Un año después del primer caso de COVID-19 en el continente, África se mantiene a la expectativa de recibir vacunas contra el virus, si bien los países de la región han sabido controlar la pandemia a pesar de los inconvenientes en su sistema de salud. Ahora, África hace frente a una variante más contagiosa del virus.
Por Nerea González
Johannesburgo, 14 feb (EFE).- La pandemia de COVID-19 cumple este domingo un año desde la detección del primer contagio en África, un continente donde, tras casi cuatro millones de casos, la letalidad aumenta pero donde muy pocos países han podido empezar a vacunar.
En concreto, desde aquel primer caso confirmado en Egipto el 14 de febrero de 2020, África ha contabilizado 3 millones 740 mil 297 contagios, de los cuales 98 mil 187 desembocaron en fallecimientos, de acuerdo a los datos recopilados por el Centro Africano para el Control y la Prevención de Enfermedades (Africa CDC) de la Unión Africana (UA) hasta las 7 horas GMT de este domingo.
Durante los primeros meses de la pandemia, en la primera ola de infecciones, el coronavirus tuvo una expansión y una letalidad menores en África que en otros continentes, con la notable excepción de Sudáfrica, que en poco tiempo se puso a la cabeza de los contagios continentales y que a mediados de 2020 llegó a ser una de las cinco naciones del mundo más golpeadas por la COVID-19.
Los países africanos fueron, en general, aplaudidos por su rapidez a la hora de adoptar medidas drásticas que permitieron no sólo contener los contagios, sino también preparar un poco mejor los limitados sistemas de salud nacionales.
MÁS MUERTES Y UNA NUEVA VARIANTE DESCUBIERTA EN SUDÁFRICA
Actualmente, África está sólo empezando a salir de su segunda ola de infecciones, que se ha caracterizado por el aumento de la proporción de fallecimientos y por el descubrimiento de una nueva variante en Sudáfrica (501Y.V2 ó B.1.351), considerada un 50 por ciento más contagiosa.
De hecho, en esta segunda ola, por primera vez, la letalidad del coronavirus en África (2.6 por ciento) fue superior a la media global (2.2 por ciento).
«Las muertes por COVID-19 han aumentado un 40 por ciento en los últimos 28 días, en comparación con los 28 días anteriores», alertó esta semana la directora regional de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para África, Matshidiso Moeti, en una rueda de prensa virtual.
«El aumento de las muertes por COVID-19 es una trágica advertencia de que los trabajadores sanitarios y los sistemas de salud de muchos países están peligrosamente sobrecargados», recalcó Moeti.
Respecto a las nuevas variantes, en Sudáfrica, un país que acumula ya cerca de 1.5 millones de contagios, el SARS-CoV-2 501Y.V2 es ya claramente dominante, pero su presencia ha sido confirmada en al menos otros seis países: Botsuana, Comoros, Ghana, Kenia, Mozambique y Zambia.
De forma más limitada, África se enfrenta también a la variante del Reino Unido, que se ha detectado en seis países.
Por ello y dada la posibilidad de que otras variantes puedan surgir en el futuro, el Africa CDC ha pedido incrementar los estudios genómicos, aunque no todos los países africanos tienen la capacidad para mantener este tipo de vigilancia.
Las nuevas variantes no sólo preocupan por su potencial mayor capacidad de transmisión o gravedad, sino por las consecuencias que puedan tener en la eficacia de las vacunas existentes, diseñadas con la variante original del coronavirus en mente.
ÁFRICA, LA ÚLTIMA EN LA FILA DE LA VACUNACIÓN
El continente es prácticamente el último de la fila mundial en cuanto a la distribución de las vacunas contra la COVID-19 y sólo cinco han comenzado propiamente sus campañas nacionales de inmunización: Marruecos, Egipto, Argelia, Mauricio y Seychelles.
Al margen de eso, a finales de diciembre, por ejemplo, Guinea-Conakri comenzó una fase piloto de vacunación en 60 voluntarios de más de 50 años -entre ellos miembros del Gobierno y el propio Presidente del país, Alpha Condé- con la vacuna rusa Sputnik V.
También en Guinea Ecuatorial una reciente donación de China permitió aplicar algunas dosis en los últimos días.
Pero, en general, la mayoría de las naciones africanas aún no empezaron sus campañas de inmunización, mientras el mundo desarrollado acapara la producción internacional.
Al desafío que supone este inequitativo reparto se añade que la variante 501Y.V2 se ha mostrado más resistente a las vacunas concebidas para el coronavirus original, restándoles eficacia.
Por el momento, Sudáfrica ha suspendido sus planes de empezar a aplicar este mismo mes la vacuna de la Universidad de Oxford y AstraZeneca, después de que un estudio preliminar mostrase una protección muy limitada (22 por ciento) frente a la variante local, al menos en cuanto a los casos suaves y moderados.
Queda por determinar si, pese a estos datos, este tratamiento sí que protege de cuadros severos de COVID-19, ya que el estudio se realizó con pocas personas de grupos de bajo riesgo.
Otras vacunas, como la de Johnson & Johnson, Pfizer y Moderna sí que resultarían lo suficientemente eficaces contra el coronavirus dominante en Sudáfrica, según los primeros estudios, pero los hallazgos han hecho patente la necesidad de desarrollar vacunas específicas para las variantes que vayan apareciendo.
Pese a este revés, para los países africanos donde no se ha detectado el SARS-CoV-2 501Y.V2, las autoridades sanitarias continentales y la Organización Mundial de la Salud (OMS) mantienen la recomendación de seguir con la vacuna de AstraZeneca, que es a la que las naciones africanas van a tener pronto, en general, un acceso más amplio y fácil gracias a iniciativas como la plataforma global COVAX.