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Susan Crowley

12/02/2022 - 12:04 am

Un grafiti en el hotel del terror

“Con la Tercera, Górecki se separó de los compositores de su generación para entrar a un nuevo sentido de la música. Esta sinfonía se consideró un parteaguas que lo colocó al lado de músicos como Arvo Pärt o Christoph Penderecki”.

Llanto sobre Cristo muerto. Boticelli. Foto: Especial

O cómo romper records de ventas con un clásico

Entre la lista de hoteles legendarios que jamás querremos visitar, no importa que nos regalen unas vacaciones todo pagado, están, el Overlook de Colorado (The Shining), el Hotel California (Eagles) y el MotelBates (Psycho). Con solo mencionarlos los pelos se ponen de punta. Pero existe otro hotel poco nombrado que difícilmente aparecería en una lista de recomendados para vacacionar. Se trata de un enclave en Zakopane una ciudad polaca a los pies de los Montes Tatras. En 1939, poco después de la rendición de Polonia ante Alemania, “El Palacio” se convirtió en cuartel general de la temida Geheime Syaatspolizei mejor conocida como la Gestapo. Apenas a 100 kilómetros del campo de concentración de Auschwitz, era una cárcel y centro de crueldad autorizada, la escuela secreta de espionaje en la que serían entrenados polacos colaboracionistas de los nazis antes de la invasión a la URSS.

En el conocido como “El resort de la muerte” se encontraron inscripciones en las paredes que fueron reunidas en un diario por uno de los informantes. Los prisioneros y condenados narraban con detalle los castigos y condenas infringidas en su contra. Dentro de una pequeña habitación, convertida en calabozo, una joven prisionera escribió un lamento antes de ser llevada al campo de exterminio: “Mamá, no llores/ inmaculada Reina de los Cielos/apóyame siempre/Ave María, llena eres de gracia”.

Muchos años después, en 1976, cuando lejos de extinguirse, el antisemitismo había resurgido en Polonia, el compositor Henryk Górecky (1933-2010), encontró que esas cuatro líneas dejadas por un ser al borde de la muerte, que entregaba su alma a un poder más alto, eran suficiente para componer una obra musical. Sin saberlo ponía música y letra a lo que sería una de las más influyentes sinfonías del siglo XX: la Tercera para soprano y orquesta, o de Las lamentaciones. Conocido en esos años por su compromiso con la modernidad musical, el compositor polaco había establecido una relación estrecha con las vanguardias del serialismo y atonalismo. Quienes escucharon por primera vez su Opus 36 o también llamada Sinfonía de las Canciones dolientes, se sorprendieron por el cambio radical de estilo. El hasta entonces miembro del movimiento “Renacimiento musical polaco”, había sustituido sus acostumbradas atonías por un discurso lento, alargado con estructuras monódicas en la que se filtraba la voz humana como un frágil lamento, en contraste con una sensualidad y un espíritu inusual en toda su obra.

Para los vanguardistas, la música era una especie de laboratorio en el que no cabían las emociones del autor; cualquier frase musical evocadora de sentimientos era denostada y tachada de romántica. Los gobiernos de izquierda exigían un compromiso con el sistema, la música debería ser propaganda para sus fines. Con la Tercera, Górecki se separó de los compositores de su generación para entrar a un nuevo sentido de la música. Esta sinfonía se consideró un parteaguas que lo colocó al lado de músicos como Arvo Pärt o Christoph Penderecki. Los tres han creado obras que más allá de un estilo y forma, colocan a quien las escucha en el umbral de lo inescrutable. Una especie de ambigüedad que lleva a estados metafísicos de una exigencia última. Es el flujo de una sonoridad cargada de memoria y del tiempo en el que las sensaciones humanas cobran sentido, el dolor, la dicha, la oscuridad y la luz; en síntesis, la redención a través de la belleza del arte. Estos músicos han encarado un compromiso con aquellos momentos íntimos y de sufrimiento que no han sido redimidos y que, cada tanto, vienen a nosotros para recordarnos que el pasado, más que algo ido y muerto es una deuda impagable con las víctimas de la injusticia humana.

Sin embargo, este nuevo espíritu musical cuya esencia mística es redentora, no fue comprendido en su momento. Por su complejidad y exigencia pasó inadvertido. Se le consideró incluso “políticamente incorrecto” dentro del régimen polaco, que pretendía quitarse la responsabilidad histórica. Pasado el tiempo, el gobierno no quería reconocer las asociaciones criminales que había tenido con el nacional socialismo.

Pasaron quince años en los que pareciera que la obra había quedado sepultada como los lamentos de aquellos seres en silencio. Pero en 1992, la marca discográfica inglesa Elektra, apostó por la sinfonía que llegaría a ser récord de ventas mundial. Más de un millón de copias que colocaron al músico como uno de los más trascendentes de Europa. Llama la atención que, a pesar del éxito de esta pieza, la mayor parte del repertorio de Górecki es casi desconocido. La influencia del músico francés Pierre Boulez en muchas de sus obras lo aleja del sentimiento y la emoción que domina la sinfonía que lo hizo famoso.

La sinfonía en tres movimientos está compuesta por un ensamble de cuerdas, vientos, piano, arpa y voz de soprano. El primer movimiento lento, tranquilo y de armonías majestuosas contiene un lamento del siglo XV. El segundo movimiento lento, largo y con la nota tranquillissimo contiene las palabras encontradas en la celda en las que la joven prisionera ruega a la virgen por su salvación. El tercer movimiento lento cantábile con la anotación semplice, es una canción folclórica polaca. La Tercera es una sinfonía que nos lleva a vivir la contemplación en un lenguaje austero, con un crecendo desde el inicio hasta el final que marca un antes y un después en la música contemporánea.

Górecki vivió una paradoja sin solución, la música que lo llevó a la fama y significó regalías para todos sus herederos, fue la misma que lo avergonzó delante del estado represor polaco y que lo consideró un músico fácil y comercial. Pero no hay nada de eso en esta sinfonía. A pesar del rechazo que sufrió, el músico jamás renegó de su nacionalidad y vivió hasta el fin de sus días en Polonia.

Desgarradora como solo pueden ser las huellas de la crueldad de un humano en contra de otro, como el dolor de una madre que busca desesperada el cuerpo de un hijo desaparecido, como la injusticia que se ceba con los más débiles, esta obra nos muestra cómo Górecki buscaba un acto de justicia para los vencidos al precio que fuera, incluso su propia fama. El poder del verdadero arte implica un sacrificio siempre, dejar a un lado los placeres mundanos, el éxito y el dinero y entregarse hasta las últimas consecuencias al “don” que ha sido otorgado. El músico polaco hace presente el momento de intimidad y desesperanza de un ser como cualquiera de nosotros, nos obliga a acompañar a quienes viven en la angustia, nos hace sentir el escalofrío del hambre, la enfermedad, la mezquindad, la injusticia y la incomprensión humana. Pero también, en medio de la desolación es un canto de redención y esperanza que reverbera por siempre en cada uno de nosotros. Darse un rato para escuchar esta obra totémica es atreverse a abrir los ojos a aquellas realidades que muchas veces nos negamos a ver.

@suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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