«Las Mujeres de Humo se caracterizan por cocinar en un brasero de tierra, con leña, buscar las recetas más ancestrales y mostrarlas», contó la señora Martha Soledad Gómez Atzin a SinEmbargo. Ellas buscan difundir las riquezas gastronómicas, preservar los sabores, aromas y texturas, además de transmitir la herencia cultural totonaca a todos los visitantes. También se encuentran a favor la equidad de género y en contra de la discriminación. Aunque el camino no ha sido sencillo, han encontrado la libertad a través de la cocina.
Ciudad de México, 22 de agosto (SinEmbargo).- «Aprendí a amar a la cocina, se me metió en el corazón, en la mente y en las entrañas la cocina y ese olor a humo mucho más, ese olor a humo de la cocina de mi abuela, de las canas de mi abuela, del cuerpo de mi abuela que emanaba fue lo que me hizo amar más a la cocina», cuenta de manera muy amable la señora Martha Soledad Gómez Atzin, líder y fundadora del colectivo Mujeres de Humo, formado por cocineras tradicionales que preservan la tradición de las cocinas ancestrales totonacas.
Doña Martha recuerda que sus abuelos se convirtieron en sus padres, pues ellos la criaron. Creció en una cocina muy grande junto a su abuela Soledad, «mamá Cholita» como le decía de cariño. «El verla a ella día a día, el verla a ella trabajando, el verla levantarse, ahumar su cocina, barrerla con hierbas, prender sus fogones y todo lo que ella hace para cocinar y alimentar a la gente que vivía en la finca, en la localidad La Unión, me hace a mí enamorarme de todo eso que ella hacía y en mi mente va creciendo la idea de que la cocinera es una persona que debe ser amada y querida por todo el trabajo que realiza».
Para la señora Martha era fascinante ver cómo aquellos elementos y materia prima que llevaban de la milpa y de los huertos, su abuela los convertía de manera «mágica» en manjares y guisos sabrosos. «Esos guisos no solamente eran para comer, para llenarte el estómago sino también para irte sanando, cuando ella cocinaba platicaba de lo que estaba haciendo y nos decía que el caldo de frijoles recién salido nos servía para que tuviéramos mucho hierro en el cuerpo, para que la sangre estuviera bien limpia y si ella hacía un caldo me decía que servía para limpiarnos el estómago, ella lo hacía de una manera muy bonita, nos explicaba, no nos enseñaba, nos explicaba y nos dejaba ver, eso se quedó muy marcado en mi mente».
Los sueños de la infancia de doña Martha tenían que ver con estar en la cocina junto a su abuela, la mujer de la que aprendió a amar la cocina, a entenderla y a compartirla. Martha creció y a la finca, en la que sembraban frijol, vainilla chile, tabaco y maíz, llegan varias personas debido a que ahí también se concentraban diversas antigüedades pertenecientes a la familia de su abuelo de origen español, estos objetos hacían de su hogar uno muy bello. Simón, el hijo menor de sus abuelos, era coleccionista y amante de la cultura Totonaca; él llevaba cosas de otros lugares por lo que la casa parecía convertirse en una especie de museo, además reconocía el trabajo valioso de los artesanos de Papantla y los apoyaba para que llevaran su arte a otros lugares y así la gente conociera su trabajo.
La historia de estas personas es importante porque se entrelaza con la de Martha, con sus ganas de continuar con el amor, los saberes y sabores de la cocina. Simón siempre le decía que donde quiera que estuvieran había que darle a la cocina el lugar que se merece.
TALLERES GASTRONÓMICOS, EL INICIO DE LAS MUJERES DE HUMO
«Mujeres de Humo es una iniciativa propia, una iniciativa que nace desde que yo crezco en la localidad la unión junto a mis abuelos», refirió Martha. Manuel, el abuelo de Martha, era una especie de consejero al que la gente acudía en busca de ayuda, mientras que su abuela siempre alimentaba a la gente ya sea con café con leche, tortillas, frijoles, ella siempre tenía alguna delicia para compartir con quien llegara a su hogar.
El camino no ha sido sencillo, sin embargo, ha sido uno que ha hecho que los logros y avances tengan un sabor más especial. Doña Martha compartió que la primera oportunidad que tuvo como cocinera fue con Simón en Xalapa cuando presentó una exposición y desde ahí ya nada paró.
Su casa la convirtieron en casa-museo y empezaron a recibir grupos no sólo de turistas sino de investigadores a quienes doña Martha y Simón llevaban a las comunidades para aprender de medicina tradicional con sanadores, brujos, curanderos, etcétera, ellos servían de puerta al ser de la comunidad. Esos grupos le pedían a la señora Martha que les enseñara a cocinar, así como se convirtió en maestra de cocina.
«Una noche, platicando con la abuela: ‘mamita, sabes qué, el señor que viene, el director que trae a todos los de la terapia, quieren aprender a cocinar, quiere usted y yo le enseñemos’, dije; ‘pues estás equivocada porque yo ya no voy enseñar nada, te toca a ti’. Y fue como que ella me dio el mando y me dijo te toca a ti, ahí fue cuando comienzo a dar talleres».
Primero realizaba los talleres de manera individual, después buscó a mujeres de la comunidad que sabía que les gustaba cocinar e invitó a Josefa González González y Lorenza Vázquez, quienes fueron su apoyo, sin embargo, el proyecto siguió creciendo y no se daban abasto porque mucha gente asistía. Entonces empezó a llamar a más de sus compañeras como Josefina Hernández, Adela Simbrón Morales, Minerva Malpica, Teresa Núñez, mujeres jóvenes ya casadas, como ocurre en la región, que también gustaban de cocinar.
Tras la muerte de Simón, Martha se quedó al mando con la consiga de dar a conocer la cultura Totonaca, él le dijo que ella debía continuar con las clases y mostrar esa cocina tradicional que «alimenta el cuerpo y el alma».
Tras la catástrofe de 1999 en Veracruz, doña Martha pensó que se había perdido todo, pero la experiencia las llevó a reencontrarse con la naturaleza, el campo, las milpas y las flores. «Ahí me di cuenta que la cocina tradicional no era solamente la que mi abuelita tenía ahí sino que había un trasfondo, que había otras cosas que podíamos comer y es ahí cuando pongo los pies sobre la tierra y empiezo a investigar más sobre la cocina tradicional».
Fue invitada a la Cumbre Tajín a dar un taller, doña Martha tenía ya un taller llamado «Los senderos mágicos del maíz en la tortilla» en el que mostraba a la gente cómo se sembraba, se limpiaba y cosechaba el maíz, la nixtamalización y cómo convertir todo en masa y una tortilla. El taller fue un éxito, estaba previsto para 50 personas y llegaron en 200 o 300 diarias que iban a aprender a hacer una tortilla.
El festival la invitó para su siguiente edición. «Cumbre Tajín fue parteaguas para que las Mujeres de Humo, que todavía no teníamos ese nombre, nos reuniéramos en el 2001 y me toca a mí ser la que invite a las cocineras de la región al festival y dije: yo sí puedo».
EMOCIÓN Y LIBERTAD AL COCINAR
Tras ser invitadas a Cumbre Tajín Doña Martha se acercó a las mujeres y ellas aceptaron ir, pero tenía que pedir permiso a sus familias, ahí se encontró con una barrera y un reto a superar. Ella les explicó a las familias de las mujeres qué era Cumbre Tajín y les compartió su experiencia previa, le dijeron que regresara en 8 días. Tras ese lapso regresó para tener una respuesta: sí iban pero acompañadas de dos abuelas para que las cuidaran. Doña Martha expresó que fue una buena noticia, «para mí mejor», contó.
«Se reunieron 200 mujeres en la Cumbre Tajín 2001, así se juntaron emociones, sensaciones, la sensación más bonita fue que ellas se sintieron en libertad, es el primer logro que yo tuve como mujer y como ser humano, fue el que ellas se sintieran libres, el que ellas no agacharan la cabeza ni su mirada, el hecho de que ellas pudieran levantarse sin tener que darle de comer a los suegros, los maridos, a los hijos; el hecho de que ellas se levantaran para alimentar muchas bocas, que esas bocas eran otras que las que veían siempre en su casa», cuenta Doña Martha con emoción que se refleja en su rostro y en su voz.
La fundadora de Mujeres de Humo explica que no es un secreto que las mujeres vivían en sus casas sin el respeto y reconocimiento de su labor. «Yo viví en carne propia esa situación y yo quería que nos liberáramos de esa situación. Cuando me dicen que tengo que llevar a las cocineras a Cumbre Tajín fue una puerta de escape, una puerta para una oportunidad para esas mujeres y para mí, yo cuando cocinaba me liberaba, cuando hacía una tortilla me liberaba, cuando estaba echando una tortilla en el fogón a veces mis lágrimas caían al comal y las secaba el comal y me decían ‘para ti qué es el comal y el braseros’, ‘ellos son mis cómplices porque saben mi dolor y mi tristeza pero también mis alegrías».
Doña Martha quería que ellas sintieran esa libertad y tuvieran esa experiencia de convivir entre mujeres y contarse sus historias, vivir una experiencia nueva en la que mostraran lo valiosas que eran. Ese festival ayudó a cambiar su visión de ellas mismas y también las de sus familias porque se dieron cuenta de la falta que les hacían y de su valor en el hogar.
«Ahí empezó nuestra lucha, la lucha de las Mujeres de Humo sí se convirtió en una revolución, ya no hubo más golpes para mis compañeras, ya no hubo más ofensas y de alguna manera sin saber que nos iban a pagar un buen sueldo y que ellas también se iban a convertir en parte del apoyo económico de la familia, imagínate decir: ‘traigo tanto que me gané allá por hacer tortillas, por hacer mole, hacer arroz’, ellas se empoderaron y se sintieron bien».
El trabajo extra continuó y fueron a diversos festivales, las mayoras se convirtieron junto a Martha en las Mujeres de Humo y empezaron a viajar y a conocer otros estados. Doña Martha expresó que sus compañeras ya no pedían permiso, sino que avisaban que saldrían de viaje con sus compañeras y siempre regresaban con algo para su familia.
El nombre de Mujeres de Humo llegó tras la propuesta de doña Martha, ya que el humo le recordaba a su abuela, todas estuvieron de acuerdo ya que para cada una evocaba el recuerdo de sus abuelas, madres o alguna mujer de su familia.
«Nos llamamos Mujeres de Humo rindiendo un homenaje a nuestras ancestras. Somos las portadoras y las que llevamos esa herencia culinaria, esos secretos. A lo mejor nuestras abuelas no tuvieron la fortaleza o no tuvieron la oportunidad de defenderse y rebelarse pero nos tocó una generación bonita donde nos rebelamos y gracias esa rebelión y trabajo y a ser cocineras somos las Mujeres de Humo y representamos a Veracruz y a México».
PUERTAS ABIERTAS PARA TODOS
En el Totonacapan se tiene la creencia de que sólo las mujeres pueden cocinar, doña Martha contó que si algún hombre por alguna razón tenía que cocinar algo se encerraba y nadie tenía que verlo porque era una vergüenza. Sin embargo, ella conoció a Eloy Nuñez debido a que su madre es amiga de Doña Martha, al ver sus ganas y su gustó por la cocina lo invitó a cocinar con ella, aunque él temía que la familia no le permitiera cocinar se animó a hacerlo tras las palabras de doña Marta: «Si no te atreves ahora, nunca lo vas a hacer, tienes que salir de ese baúl». Ella ayudó y fue a defenderlo.
«Él empezó como panadero ayudando a su mamá porque su mamá es la maestra panadera, empezó como panadero pero yo lo empecé a jalar y se convirtió en mi asistente, compañero y ahora es parte de las Mujeres de Humo», rememoró doña Martha. Eloy se convirtió en el primer joven en pertenecer a este grupo, además de que inspiraron a otros grupos de cocineras a integrar a hombres. Al inicio eran cuestionadas, pero Martha dejó muy en claro que él también tenía derecho y al hablar de una igualdad de género, él también podía cocinar.
TRAJE TÍPICO, HUMO Y SABOR
Las Mujeres de Humo retomaron el traje típico para cocinar ya que se sienten orgullosas de portarlo cuando van a representar a su región. De acuerdo con Martha, había muchas jovencitas que llegaron a trabajar con ellas pero cuando les decía que tenían que usar el traje, hablar la lengua y trenzar su cabello, ellas decían que no porque «no eran indias», así que doña Martha las dejaba trabajando en la cocina mientras ella y sus compañeras establecían su cocina afuera para mostrar a la gente su labor.
En una muestra gastronómica llegó mucha gente y tuvieron atención incluso de los medios, al otro día todas estaban despiertas muy temprano y portaban los trajes típicos. «Qué bonito que por el orgullo o por querer ser parte de, las chicas se hayan puesto el traje, hayan trenzado su pelo y se hayan puesto sus moños. Fue algo bonito, un logro más porque ellas se identificaron con su raíz», apuntó.
Las Mujeres Humo reciben a estudiantes de gastronomía de diversas escuelas y comparten su trabajo y su saber, ellas aprenden de ellos y los estudiantes de ellas.
«Las Mujeres de Humo se caracterizan por cocinar en un brasero de tierra, con leña, buscar las recetas más ancestrales y mostrarlas, esos sabores que son desconocidos, por ejemplo, una sopa de flor de izote, un tamal de quelite, una gordita de manteca picada y hecha con tomate chiquito, unos tamales de elote recién cosechado. El hecho es que no solamente cocinamos para alimentarnos, también para sanarnos, nuestra cocina es espiritual, hay mucha cocina ritual, hay muchos alimentos que son para ofrendar», afirmó doña Martha.