Jaime García Chávez
01/11/2021 - 12:03 am
Bartlett y el 88
«Para estar a tono con el discurso oficial y la narrativa lopezobradorista, se dice que, por fin, Bartlett “rompió el silencio” en relación a 1988. Probablemente rompió su silencio interesado, porque ya hay suficientes investigaciones que han esclarecido el robo de la Presidencia que obtuvo en las urnas Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano».
Las heridas de 1988 no han cicatrizado. El fraude descomunal de ese año es de esos temas que recurrentemente cobran actualidad de coyuntura, para desvanecerse de inmediato, sin dejar de ser esenciales para la ciencia histórica, que es la única que se puede ocupar con seriedad de este tipo de acontecimientos.
Esto se acentúa cuando hechos como el referido involucran a actores que participaron en ellos de manera preponderante. Es el caso de Manuel Bartlett Díaz, que por aquellos años ocupaba la Secretaría de Gobernación en el Gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado, y que por ese solo hecho se convertía de oficio en el árbitro electoral, al presidir el dependiente órgano que entonces era un diente en el engranaje del presidencialismo y el partido de Estado.
Versiones interesadas en el ámbito de la justificación del fraude van y vienen acompasadas en el tiempo. Ahora tenemos la más reciente, en boca precisamente del actual director general de la Comisión Federal de Electricidad, cargo para el cual, como todos sabemos, no tiene la preparación técnica requerida para dirigir una empresa pública, pero esto lo soslayo por no ser el tema principal del texto que me ocupa.
Para estar a tono con el discurso oficial y la narrativa lopezobradorista, se dice que, por fin, Bartlett “rompió el silencio” en relación a 1988. Probablemente rompió su silencio interesado, porque ya hay suficientes investigaciones que han esclarecido el robo de la Presidencia que obtuvo en las urnas Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. No hay nada nuevo bajo el sol.
Cuando se dio esta ruptura, como se sabe hoy, se fisuró de tal manera el sistema político mexicano que los días del régimen de partido de Estado quedaron contados, aunque el proceso para desmontarlo haya sido, lamentablemente, tan acompasado, si comparamos esta transición con otras más dinámicas habidas en el mundo, particularmente por aquellos años.
Ahora Bartlett nos viene con el cuento de que el sistema se cayó por la connivencia de Carlos Salinas de Gortari con el Partido Acción Nacional, en esa época dirigido por Luis H. Álvarez, que había postulado a Manuel Clouthier como abanderado presidencial. Tampoco nada nuevo.
Cuando uno se topa con declaraciones del tipo de la de Bartlett, treinta y tres años después, lo menos que puede uno hacer es contrastarlas contra hechos duros. Después de ese año de deslinde y al amparo del régimen priísta, Manuel Bartlett fue secretario de Educación, Gobernador del estado de Puebla y senador por el PRI hasta 2006, año en que solicitó a los priístas dar el “voto útil” en favor del candidato presidencial opositor, Andrés Manuel López Obrador, en demérito del aspirante oficial, Roberto Madrazo, al que por pugnas políticas y familiares heredadas trató de defenestrar. Recordemos que Manuel Bartlett Bautista, padre del hoy funcionario, fue depuesto como Gobernador de Tabasco a impulso de Carlos Madrazo, padre de aquel.
Su silencio estuvo blindado por su estancia en la nómina selecta de la clase política mexicana. Porfirio Díaz dijo que “perro que lleva hueso, ni ladra ni muerde”. Por otra parte, y dentro de esos contrastes, encontramos la propensión a mentir que se asocia a los políticos, que sin escrúpulos hacen a un lado la posibilidad de reservarse la información para sí, y optan por ofrecer versiones falsas y carentes de credibilidad, pero no por eso de empleo utilitario.
En este sexenio, en el que Carlos Salinas ha sido personificado como el jefe de la “mafia del poder”, le facilitó a Bartlett abrir la boca para culparlo del fraude y, a la vez, asociarlo al PAN, que ciertamente tuvo lo suyo en ese proceso. Pero no es esto lo más grave, en realidad las acomodaticias declaraciones embonan con la amañada historia que está en la cabeza del presidente y en gran parte de sus mañaneras: las transformaciones contenidas en la Independencia, la Reforma y la Revolución, pero con un matiz muy grave, por lo que se refiere a los tiempos contemporáneos.
Me explico: López Obrador anhela que la historia lo registre como quien inauguró un mito paralelo a los tres señalados antes y que él quede como cabeza de una era fundacional: la llamada Cuarta Transformación. Para eso resulta fundamental borrar el pasado inmediato, tanto lo que sucedió en el 88 como los difíciles años de crimen y violencia contra el PRD de los buenos tiempos, y sobre todo lo que sucedió en 1997, cuando por fin se dio un viraje que trajo consigo la pérdida para el PRI de un poder, la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, y el triunfo en la Jefatura de Gobierno de Cuauthémoc Cárdenas.
Para la narrativa lopezobradorista eso no existe, como tampoco existe el largo y azaroso camino de las reformas electorales habidas desde fines de los años setenta del siglo pasado que posibilitaron ir erosionando el autoritarismo mexicano.
Para bienquedar con su jefe, Bartlett “rompió el silencio”, pero en realidad lo que hizo fue bañarse en cinismo y, de paso, culpar a Salinas, al PAN y a todos los monstruos favoritos que viven en la cabeza de López Obrador. Eso le ha permitido ser uno de los tantos Fouché que ha padecido el país.
29 octubre 2021
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