Tras más de diez minutos tendido en el suelo, Raúl abandonó el campo en camilla, inconsciente y con oxígeno asistido. Solo Nuno tenía comunicación con lo que estaba pasando.
Por Manuel Sánchez Gómez
Londres, 29 de noviembre (EFE).- «Aquel día recuerdo llegar al estadio, salir a ver el césped, volver al vestuario… y nada más». Hace un año Raúl Jiménez chocó en un córner con David Luiz, un momento crítico de su carrera y de su vida. Un instante que le llevó al hospital con una fractura de cráneo, que hizo temblar su salud y que ahora queda marcado en su cabeza con una cicatriz de más de 15 centímetros.
«No recuerdo ir hacia ese córner», rememora Jiménez en el documental Código Rojo de la BBC. El choque ocurrió durante la primera parte de un Arsenal-Wolverhampton Wanderers, en el Emirates Stadium de Londres. El mexicano corrió al primer palo y se encontró de frente con David Luiz.
«Hay momentos que puedes apartar de tu memoria, pero ese se quedará para siempre. El sonido del golpe. Eso no se va a ir nunca», apunta Nuno Espirito Santo, que no puede contener las lágrimas mientras recuerda la acción.
Jiménez cayó al césped, Luiz empezó a sangrar. El delantero no se movía, no daba signos de vida, mientras sus compañeros y rivales comenzaban a preocuparse y a llamar a los médicos. Conor Coady, capitán de los Lobos, alejaba a todo el mundo hasta que llegaran las asistencias. «Dejarlo solo», gritaba.
«En el primer momento que le vi ya sabía que algo muy malo acababa de pasar, sus ojos estaban cerrados y le salía sangre por la nariz», dice Coady. «Supe inmediatamente que era una lesión muy grave», añade Matt Perry, doctor del equipo.
Tras más de diez minutos tendido en el suelo, Raúl abandonó el campo en camilla, inconsciente y con oxígeno asistido. Solo Nuno tenía comunicación con lo que estaba pasando. «Código Rojo», le repetían, sin saber el portugués qué significaba eso. Ollie, fisioterapeuta del Wolves, fue el primero en alarmar sobre el campo que era una fractura de cráneo.
A miles de kilómetros de distancia, la familia de Raúl se retorcía ante el televisor. «Recuerdo muy bien aquel día porque siempre antes de los partidos hablo un rato con él», rememora Raúl Jiménez Vega, su padre. «Normalmente cuando vemos una falta en un partido siempre empiezas a preguntar a ver quién ha sido, pero aquel día supimos desde el primer momento que era Raúl».
Más cerca estaba Daniela, la pareja de Raúl, que vio el partido desde Wolverhampton junto a Arya, su hija de cuatro meses. «Recuerdo cerrar los ojos y solo pensar «por favor, muévete, muévete aunque sea un poco solo para saber que estás vivo».
El mexicano fue trasladado inmediatamente del Emirates a un hospital de Londres para operarle de urgencia. No fue algo improvisado, sino que el Wolves, y todos los equipos de la Premier, tienen planeado un protocolo de emergencia para saber a qué hospital ir, en cada uno de los 20 campos de la liga, en caso de que una desgracia de este tipo ocurra.
«Le salvaron la vida», apostilla Nuno.
Fueron unas horas angustiosas para la familia de Jiménez. Daniela acudió al hospital lo más rápido que pudo y rogó ver a Raúl antes de que este fuera operado. Pese a todas las restricciones por la covid, pudo pasar un minuto a ver al jugador antes de la cirugía.
Daniela pasó la noche en Londres y al día siguiente, junto a Perry volvió a ver cómo estaba todo tras la operación. De camino al hospital, cuando iban en el coche, sonó el teléfono. Era Raúl.
«Fue un alivio», cuenta Daniela. «Iba a poder ver a su hija de nuevo».
«Estaba como perdido, sin saber qué había pasado», añade. Entonces Perry le advirtió de que, en lesiones como estas, es muy habitual que la memoria a corto plazo se vea afectada y que Raúl no recordara incluso cosas que acababan de ocurrir. Inmediatamente volvió a sonar el móvil. «No te asustes si te repite las mismas preguntas». Y Raúl terminó llamando cuatro o cinco veces a Daniela en el trayecto al hospital.
«Nunca pensé que ahí se acabaría mi carrera, siempre confiaba en volver», asegura el delantero, que el 4 de diciembre, apenas seis días después del incidente, ya estaba de vuelta en casa. Ahí comenzó una fase de rehabilitación para la que su madre voló desde México para cuidarle. «Cogí el primer avión que pude. Le puse a tejer y a leer para que volviera poco a poco a la normalidad», cuenta Martha.
Tan solo tres semanas después del choque, Raúl visitó el campo de entrenamiento del Wolves. «Qué alegría fue. Nos dio un impulso brutal», recuerda Coady. «Lo primero que me dijo al verme fue que estaba preparado para volver ya», agrega entre risas Nuno. «Calma, calma, tómate tu tiempo, le dije».
Las incertidumbres sobre su futuro estaban en la mesa, pero el internacional mexicano comenzó a despejarlas poco a poco. «Los primeros meses de rehabilitación todo el ejercicio iba dirigido hacia recuperar la normalidad, no había ningún pensamiento en el futbol», matiza Perry.
Raúl comenzó su odisea de volver al futbol con trabajo en el gimnasio, luego entrenamientos en el césped, pero en solitario, y finalmente uniéndose a sus compañeros. Eso sí, con una condición inicial, nadie le podía tocar. «Era el mejor de largo, como nadie le entraba, marcaba goles desde todos los lados», dice Nuno.
«Nunca dudé de que volvería, es un tío muy fuerte», añade el portugués.
«Quería volver al mismo nivel, pero también quería demostrar más, demostrar que soy más fuerte», explica el delantero, que pudo volver a jugar en los amistosos de pretemporada del Wolves este verano.
Ahí anotó su primer tanto, contra el Stoke City, pero su despertar de verdad ocurrió 301 días después del choque. En la quinta jornada de la Premier, Raúl recogió una pelota en tres cuartos, se marchó en velocidad de un defensa, dejó tumbados a dos y definió contra el portero del ‘Soton’. Su primer tanto oficial desde la lesión. Descargó toda la rabia y sonrió de nuevo.
Aquel choque en Londres era ya algo del pasado. Un instante que quedará marcado para siempre en él, pero que le permitió volver a nacer de nuevo.