Tomás Calvillo Unna
14/04/2021 - 12:05 am
La fragilidad de lo contundente
Si tan solo pudiéramos enfocar esta ausencia que llevamos, retornaría tal vez la pregunta de cada quien tan necesaria.
Si fijamos bien la mirada,
advertimos que la ausencia nos rodea:
ese no saber, ese anhelo que se dilata y se extravía;
esa inquietud que no encuentra respuesta alguna;
esa pasión que no alcanza a cifrar su instante;
la razón en su laberinto, al abrir puertas y levantar muros;
el camino sin destino que asume la historia;
las palabras que se pierden sin eco alguno;
la visión que no alcanza y se disipa en su fuga perpetua;
la oración que escala y se entierra;
la angustia innata de saberse en el vasto río de la premura;
el cielo que se aleja y proviene de dentro;
las fórmulas del saber,
en la hoguera de un asombro que se ignora;
el tejido de luz de lo concreto,
que en su densidad acumula el dolor;
los rituales encadenados a la erosión de la tierra;
los engranajes de la sobre vivencia en su crujir endémico;
el conocimiento en su insatisfacción atrapado;
la música, pintura, danza, poesía,
aglomeradas,
incineradas en su multiplicación,
dispersas en su sentir;
el arte estrujado de lo total,
una quimera más entre parpadeos;
la conciencia en su intermitencia
débil y cercenada;
la soledad preñada de caprichos
horadada y esquiva;
el humor crispado de soberbia,
su ahogado enojo;
una alquimia fallida en su desproporción.
Convertimos lo sagrado en profano para buscarnos
y perdimos nuestras propias huellas.
La encrucijada de ser dioses,
nos cobra ya muy caro el inhalar y exhalar:
acumulamos nuestros propios despojos;
el perdido paraíso de los deseos,
la basura nuestra de cada día;
el humo negro de los delirios,
sus columnas sembradas en los vientos.
Este paisaje tan antiguo y presente
en su extrañeza impecable y dominante.
Si tan solo pudiéramos enfocar
esta ausencia que llevamos,
retornaría tal vez la pregunta de cada quien
tan necesaria.
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