el inicio del narcotráfico en Colombia, después vendría la cocaína y todo eso incide en la economía del país, en las personas, en su manera de ver el mundo. Todo cambia y se transforma, por eso considero que la ubicación de la novela en los 70 no es fortuita, sino plenamente voluntaria”.
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—¿Es Casa de furia, un mosaico de voces, una muestra de todas las historias ocultas que yacen en el seno de una familia?
—Sí, sobre todo eso. Me propuse una serie de personajes protagónicos que tuvieran en común eso, que no fueran telón de fondo, sino sobre todo, en su gran mayoría, definieran algo de su propia experiencia, de su vida, de lo que les correspondió vivir en ese acontecer histórico, en ese momento de la fiesta en la casa. Cada personaje es representativo, por eso el magistrado es de una clase social, de un clase política; su esposa, de un sector de la mujer dedicada su familia, a su esposo; las hijas, los invitados, el sacerdote, todos conforman un mundo representado en esta familia que es el mimo del país. Cada uno de los personajes para mí es importante.
—El relato transcurre en 1970, un mundo que a la vista parece lejano, pero que contiene historias y personajes que se perciben actuales. ¿Por qué la historia transcurre hace medio siglo?
—Está ubicada en los 70 porque me pareció una década importante en Colombia y no sólo en el país, en mí mismo como autor. En esa década, cuando se empezaba a exportar la mariguana a Estados Unidos desde Colombia, marca el inicio del narcotráfico en Colombia, después vendría la cocaína y todo eso incide en la economía del país, en las personas, en su manera de ver el mundo. Todo cambia y se transforma, por eso considero que la ubicación de la novela en los 70 no es fortuita, sino plenamente voluntaria.
—¿La novela también busca dar cuenta de la transición hacia esta época, después de los cárteles en Colombia y redes que han estallado en una crisis social, un modelo que también padecemos en México?
–Los escritores tenemos que ser testigos de nuestro tiempo y doy razón de eso en el contenido de mis novelas. Casa de furia es la conclusión de esa indagación literaria que he venido adelantando con las novelas como Los ejércitos, incluso con La carroza de Bolívar, que es una novela histórica, pero ya desde hace 200 años con Bolívar venía la intolerancia, el acabar con el oponente, mandarlo a matar, no el diálogo ni la comunicación. Todos estamos luchando contra esa barbarie, a ver si en el futuro las cosas cambian para bien.
—En la región latinoamericana, ¿cuál cree que ha sido el principal problema que ha lastimado a la sociedad de la región?, ¿el narcotráfico y su infiltración a distintos estratos de la sociedad? ¿o la corrupción política?
—Ambos son nefastos. La corrupción, el hecho de que los funcionarios desvíen el erario destinado a los niños y se los apropien para ellos o para su camarilla política, es muy grave, muy decepcionante. Es un delito de lesa humanidad quitarle a los niños la posibilidad de los libros, del hospital, de la educación y apropiarse de eso muestra que no hay ni siquiera un pequeño índice de humanidad, de pensar en el país. Si por lo menos robaran menos y dejaran algo para la creación de colegios, de escuelas, de universidades, las cosas serían mejores, pero ni siquiera eso, la ambición es desmesurada, es enloquecida, es apropiarse de todo el erario y así ha sido durante generaciones. Creo que en otros países es menos y en otros es más, pero el continente latinoamericano está sumido en la corrupción y en la intolerancia. Desafortunadamente, es así, una realidad innegable.
—¿Los Caicedo representan a esa élite colombiana, conservadora y hasta corrupta, pero que se ha hecho de un lugar de respeto entre esa misma élite?
—Utilizo a una familia, los Caicedo, para mostrar una sociedad. Esta familia es el ejemplo. Los invitados, como el sacerdote, que es pedófilo, que ha sido ayudado por el magistrado para no ir a la cárcel, que ha sido protegido por los mismos integrantes de la iglesia, es una de las facetas más importantes de la obra. De hecho la novela iba dirigida más para evidenciar la pedofilia en la iglesia católica en Colombia. Siempre que un sacerdote cometía esta clase de crímenes era desviado a otra parroquia, enviado a los Estados Unidos, a la Argentina, nunca se le enjuiciaba, nunca se le ponía en tela de juicio. Eso ya es un grave error de la iglesia o de un gobierno que lo aceptaba. La corrupción por parte de los que rodean al magistrado, y también la venganza de la que es víctima por otro abogado que termina liderando una banda de asesinos, no es un invento, no es ficción, este tipo de bandas existen todavía y quién sabe a dónde van a conducir al país. Todo esto me propuse mostrarlo en la novela, algunas de las situaciones fueron intempestivas. Yo trabajo por intuición, no hago planes de obra, pero me parece que en esta novela logré el objetivo de llegar al final de esa búsqueda sobre la génesis de la violencia en mi país.
—Lo más impresionante es que todo transcurre en un día, ¿cómo llega a tejer todas estas historias y complicidades de una sociedad en un espacio?
—Tal vez esa es una de las virtudes de mi trabajo literario. En otras novelas también resuelvo los argumentos en poco tiempo, hago a veces regresos al pasado, pero toda la acción importante transcurre en un día o en dos. Procuro la velocidad en el argumento, en el desarrollo, ir al grano. Me gusta mucho la orfebrería del lenguaje, ese es mi trabajo, mi manera de escribir. El tema de mi país es el mismo tema de muchos escritores colombianos que trabajan alrededor de lo mismo con distintas miradas, con distintas ópticas, pero por eso creo que en Colombia hay una corriente novelística bastante fuerte alrededor de la violencia, del narcotráfico, de los asesinatos.
—¿Qué tan complicado es lidiar con un lazo de sangre? En el caso del tío Jesús, la matriarca Alma Santacruz lo sufre, pero al mismo tiempo asume una responsabilidad con él.
—Es la condición humana. El tío Jesús es la oveja negra de la familia Caicedo Santacruz. A pesar de que vive con sus parientes, es un personaje que lee poesía, que recita de memoria poemas de Julio Flores, que era devoto de José María Vargas Vila, ese escritor tan famoso a principios del siglo XIX. Para mí está plasmada una condición humana que puede ser también común para lectores de cualquier otro país. La literatura universaliza, es fuente de humanismo y es el ser humano el que está ahí mostrándose.
—Por último, ¿qué hay de autobiográfico en este relato? Sé que en la creación de personajes te basaste en conocidos así como en la casa y el propio barrio.
—Es la primera vez que trabajo sobre personas que conocí y no solamente amigos, sino parientes. El tío Jesús existió, la matrona de la familia, Doña Alma Santacruz, es muy parecida a mi misma mamá, muchas anécdotas son conocidas de la familia. Yo creo que mis hermanos y hermanas se habrán reído mucho cuando recree este tipo de cosas. Es la primera vez que lo hago, me sentí muy bien porque me estaba alimentando directamente de la realidad, ya no era la imaginación ni ficción, sino la observación de los que han vivido conmigo en esta época, la memoria de mis ancestros y también el espacio físico de la casa donde nosotros crecimos en Bogotá. Era una casa muy grande, la describo como tal, pero ya no existe porque fue derrumbada y ahí se construyó un edificio de apartamentos. Todo eso lo hace para mí muy especial y considero que la novela Casa de furia es para mí la novela más relevante de las que he escrito, es la cima de mi trabajo literario.
-Con información de EFE