Alejandro De la Garza
22/01/2022 - 12:03 am
Pacheco y las Vidas imaginarias
«Sería un ejercicio amplio y enriquecedor —apunta Pacheco— rastrear la influencia de Schwob en tantos autores del siglo XX, empezando por el mismo Borges y, ya en nuestros lares literarios, distinguir su influencia en Alfonso Reyes, Juan José Arreola, Julio Jiménez Rueda y Ermilo Abreu Gómez, para empezar».
El sino del escorpión celebra los treinta años recién cumplidos de la publicación, en la sencilla y cuidada edición de Porrúa (Sepan Cuantos, 1991), de Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, libro prologado por José Emilio Pacheco, quien además tradujo once de las 22 vidas imaginarias aquí literaturizadas por el autor francés, en tanto las once restantes habían sido ya traducidas desde los años veinte por el mexicano Rafael Cabrera, recordado por su poesía modernista y por legar una nutrida biblioteca de “ciencias ocultas”.
Ante tanta calamidad nuestra, el volumen es, a fe del alacrán, un recomendable pretexto para el consuelo. Además del prólogo donde Pacheco perfila el talento de Schwob, se incluye la diestra indagación del poeta en la técnica narrativa de estas Vidas imaginarias; una breve introducción del poeta simbolista Rémy de Gourmount y, también, el prefacio del propio Schwob. Además, se suma una segunda obra del autor francés: La Cruzada de los niños, el debatido relato del delirio religioso vivido por miles de niños de Francia y Alemania, quienes, al intentar recuperar el Santo Sepulcro de manos musulmanas en 1212, desaparecieron, se ahogaron en el Mediterráneo o fueron vendidos como esclavos en Egipto.
Tenemos entonces estas 22 vidas imaginarias (arcanos, escribe Schwob), relatos individuales de testigos laterales y sin historia, contrastados con las biografías ilustres de los célebres protagonistas de los acontecimientos. Con un conocimiento puntual de los hechos y las épocas donde se ubican las narraciones, recobramos, por ejemplo, en un juego literario revelador, la vida imaginaria de uno de los verdugos de Juana de Arco. El escritor nos acerca al hecho histórico de una manera tangencial, a través de un testigo menor, en apariencia intrascendente, pero cuya biografía imaginaria cobra aquí la vitalidad de lo real.
Como en los arcanos del Tarot, cada trazo, cada línea, cada coloración y signo en la escritura de estas biografías posibles conlleva significados y conocimientos históricos. Mediante esta artificio narrativo, presenciamos la historia del influyente poeta romano Lucrecio, epicúreo de vida casi desconocida; la del incendiario Eróstrato, famoso por prender fuego al templo griego de Artemisa; la del cínico Crates, quien abandona oros y nobleza para seguir la doctrina de Diógenes; la del solitario pintor sin escuela Paolo Uccello; la de Pocahontas, fundadora marginal de una nación; la del poeta trágico Torneur, creador de un pastiche de Hamlet; la del inolvidable puñado de piratas al mando del capitán Kid o la del mayor Stede Bonnete, “el pirata caballero”, así como las de Burke y Hare, asesinos seriales de Edimburgo. Todo con detalles reales y reveladores, propios de un historiador acucioso.
Estos personajes históricos, vistos con luz oblicua, cobran más volumen y textura en estos relatos imaginarios, en contraste con sus estatuas bien iluminadas por la historia, donde aparecen planos y como de bulto, sin la sutileza, los detalles y los dobleces humanizadores de su existencia. En el entramado del tapiz de la historia, el relato imaginario tejido por Schwob es un hilo enhebrado con maestría en la urdimbre del lienzo real. Sus biografías imaginarias se insertan en los pliegues de la Historia (con mayúscula) hasta cobrar existencia literaria en la trama de la realidad.
Al contenido estilo literario se añade su impronta poética: las brevísimas vidas imaginarias son universos perfectos en cuatro páginas, mundos completos en quince párrafos exactos, vidas sintetizadas con la efectividad del retratista consumado cuando percibe y resalta los rasgos únicos, las diferencias y no las unanimidades: “El arte no describe sino lo individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica”, escribe Schwob.
No obstante haber sido celebrado en el periodo finisecular del XIX, a Schwob se le regateó importancia en medios literarios europeos y vivió un aparente desdén. Estrella polar al cambiar el siglo, pero opacada luego por acontecimientos históricos profundos: el periodo de la Gran Guerra con sus transformaciones ideológicas, sociales y políticas, y la emergencia estridente de las vanguardias artísticas al inicio del siglo XX.
Ante este desplazamiento, el conocimiento del autor y de los alcances de su obra —novela, cuento, historia, biografía—, se propagaron desde finales de los años veinte como una suerte de clave secreta. Sus libros eran apreciados como un tesoro oculto, cuya fortuna corría de mano en mano entre aquellos lectores y escritores influenciados por el maestro de una manera natural, sin alarde ni ostentación, tal como la raíz nutre y alimenta en silencio.
Sería un ejercicio amplio y enriquecedor —apunta Pacheco— rastrear la influencia de Schwob en tantos autores del siglo XX, empezando por el mismo Borges y, ya en nuestros lares literarios, distinguir su influencia en Alfonso Reyes, Juan José Arreola, Julio Jiménez Rueda y Ermilo Abreu Gómez, para empezar.
“La literatura sirve para la felicidad”, creyó Borges. Conocer una literatura es entonces una pequeña y genuina felicidad, insiste el escorpión. Las Vidas imaginarias son una forma de la felicidad porque al recuperar el valor de las vidas singulares en la trama de la historia, nos recobra también el fulgor de un modesto tesoro personal, el valor de la propia vida.
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá