Jorge Alberto Gudiño Hernández
27/02/2021 - 12:05 am
Más sobre la educación
Aquí, de entrada, llevamos un año con una suspensión absoluta de lo presencial sin que algo permita pensar en flexibilizarlo. Y eso es algo que afecta a los niños, a sus padres, a la economía en general.
Dentro de tres semanas se cumplirá el primer año sin clases presenciales. Las expectativas más optimistas aseguran que los niños, adolescentes y jóvenes habrán perdido, al terminar la pandemia entre uno y medio y dos años de educación en el aula. Es decir, dos ciclos para la educación básica y hasta cuatro para la superior o universitaria. México, además, es uno de los países que ha cerrado por completo las escuelas desde marzo de 2020, sin regresos híbridos ni mayores alternativas que las ofrecidas por la televisión o cualquiera que sea lo que hagan los colegios privados. Es ése el escenario que le espera a los estudiantes de nuestro país.
Da la impresión de que no se ha hablado lo suficiente del tema. Sabemos que, al menos en lo que respecta a la educación básica, las diferencias se han acentuado. Basta ver un día los programas educativos de los diferentes grados escolares para concluir que éstos no sustituyen la presencia de un maestro en el aula. Aunque en un nivel muy diferente, los esfuerzos de algunas escuelas particulares, que atiborran a los niños de videoconferencias o utilizan la tecnología para diversificar las formas de enseñanza, tampoco son suficientes.
Si la discusión en torno a lo que se está haciendo no ha profundizado, mucho menos la otra, la que se ocupe de analizar lo que haremos con los resultados de estos procesos.
Da la impresión de que lo único que importa (claramente es importante pero no es lo único) es saber cuándo regresarán los alumnos a clases. El componente de esta decisión parece estar sólo en el terreno de lo sanitario: serán las autoridades de salud quienes definan cómo se llevará a cabo ese regreso. Tampoco es que haya mucha discusión al respecto pese a que, en realidad, sí hay muchas posturas diferentes en otros países. Bastaría con analizar lo que ha sucedido allá o acullá, siempre en el entendido de que todo el mundo está experimentando. Aquí, de entrada, llevamos un año con una suspensión absoluta de lo presencial sin que algo permita pensar en flexibilizarlo. Y eso es algo que afecta a los niños, a sus padres, a la economía en general.
Vuelvo a lo que me interesa y me ocupa: la educación básica. Tengo dos hijos en primaria. Noto, en el esfuerzo de sus maestros, un compromiso para que aprendan. Por nuestras circunstancias vitales, tenemos oportunidad de acompañar sus procesos escolares. Pese a ello, es fácil concluir que no están aprendiendo lo que deben, ya sea a nivel conocimientos, ya en el de las habilidades o en el de las competencias. Hay una diferencia clara entre lo que deberían aprender y lo que aprenden. Y eso no es culpa de nadie.
El asunto es cómo se resolverá ese problema. He escuchado voces en un amplio espectro. En uno de los extremos, hay conformistas que sostienen que eso le está pasando a la humanidad entera y, entonces, el problema no se resolverá: tendremos que acostumbrarnos a una generación pandémica, la constituida por esos estudiantes que perdieron uno o dos años de su formación presencial. En el extremo opuesto, están los que ya comienzan a pedir que se agregue un año más a la educación de sus hijos: que repitan el último ciclo escolar en cuanto se regrese a clases. Si todos lo hicieren, se podría atenuar el problema. No suena tan mal.
Entre una y otra postura hay muchas más. Sin embargo, da la impresión de que no están puestas sobre la mesa, que no hay una profunda discusión pública en torno a lo que sucederá. El alivio de las vacunas y la vuelta a la normalidad parecen ser suficientes. En cuanto el semáforo esté en verde volveremos a la calle y a las escuelas, y estaremos tan contentos que no repararemos en ciertos problemas que acarrearemos. El educativo, el de la educación básica en particular, será uno de los peores. Lo podremos ignorar pensando que no pasa nada, que todos están igual, que ya para qué nos quejamos si hemos vuelto. También podemos comenzar con la discusión desde ahora. En una de ésas, podemos reducir el daño, cerrar las brechas entre lo que debió haber sido y lo que será. Es algo que, sin duda, tenemos que comenzar a discutir ya.
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