Tomás Calvillo Unna
15/12/2021 - 12:05 am
Cerrar ojos para ver: el timón del viento
El descubrimiento ya no está en los océanos ni en la tierra, ni en la estratosfera.
Al compartir el instante,
la conciencia y el espacio
lo trascienden.
En esa experiencia
se concentran siglos de espiritualidad,
que se esculpen y adquieren rostro
al identificar el lugar, los lugares.
La peregrinación como su máxima concreción
e inicio de la memoria, tiene su origen
en los mapas de antiquísimas rutas
provenientes de las tradiciones orales;
y de una intimidad
que abandonó su sacralidad interior,
al exponerse a la dinámica de los sucesos colectivos
y sus variantes jerárquicas.
La sociología de lo sagrado
es una tarea relevante y trunca,
adherida a su historicidad inevitable
tiende a atraparse en el conflicto
de los procesos del poder,
propios de tradiciones e iglesias;
así como en la disputa del territorio
concebido como sagrado
en sus representaciones
(templos, textos, lugares, etc.).
La hegemonía del mundo tecnológico
condensado en el instante,
(como la forma dominante del tiempo)
suele someter a su lógica
la conciencia individual y colectiva,
encapsulando la dinámica propia
de la creciente conectividad,
que trastoca los sitios de pertenencia e identidad
hasta capturarlos y enajenarlos en la virtualidad.
No hay vuelta de hoja,
dice la frase que subraya
la contundencia de los eventos.
En esta atmósfera de pesada densidad,
datos e información
que se suceden sin llenadera posible,
como suele señalarse a esa pulsión,
de una hambre psíquica insaciable:
el saber cerrar los ojos para ver,
es la tarea principal.
Esa disciplina inmanente,
no está atada a doctrina alguna
y su quehacer es de extrema sencillez.
Una austeridad innata su ejercicio
lo vuelve potencialmente universal en su práctica.
El descubrimiento ya no está en los océanos
ni en la tierra, ni en la estratosfera.
Esa búsqueda sólo necesita un pasaporte
cuyo sello autorizado es el silencio interior,
que nos permite apreciar
lo sin rostro y sin nombre.
Estos segundos que llamamos días y noches
son la secuencia palpable de lo inconmensurable:
el polvo de luz que se adhiere
a nuestra piel en las madrugadas.
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