Tomás Calvillo Unna
03/11/2021 - 12:05 am
¿Será el limbo el lugar de la resurrección?
El país de la espera, en la espera, para la espera; la banca de la costumbre del parque público, sí, el limbo.
Rendija: ¿Y dónde quedó el cartel de Huitzilopochtli? Nunca pudo, ni siquiera aproximarse a la serpiente emplumada de lluvia y fuego, a las alas de su imaginación, no comprendió el poder innato del fértil viento del conocimiento; la herencia oculta de la vida más allá de la muerte que enarbola Quetzalcóatl.
Nosotros ya no estamos,
las montañas siguen ahí.
desaparecimos,
las montañas perduran.
Lo que se construyó no lo encontramos.
El puente que cruzamos es ceniza.
No se escucha voz,
ni grito,
ni murmullo.
El río,
su caudal de silencio,
nos rodea y se aleja.
El cielo no se alcanza a ver,
nubes y más nubes
sobre hendiduras y crestas.
Perfiles de la altitud,
acantilados, márgenes;
en cada límite,
la osadía
de aprender a mirar.
Este es el limbo:
la palmera amarrada
por los cables de luz
en Aquismón;
la carrocería oxidada
en el pequeño jardín
de Chuuk:
amuletos familiares del Gran Océano
a orillas del cementerio de la guerra
hundido en el atolón
del sol naciente enceguecido.
El limbo: esos aviones
y barcos incrustados de corales;
los nombres sumergidos que retornan,
las bombas rodeadas de peces,
silenciadas en la memoria;
la explosión engullida, atajada.
El limbo:
esta ausencia de las cosas;
el recuerdo convertido en vocablos,
las palabras adheridas al ventanal;
finos hilos de plata
en el verde envés del viento.
Es el limbo:
el lugar del poder de la indiferencia,
liberados de los pequeños verdugos
que portan los premios y castigos,
de los príncipes que distribuyen
culpas y perdones entre los suyos:
súbditos disfrazados de ciudadanos.
El país de la espera, en la espera, para la espera;
la banca de la costumbre del parque público,
sí, el limbo:
el tartamudeo obligado del arrepentimiento
sin explicación posible,
la postergada confianza como tarea,
escalones fracturados de la respiración;
el lugar de la fuga
del cielo y el infierno
su divorcio acordado
y negociado telúricamente.
La tragedia inesperada
de unos segundos;
la armadura de lo inevitable.
El sobrio vuelo del águila
su rodar de sol,
la transfiguración.
Desde la infancia,
el rito de la partida,
un esquema previsto;
descifrado
en el balcón del otoño.
El limbo acoge esta soltura ,
nada se pierde así, ni un gesto.
Transmutación pura,
continua, entrañable.
La bodega que invade las casas,
huele a limbo,
como algunas estaciones de autobuses
en las madrugadas;
ese frágil orden
de estar de paso.
El amigo Roohi
embajador de Irán
que anduvo aquí y allá
hace ya más de una década,
al limbo entró sin darse cuenta,
sin su pasaporte diplomático,
con su cordura,
seguramente en medio de lo inverosímil
del Farsi y el inglés,
intentando pronunciar a Dios
en todos los idiomas posibles
con los amigos que perviven,
entre las tazas rotas;
con las bufandas del sentimiento
de los desvelos y en espera
del nuevo amanecer en las azoteas,
junto a los tinacos que conservan
la fresca noche del agua.
Los ángeles y demonios
suelen cuadrarse
cuando se extravían
y se les encuentra ahí,
todavía perplejos de su extraña naturaleza
al borde de lo fantástico,
adheridos al limbo,
como última guarida posible.
El limbo es un buen blindaje,
a manera de refugio casi eterno,
ante la política que se excede
y quiere dominarlo todo.
En el limbo no hay discursos, ni peroratas, ni consejos,
ni advertencias o amenazas, y eso, todo eso,
ya es ganancia.
No hay vencedores, ni vencidos, ni equipos, ni uniformes.
No hay listas, ni para decir:
Presente Maestro, Maestra Presente
No he oído ahí estornudos, risas o llantos,
si he visto sonreír y con el índice en los labios
guardar respeto por las palabras.
Incluso cuando se duerme la pierna derecha o la izquierda,
sus hormigueos se asemejan a un mediodía lluvioso
y todas las gotas en fila india y de cabeza
se absorben en el único lugar donde ya todo pasó
y lo que vendrá también….
Por eso muchos piensan,
que debe tener algo de sagrado
y por ende del más allá:
el instante del vuelo
¿el espejo del alma?
al exhibir
su ignorada provocación.
Pd. El tiempo recorre sus cortinas y esa luz amable
que nos envuelve, es la ofrenda de la reconciliación.
Es el don de la paz interior, que marca el ritmo de la narración
y su memoria.
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