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Susan Crowley

22/10/2021 - 12:03 am

Un SPA para el alma

El arquitecto es el facilitador de ese cascarón en el que se almacena nuestra historia y de él depende cómo se cuente.

"La estancia en las Termas de Vals, en Suiza, es una experiencia completa para la mente y, sobretodo, para el cuerpo".
“La estancia en las Termas de Vals, en Suiza, es una experiencia completa para la mente y, sobretodo, para el cuerpo”. Fotos: Especial

En una sociedad que celebra lo no esencial, la arquitectura no puede resistirse a contrarrestar la pérdida de formas y significados y hablar su propio idioma.

Peter Zumthor

Nuestros espacios hablan de quiénes somos, de nuestros anhelos, son el libro en el que escribimos nuestra vida. Cada objeto en nuestra casa es un capítulo, un registro de cierto momento, significa algo, simboliza nuestra trayectoria. La arquitectura es el contenedor en el que guardamos nuestra existencia con todo lo que hemos atesorado. El arquitecto es el facilitador de ese cascarón en el que se almacena nuestra historia y de él depende cómo se cuente. Su oficio es un verdadero arte y una gran responsabilidad; un hogar debe funcionar, ser íntimo y acogedor, resaltar nuestros gustos con la idea de que la formas los engrandezcan y les permitan permanecer; al mismo tiempo que sean únicas y que sean personales. Por lógica el arquitecto debería prestar un servicio funcional y discreto.

Pero conforme esta disciplina cobró fama, la idea de rebasar sus principios fue una tentación. Los grandes arquitectos buscan inmortalizar sus obras más allá de su propia funcionalidad. No importa que los caprichos tengan como consecuencia el irremediable y prematuro envejecimiento, su pretensión es que sean espectaculares, arriesgadas, premiadas, incluso deben sacudir al mundo por su osadía. El sueño de un constructor es marcarlo todo con su impronta. Vencer a la naturaleza, a la lógica humana, vivir para siempre y ser un referente. Al margen de quién las viva las padezca o que muy pronto pasen de moda. Sentarse en el salón del gran arquitecto es una forma de ostentar un estatus.

Frente a la actual competencia de egos entre los grandes arquitectos, Peter Zumthor (Suiza, 1943), quizá el mejor del mundo, ha tenido la capacidad de entender a la naturaleza, respetarla y dignificarla. Al mismo tiempo, ha sabido crear espacios fantásticos e inolvidables. Ganador del famoso Pritzker en 2013, entre muchos otros reconocimientos, curiosamente su lucha no ha sido por contratos de obras monumentales, sino por dejar, no una huella, sino un esbozo apenas palpable pero poderoso, devolver la esencia y el sentido originario a cualquier sitio en el que construya. El arquitecto suizo se caracteriza por el equilibrio y la discreción de sus obras y por permitir, dentro de sus espacios, retomar una serie de nociones fundamentales, incluso, metafísicas.

La estancia en las Termas de Vals, en Suiza, es una experiencia completa para la mente y, sobretodo, para el cuerpo. La masiva, aunque discreta y ligera construcción de piedra gris se dibuja como una silueta que, a pesar de ser adintelada, jamás compite contra el paisaje. Al contrario. Las montañas de formas caprichosas resaltan entre los gigantescos vanos de Zumthor, es el arte de la naturaleza enmarcado. Por la mañana el cuadro delimita el campo de color verde con el azul del cielo y las nubes plateadas. Con la luz vibrante, resaltan las antiguas y muy pequeñitas cabañas de madera. Apenas se distinguen los pastores que se adormilan con los rayos del sol. Mientras, el sonido de los cencerros del ganado podría anunciar una sinfonía de Mahler. No es difícil imaginar que en sitios como este el compositor encontró inspiración. Una mezcla de folklore y melancolía inundan la atmósfera de la zona.

El acceso al balneario es como un peregrinaje, no es exageración decir que de los más importantes del arte contemporáneo. A más de dos horas de Zurich, sólo se puede llegar en auto. Las termas fueron construidas bajo la tierra por lo que apenas se vislumbran. Una explanada de pasto cubre el área en la que en 1996 se construyó la obra. Contrario a la escandalosa forma en la que se promueven los sitios por medio de las redes sociales, este espacio conserva su discreta idea; un balneario para la gente que vive alrededor. No está permitido el uso de celulares ni las fotografías. ¿Zumthor confía en la memoria de los visitantes que sabrán contagiar de boca en boca la fascinante experiencia vivida? Por un túnel oscuro de piedra que simula una caverna, una especie de pasadizo sin tiempo (que tanto suele preocuparnos), el sonido del agua se convierte en guía. El avance a través de distintas cámaras es una experiencia única: agua, luz, oscuridad, sonido, silencio; incluso una pequeña cámara en la que se escucha la música de Fritz Houser que se activa con la presencia humana. Sonidos percutivos que en su síncopa juegan con los latidos del corazón. Ciertos espacios reducidos obligan a que sólo una o dos personas permanezcan lo que permite sentir en soledad todos los estímulos. La altura de los techos, de más de cinco metros, genera una perspectiva sin fin.

Flotar en las entrañas de la mole de Zumthor, es un principio iniciático en el que muy pronto cobramos consciencia de lo que somos. Sin miedo, sin oponer resistencia nos abre puertas a una realidad mucho más profunda. ¿Esto es lo que realmente desea el artista arquitecto?, ¿más allá de la suntuosidad de un espacio o la ostentación, un estado interior que se manifiesta delante de nosotros?

Somos seres para la muerte. Sin embargo, no tenemos la precisión del momento en que hemos de morir. La única certeza que albergamos es la de nuestro cuerpo que inexorable avanza hacia su extinción. Vivir en nuestro cuerpo, reconocer en él las huellas del tiempo. Gozar la existencia, sentir, pensar y amar. Llorar, reír. Oler, saborear, acariciar, mirar, escuchar. Las Termas de Vals fueron creadas para el cuerpo. En un equilibrio perfecto entre líneas de piedra, sonidos de la naturaleza, flujos continuos de líquidos sulfurosos que nos remiten a otro tiempo, a otro estado. Somos mortales. Sin embargo, en pocas ocasiones tenemos la oportunidad de ofrecer a nuestro cuerpo el ámbito perfecto. Amarnos y actuar en libertad absoluta sin someternos a las imposiciones que nos requiere nuestra idea de perfección. Lo que ocurre en Vals es que, incluso sin querer, nos exponemos a abrir-nos y a gozar-nos.

Dice el escritor francés Pascal Quignard que existe una imagen que siempre se nos escapará porque es imposible de ver por nosotros mismos. Se trata de nuestro origen. Las Termas de Zumthor, como si se tratara de un útero, llevan al cuerpo a interiorizarse en un espacio en el que el todo opera para crear ese estado. Agua, luz, aire, piedra, espacio y tiempo hacen su labor: propiciar el ritual. Un ritual en el que el cuerpo revive su estado primigenio.

Peter Zumthor ha logrado escapar de las ambiciones de su profesión, rescató el oficio de albañil, ese que llevaron hasta su máxima expresión los monjes de la orden del Cister y que les permitió construir Europa y su cultura. No muy lejos de Vals se alcanza a ver la silueta de la abadía de Saint Gall, joya arquitectónica sin tiempo, sin medida. Sitio de recogimiento y sabiduría medieval que ha sobrevivido a tantos embates de la historia. Tal vez pase lo mismo con las Termas de Vals, la fuerza y el poder constructivo que les ha impreso Peter Zumthor las hace triunfar sobre las realidades mundanas e intrascendentes.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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