Adela Navarro Bello
16/02/2022 - 12:05 am
De un conflicto a otro
«Porque si esta situación se hubiese presentado en cualquier sexenio anterior, donde uno de los empresarios más prominentes del país, hubiese empleado a los hijos del Presidente, seguro que López Obrador lo habría denunciado. Pero hoy no, hoy, es justificación de una vida honesta (…)».
Andrés Manuel López Obrador, opositor, era duro con sus adversarios. No perdonaba una. Al mínimo avistamiento de un abuso, exceso, irregularidad o signo de corrupción, daba rienda a una faena de señalamientos y acusaciones mediáticas para exhibir la podredumbre de un sistema corrupto.
Así lo hizo con los escándalos protagonizados por Enrique Peña Nieto y su entorno personal e institucional. La Casa Blanca de su entonces esposa, Angélica Rivera, o la de Malinalco de quien fue su Secretario de Hacienda y Relaciones Exteriores, Luis Videgaray.
El hoy Presidente de la República se fue con todo en la crítica sobre la guerra contra las drogas que encabezó en su sexenio el Presidente Felipe Calderón Hinojosa. Y unos años antes, con Vicente Fox Quesada, también le criticó, y a la fecha no le perdona los resultados de la elección del 2006, cuando el panista fue sucedido por Calderón.
Ya en el sexenio de Enrique Peña Nieto, López Obrador continuó con sus denuncias de corrupción tanto en esa como en las dos administraciones federales anteriores. En uno de sus señalamientos públicos, refirió a los hijos de Martha Sahagún, la esposa del Presidente Vicente Fox, y a quienes se había denunciado públicamente de tráfico de influencias entre otras irregularidades.
López Obrador dijo sobre el caso, “habrá impunidad y no se hará nada… Fox protege a los hijos de la señora Martha Sahagún, es parte del blindaje oficial. Se protege mucho cuando se trata de los expresidentes de México».
Hoy día, ya en su calidad de Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador utiliza otro rasero para minimizar, neutralizar o superar los escándalos públicos que han protagonizado personajes ligados a él, que no él mismo. Justificó la opulencia de Manuel Bartlett y sus más de 25 propiedades, con una rápida y exculpatoria investigación de su Secretaría de la Función Pública, y públicamente dijo: “…nuestros adversarios, los que se dedicaron a saquear, que ahora son opositores quieren confundir y hacer creer que somos iguales y no es así… estos reportajes tienen que ver con los grupos de interés creados que lucran con la llamada política neoliberal, que no fue más que una política de pillaje, por eso los ataques a Manuel Bartlett”.
Lo mismo sucedió en el caso de sus hermanos. Pío y Martín López Obrador, quienes aparecieron en sendos videos recibiendo dinero en efectivo, a suponer, para ser invertido en las campañas políticas de quien hoy ocupa la Silla del Águila. Aunque sobre el video de su hermano Martín López Obrador, justificó que se trataba de un asunto personal, un préstamo que David León le hacía. Y del corto donde se aprecia a su otro hermano, Pío López Obrador, recibiendo también recurso en efectivo por parte del mismo interlocutor, David León, por entonces cercano al exgobernador del Partido Verde, Manuel Velasco, y posteriormente colaborador del propio López Obrador, el Presidente simplemente refirió que se trataba de aportaciones para la causa, la suya. Esas dos explicaciones presidenciales acabaron con investigaciones, y su versión se asentó como la verdad.
Cuando se presumen actos de corrupción a su alrededor, el Presidente encuentra la forma de justificarlos, como en el pasado utilizó conductas similares con los adversarios para denunciarlos.
En las últimas semanas, sucedió otra vez. En esta ocasión con el mayor de sus hijos, José Ramón López Beltrán. Quien junto a su esposa fue protagonista de un reportaje de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, Latinus, y presentado por Carlos Loret de Mola, pieza periodística que fue reproducida en diversos medios de comunicación de la República Mexicana y el extranjero.
El tema se abordó como un probable conflicto de intereses en el que se involucraba el trabajo en el área de los combustibles por parte de la esposa, una mansión en Houston, Texas, propiedad de un ejecutivo de una compañía petrolera con contratos con Pemex, y que fue habitada por la familia del hijo mayor del Presidente. Y por supuesto el hecho que, en tres años, nada se supo de la vida profesional del vástago presidencial, luego que él mismo confesaría en 2018, que no tenía trabajo y no sabía a qué se dedicaría, salvo que no formaría parte del equipo de su padre en la Presidencia de la República.
Las últimas dos semanas fueron de cuestionar el origen de la fortuna del mayor de los López Beltrán, para habitar una mansión con alberca y valuada en un millón de dólares, en el vecino país. El Presidente, acostumbrado a dominar el discurso y la agenda nacional, cometió algunos exabruptos en su intención por justificar a su hijo. Lo primero que dijo fue que “al parecer la señora tiene dinero”, refiriéndose a su nuera y dando a entender que de ella sería el recurso utilizado para sostener ese nivel de vida en Houston, Texas.
Posteriormente agredió a los periodistas. A Carlos Loret, a Carmen Aristegui, a Víctor Trujillo, y por supuesto a la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. Hasta que el viernes 11 de febrero, “develó” en su exposición matutina, unos números que dijo, eran lo que el periodista Carlos Loret, había devengado en el año 2021 por su trabajo en varios medios de comunicación. Incluía una cifra de Televisa, empresa en la que Loret no labora desde 2019.
La exhibición de estos datos personales, dio paso al debate público sobre la legalidad de difundirlos, sin conceder la autenticidad de los mismos, ya que el periodista aseguró no era así. El Presidente se excedió en su afán por justificar que el reportaje donde su hijo es protagonista, tenía un trasfondo que no era el periodístico.
La andanada de críticas y señalamientos hacía el exceso presidencial, llevó a la familia de López Obrador a finalmente, enfrentar el contenido del reportaje. A la limón, tanto el hijo del Presidente como su esposa, publicaron un documento aclarando cada uno, su posición tanto económica como profesional. Mucho más puntual el de la nuera del Presidente, quien asegura fue quien rentó la casa sin conocer al propietario de la misma, mientras que el de José Ramón López Beltrán, generó más dudas y sospechas que las ya existentes.
Dijo el mayor de los hijos que trabajaba como abogado en una empresa en Houston, que ante una somera investigación digital, resultó ser propiedad de los hijos del empresario turístico, Daniel Chávez Morán, asesor del Presidente López Obrador y además supervisor de las obras del Tren Maya, de manera honorífica, ciertamente.
Pero ese hecho no impide que se estime un probable conflicto de intereses, uno más. Pues Chávez Moran está ligado al gGobierno de la República, como parte del consejo asesor del Presidente y como colaborador en la edificación de una de las obras insignes de este sexenio. En esas condiciones, en algún momento de la relación con el mandatario nacional, sus hijos decidieron contratar los servicios del hijo del Presidente.
Esta atmósfera de camaradería y solidaridad institucional y laboral entre los López y los Chávez, es lo que lleva a la presunción de un nuevo conflicto de intereses. Cosas buenas que parecen malas. O salir de un conflicto, para entrar a otro.
Porque si esta situación se hubiese presentado en cualquier sexenio anterior, donde uno de los empresarios más prominentes del país, hubiese empleado a los hijos del Presidente, seguro que López Obrador lo habría denunciado. Pero hoy no, hoy, es justificación de una vida honesta, que un hombre de negocios contrate los servicios como abogado, de quien es el hijo del Presidente, graduado por cierto en 2006 pero ejerciendo hasta 2018 (según se declaración). Esta nueva sospecha, llevará a la auscultación pública de las relaciones del empresario con el Gobierno de la República, y seguramente de la vida profesional del mayor de los López Beltrán, porque al igual que el hecho de haber habitado la casa de un ejecutivo de compañía petrolera con negocios con el gobierno mexicano, también tiene ese olor a conflicto de intereses.
En esas condiciones, ajeno al control del discurso público que pone en duda, ahora, el origen de la contratación de su hijo, el Presidente ya se molestó, ya denostó, ya exhibió y también lloró, a ver qué sigue en la trama del hijo incómodo.
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