Jorge Alberto Gudiño Hernández
14/08/2021 - 12:05 am
Información, vacunas y pandemia
Saber es, ahora como nunca, una obligación y una respuesta. La que nos permitirá, en el mejor de los casos, salvar vidas o reducir riesgos.
Todos hemos asistido al burdo espectáculo de los antivacunas. Más que su incredulidad, sus fuentes de información suelen ser cuestionables. Desde aquéllos que se dejaron llevar por la falacia que correlacionaba la vacunación con el autismo (por culpa de un doctor poco escrupuloso) hasta los que enarbolan las más ridículas teorías que incluyen chips y modificaciones genéticas para el control de los individuos (como si no nos controlaran a partir de mecanismos mucho más sencillos). Dentro de todo ese universo de comentarios, los que más me han llamado la atención son los de los cautelosos. Escépticos al fin, confiesan no formar parte del bando antivacunas sino que, simplemente, dudan por la enorme velocidad a la que se desarrollaron las que ahora nos ocupan. Y es que, partiendo de esa perspectiva, da la impresión de que pasó menos de un año desde el primer contagio hasta las pruebas iniciales de fase 1.
A diferencia de los otros incrédulos que basan sus argumentos en teorías de la conspiración, en ciertas convicciones cuando menos peligrosas y en una fértil imaginación sin fundamentos, quienes dudan por un asunto de procesos y temporalidad no suelen ser irracionales sino, por el contrario, tienen un espíritu crítico que merece respuestas. El código de la vida de Walter Isaacson podría ser un buen principio.
Como muchos otros de sus libros, éste es una suerte de biografía. La protagonista es Jennifer Doudna quien, en 2020, recibió el Premio Nobel de Química junto con Emmanuelle Charpentier. ¿La razón? Aquí está la clave. Fue por el desarrollo de una herramienta (CRISPR/Cas9) para la edición del genoma. Algo en lo que, por cierto, habían estado trabajando por décadas. A grandes rasgos, la serie de descubrimientos que permitieron la creación de tales herramientas se basa en la replicación de ciertos mecanismos por medio de los cuales las bacterias llevan millones de años defendiéndose de los virus. Es decir, un proceso, cuando menos, ya existente en la naturaleza.
Walter Isaacson es un periodista del más alto nivel. No sólo fue CEO de CNN sino que ha participado en foros internacionales, es miembro de grupos que buscan resolver conflictos humanitarios, cuenta con varios grados honoríficos de diferentes universidades y, en los últimos años, ha escrito las biografías de diferentes genios (de DaVinci a Steve Jobs). La pandemia, las vacunas y su interés científico, lo llevaron a interesarse por el trabajo de Doudna, meses antes de que le concedieran el Premio Nobel.
El código de la vida no es un documento técnico, aunque contiene explicaciones tan detalladas como claras sobre los procesos que permiten a los científicos del más alto nivel descubrir los mecanismos bioquímicos con los que las células se defienden de los virus, por ejemplo. También cuenta las intrigas que existen en el mundo de la ciencia, donde la competencia y las envidias son casi irracionales, por paradójico que suene. Pero, sobre todo, muestra cómo el desarrollo de las vacunas no fue un proceso de sólo un año. Al contrario, si bien la llegada de la pandemia reorientó los esfuerzos de muchos investigadores y apresuró ciertas investigaciones, lo cierto es que el trabajo con estas particulares enzimas había comenzado muchos años atrás.
Esto último es relevante, pues sirve como un argumento para quienes dudan con razones sobre las vacunas disponibles. Sirve, también, porque permite entender conceptos que normalmente se escapan de nuestras capacidades intelectuales. Y, además, nos muestra un mundo habitado por héroes mucho más relevantes que un futbolista multimillonario o una celebridad extravagante. Es, incluso, una biografía bastante entretenida que se puede leer casi como novela.
Frente a la estulticia de gobiernos que aseguran que la pandemia está domada, que en el mundo no existe evidencia de epidemia en menores de edad, que el regreso a clases es evidente y que, incluso, deben hacerse dinámicas con globos inflados, nuestra responsabilidad como ciudadanos es informarnos. Saber es, ahora como nunca, una obligación y una respuesta. La que nos permitirá, en el mejor de los casos, salvar vidas o reducir riesgos. Las nuestras, las de nuestros seres queridos. Y eso es algo que también nos muestra el libro. A diferencia de otras disciplinas, cuando se habla de ciencia, el conocimiento tiene poco que ver con las opiniones y mucho que ver con los hechos.
Vacunémonos entonces, seamos prudentes con los regresos a una normalidad por demás inestable y cuidémonos. Ya está claro que mucha de la responsabilidad recaerá en nosotros.
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