Francisco Javier Pizarro
10/06/2021 - 12:01 am
Los pros y contras de las elecciones del 6 de junio
Las sumas y restas de los partidos más competitivos modificaron la geopolítica vigente a lo largo y ancho de la República.
Abordo este tema desde una perspectiva cualitativa, no cuantitativa, ya que tanto candidatos y dirigentes de los partidos políticos y coaliciones, medios de comunicación, encuestadoras, redes sociales, órganos electorales locales y el propio INE, e incluso el Presidente de la República en sus conferencias mañaneras, han ponderado las sumas y restas de los resultados de los votos de las candidaturas legislativas federales y locales, gubernaturas y municipales a lo largo y ancho del país, lo que sin duda es relevante pues nos informan quiénes ganaron y quiénes perdieron en la báscula electoral.
Seguramente en lo que resta de la semana algunos candidatos interpondrán imputaciones del proceso electoral al Tribunal electoral, lo cual, sin embargo, no modificará en modo alguno los cambios cuantitativos del mapa político de las entidades estatales y del país.
Las sumas y restas de los partidos más competitivos modificaron la geopolítica vigente a lo largo y ancho de la República. Morena dio un salto significativo en relación a las gubernaturas de las 15 entidades federativas de estas elecciones intermedias, ya que ganó 11 de ellas que, sumadas a las cinco obtenidas en las elecciones del 2018, le dan el control del 50 por ciento de los gobiernos estatales de la República.
En el ámbito legislativo federal tuvo también un significativo avance. Ganó 122 diputaciones de mayoría relativa y 78 plurinominales, esto es 200 escaños, los que, sumados a las 75 diputaciones de sus aliados del PT y PVEM, tendría una mayoría absoluta de 275 curules, que como dijo recientemente el Senador panista Gustavo Madero, es “mayoría suficiente para aprobar todas las leyes y presupuestos que quiera”, que ingenuamente la coalición “Va por AMLO” lo daba por descontado.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Tuvo Morena, un drástico descalabro electoral en la Ciudad de México, eje central de Andrés Manuel López Obrador durante el periodo de su regencia en el entonces Distrito Federal y ahora como Presidente de la República.
Morena perdió 10 de las 16 demarcaciones, lo que, indudablemente, social y políticamente es un impacto no solo cuantitativo para Morena, sino también cualitativo para la 4ta Transformación.
Las versiones de que ello fue en castigo del trágico descarrilamiento de la Línea 12 del Metro que dejó una estela de muerte (cuya cepa aún no se ha aclarado), y/o consecuencia (como dijo el Presidente de la República) de la “guerra sucia” y “bombardeo de medios de información”, los cuales tienen una influencia aquí, más que en ninguna otra parte… por lo que la campaña de desprestigio tiene mayor efecto”, versiones que desde mi punto de vista no son la “causa de lo causado”.
Mi percepción es otra. Creo sinceramente que ese ramalazo electoral es resultado de cuatro vertientes nefastas en que ha incurrido la dirigencia nacional de Morena:
La primera es el desmantelamiento de su estructura organizativa y abandono de la capacitación de los militantes auténticos; la segunda su desvinculación con el pueblo, trabajadores y organizaciones sociales; la tercera –que es la más lamentable–, el desinterés e indiferencia del proyecto social de la 4ta Transformación que impulsa el Presidente de la República y su Gabinete, que, entre paréntesis, requiere ser renovado en las áreas más problemáticas, entre ellas, el de la inseguridad pública.
A Mario Delgado, dirigente nacional de Morena y sus “tribus”, no les cayó el veinte de que el voto ciudadano es eje fundamental de todo proceso electoral; que las preferencias ciudadanas son determinantes a favor o en contra de los resultados electorales en función de los proyectos socio políticos que ofrecen en bien de la democracia participativa de la sociedad, no solo de la democracia representativa, atiborrada de falases y vacuos discursos y, por si fuera poco, de ridículos y grotescos actos propagandísticos.
No conciben que la democracia participativa de la sociedad es la que realmente regula la mecánica de la democracia representativa del sistema de partidos y el poder político.
Cierto es que –como aducen la mayoría de políticos– la democracia se sustenta en el Estado de derecho, la división de poderes, el sufragio universal, las elecciones limpias y honestidad y congruencia del sistema de partidos.
No menos lo es que esos mecanismos de la democracia representativa abren camino a la democracia participativa, se inserten en el sistema social de la que es parte, no en las relaciones de poder, como suele ocurrir ya que, por lo general, no se estructuran habitualmente con la sociedad.
Dicho de manera más coloquial: para los ciudadanos la democracia participativa no depende de la pluralidad y polarización política de los partidos, sino del diálogo social mediante el cual se entrelazan consultas, intercambio de información entre actores sociales diversos y gobiernos sobre temas de interés comunitario con el fin de alcanzar decisiones apoyadas en el consenso, no en la confrontación.
Concluyo: El Presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró sentirse “feliz, feliz, feliz” por la masiva participación de los ciudadanos y los resultados electorales que obtuvo su partido. No debería confiarse. Viene la revocación de mandato.
Ya que se declaró cristiano horas antes de la contienda electoral, debería recordar que Jesucristo –que él califica como “el luchador más importante que ha habido en el Mundo”– fue crucificado cuando Poncio Pilato dio a elegir a los judíos a quién soltaba o daba libertad: a Jesús el Nazareno (el mesías) o a Barrabas (el ladrón).
El pueblo enajenado y manipulado por los envidiosos sacerdotes gritó a mansalva: «¡Barrabas, barrabas, barrabas! No vaya a ser el Diablo”, y tenga que enfrentar un atrevimiento análogo. Recuerde el dicho popular: “Si Dios no te da hijos, el diablo te da sobrinos”.
Veremos y diremos qué nos depara el destino.
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