Melvin Cantarell Gamboa
09/11/2021 - 12:05 am
Saber vivir en tiempos de crisis
Es cierto que felicidad plena no existe, lo que existe y debemos aprender a procurárnoslos son momentos de satisfacción, goces y placeres, bienes de los que el neoliberalismo carece de narrativa.
Desde mi punto de vista vivir bien es sinónimo de una vida sencilla, frugal, austera que solo es posible si lo hacemos conforme a la naturaleza, como lo hicieron los cínicos griegos en su momento; ellos vieron su presente desprovisto de razón y al porvenir con burla y desprecio y decidieron romper con ilusiones e ideales, pues donde no hay dogmas, verdades únicas ni entusiasmos inventados no hay reproches ni desilusiones.
Solo la conquista de una subjetividad lúcida, libre e inevitablemente subversiva nos permitiría morar en un mundo mejor. Ni el mundo ni la vida pueden darnos una satisfacción auténtica, pero hay momentos en que se hace necesario devolver la salud a nuestra existencia para vivir sin preocupaciones, sin estrés, en paz y tranquilidad.
Existir es una tragedia, pues la miseria humana es imposible de eliminar; pero, como dice Federico Nietzsche, hay que aprender a situarnos más allá de la realidad de la vida, ni por debajo de ella, ni por encima, ni cielo ni infierno, sin los ideales que siempre encierran, secretamente, intenciones malvadas y cuya auténtica finalidad es condenar la vida misma, nada de esto debe hacernos huir de ella o volvernos contra ella. Siempre será posible deconstruir todas esas estructuras para vivir de una manera diferente. Esto se consigue cuando somos capaces de superar la ley de la insatisfacción a través de la lucidez, la libertad, y hagamos fluir la propia existencia hacia nuestro interior hasta alcanzar un estado de inutilidad elegido. Nunca será tarde darnos esta forma de vida concreta, deliberadamente independiente y autónoma, que se alcanza revolucionando lo cotidiano.
Diógenes de Sinope, de quien Luciano de Samosata decía era el mejor de los seres humanos, quien debió recorrer el mundo casi desnudo, cubierto apenas por una sencilla piel de animal, sin pretender ninguna de las cosas que no son necesarias; que en todo cuanto emprendía resultaba siempre vencedor, que nunca encontró su igual y menos un señor, era de temperamento fuerte, se dominaba y procuraba vencerse a sí mismo. Este hombre afirmaba: “así como el buen médico debe ir a socorrer a las personas ahí donde abundan los enfermos, el sabio ha de establecerse ahí donde abundan los necios, a fin de desenmascararlos y corregir su estupidez”.
Decía Diógenes: “Si pretendiera curar los dientes, los ojos enfermos, conocer un remedio para curar la hipocondría, la gota o el catarro acudiría a un médico que supiera de esas cosas. Pero cuando prometo liberar de la locura, la perversidad y la intemperancia a las personas que me escuchan, ya nadie me presta atención, nadie me pide que lo cure. Pareciera ser que las personas se ocupan menos por estos últimos males que por las otras enfermedades, o que fuera más terrible para un hombre soportar un bazo inflamado o un diente careado que un alma estúpida, ignorante, ruin, arrogante, voluptuosa, servil, irascible, cruel, perversa, en una palabra, completamente corrompida”. Y no se equivocaba, los hombres están enfermos de no saber vivir, de no conocer las delicias de la autonomía, la autosuficiencia y el pleno gobierno de sí mismo. Los síntomas de la enfermedad son evidentes: el gusto por lo frívolo, la liviandad, el dinero, el poder, los honores, la mezquindad, la estrechez de proyectos, el conformismo y la sujeción a ideales como el trabajo, el éxito, sentirse triunfador, famoso y poderoso.
Cuando nuestra vida la dejamos a merced de esos factores externos y permanecemos pasivos ante las cosas, la felicidad se identifica con los instintos y con la tiranía de lo real: ilusiones, convencionalismos, costumbres, fugacidad de los gustos, malestar por la falta de libertad y, al mismo tiempo, la sensación de opresión; juntos todos estos factores generan excitación, estrés, hiperactividad, depresión, frustración, desgaste ocupacional, trastornos límites de la personalidad que han definido las patologías del presente siglo y que se resumen en dos palabras: trastornos neuronales. Aflicciones que son variantes del cansancio mental al que nos someten las exigencias de la sociedad del cansancio, como la califica el filósofo sudcoreano Byung-Chul Han, en afán de mayor rendimiento.
El individuo de nuestro tiempo, por esas causas, está enfermo y no lo sabe. Sin embargo, la antropología médica ha puesto en claro “los dispositivos neoliberales de felicidad” que resultan tan efectivos y eficaces que el sometido es inconsciente de su sometimiento. Se explota a sí mismo creyendo que se está realizando; si cada uno fuera capaz de cuestionar su situación críticamente no se dejaría seducir por las trampas del sistema.
Es cierto que felicidad plena no existe, lo que existe y debemos aprender a procurárnoslos son momentos de satisfacción, goces y placeres, bienes de los que el neoliberalismo carece de narrativa.
Dice Peter Sloterdijk, filósofo alemán, en su libro Crítica de la razón cínica (Editorial Siruela. 2012), “que el único recurso para enfrentar esta situación es el quinismo (así llama a la forma de actuar y pensar de Diógenes) o la filosofía de la vida para tiempo de crisis. Solamente bajo su signo es posible la dicha, la paz y la tranquilidad, pues enseña la limitación de las exigencias, adaptabilidad, presencia de espíritu y enseña a entender los imperativos del momento”. El quinismo reconoce que la defensa de los estados de tensión y perturbación se tejen en la existencia como preocupación, pues esta nubla la existencia tan persistentemente que la idea de felicidad no puede ser plausible socialmente. Por lo tanto, quien quiera aprender a enfrentar una crisis tendrá que aprender, según el modelo quínico, a romper la prepotencia de la preocupación.
Ahora bien: ¿Cómo sabemos que sufrimos una crisis? Cuando somos incapaces de identificar el momento en que las vivencias que consideramos positivas en ciertas situaciones están fuera de nuestro alcance y sentimos que los problemas carecen de posibilidades concretas y sólidas de solución; entonces se apodera del individuo el sentimiento de que todo es provisional; al mismo tiempo, se da una ruptura entre lo que ofrece la sociedad y las expectativas personales. El sentimiento depresivo que se produce da lugar al alumbramiento de una mentalidad de náufrago que conduce a estados depresivos y a la desmoralización. No debemos permitir, en estos casos, que intervenga el moralismo, pues en los juicios que de él se derivan domina necesariamente el miedo, el susto y el autorrechazo y, juntos, excluyen todo posible sentimiento de felicidad, pues el ideal de felicidad de la moral, dice Sloterdijk, es un crimen al que hay que responder con toda la insolencia que se deriva de los principios del quinismo.
Vivimos una época que carga la atmósfera social, hasta lo insoportable: tensiones, preocupaciones y sentimientos de cercanas y futuras catástrofes. Condiciones de esta naturaleza restan de vitalidad a lo humano, lo perturban hasta hacerlo perder el sentido del bienestar, la satisfacción y la dicha; se suprimen los gestos sinceros, aumentan los autocontroles y la incertidumbre que disminuyen la voluntad de vida.
A veinticinco siglos de distancia, el único recurso para enfrentar esta situación es el quinismo (cinismo) de Diógenes de Sinope o, como afirma Sloterdijk, la filosofía de la vida para tiempo de crisis, “sólo bajo su signo es posible la felicidad en tiempos inciertos, pues enseña la limitación de las exigencias, adaptabilidad, permanencia de espíritu, ejercita al cuerpo a sobreponerse a los imperativos del momento y a resistir, para terminar imponiéndose, a los estados que anulan los motivos de felicidad” (ibíd). Como dije más arriba, hay que empezar por romper la prepotencia de la preocupación y aprender a diferenciar entre crisis y estabilidad, es decir, a identificar el momento en que se ha prendido la alarma.
El cinismo de Diógenes es una filosofía sapiencial que descansa totalmente en actos naturales, no es una visión doctrinaria; el sabio sólo amaba la vida consciente que se materializa en actos, sin ideales, su único compromiso era con la verdad; por eso, Diógenes vive lo que dice y dice lo que vive, es ajeno a la demagogia, la hipocresía y a las abstracciones no vivibles. El cinismo del sinopense, no hay que perderlo de vista, pacta una alianza con la pobreza, la marginación para adoptar una reflexión esencialmente plebeya; es la sabiduría situada en el cuerpo, alegre, irónica, humorística que sólo pertenece a los espíritus soberanos.
Diógenes es además el crítico social por excelencia y héroe de la resistencia social; con él lo material, el cuerpo despierto va a la calle y reta demostrativamente a lo superior hasta obtener una clara victoria sobre la arrogancia del poder y lo hace de manera congruente. No se satisface con la palabra, sino pasa al terreno de lo material que rehabilita a la persona en tanto individuo.
Por su proximidad a lo material, a lo real el quinismo de Diógenes constituye un arte de vivir, una estética y un estilo de la existencia; es ejemplo insustituible de una forma de vivir, de modos de obrar y técnicas de existencia que apuntan al fortalecimiento de la vida cotidiana.
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