Jaime García Chávez
15/02/2021 - 12:00 am
Pandemia: la antinomia lopezobradorista
Es detestable simular humildad cuando se confiesa haber estado al cuidado de todo un equipo médico de alto nivel, impensable para cualquier mexicano de a pie.
El Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, está de regreso en las mañaneras, luego de su padecimiento por COVID-19, que lo obligó a recluirse en Palacio Nacional para su atención médica. Muchos mexicanos desearon su recuperación completa, cual debe ser, por un elemental sentido de urbanidad política. Su reaparición, como fue de esperarse, trajo sus pronunciamientos que nos permiten afirmar su reiterada práctica de desprecio por la ciencia y por la rica herencia de la Ilustración a la que tanto debe la humanidad.
Aparentemente es poca cosa que López Obrador se empeñe en no utilizar el cubrebocas en estos tiempos de pandemia. Que tenga desapego a una medida que su mismo Gobierno exhorta, y que lo haga con ambivalencia, nos da un buen retrato del sentido profundo que debe tener un Jefe de Gobierno y estado en torno a la legalidad y a la constitucionalidad. El tabasqueño suele incurrir en contradicciones en una sola mañanera.
Primero aduce que “una autoridad tiene que dar el ejemplo” cuando le preguntan si se ha vacunado. Y reitera: “No es posible que por ser Presidente o tener el cargo más importante de la República, se actúe en una circunstancia como esta, con influyentismo, dando mal ejemplo, de que, como soy el Presidente, a mí me tienen que vacunar primero. No. Tenemos que pensar en la igualdad. Todos somos iguales, y la autoridad es la más obligada a actuar de manera consecuente. No se puede estar diciendo una cosa y haciendo otra”.
Esto lo afirmó el pasado lunes 8 de febrero, durante su reaparición pública. El contraste vino cuando le preguntaron que si a partir de su contagio y posterior recuperación ahora sí usaría el cubrebocas. Con rodeos, al final respondió que no. Y he aquí el argumento que se contradice con el tema de la ejemplaridad:
“Me enfermé porque no me vacuné, no abusé, como otros jefes de Estado. Y cómo es que se vacunan esos jefes de Estado, esos presidentes, esas personalidades, con el pretexto o la argucia de que de esa manera ellos dan el ejemplo para que la gente, ¡fíjense la triquiñuela!, para que la gente tenga confianza y no le tema a la vacuna, ja, ja, ja. De eso no habla la prensa conservadora”.
—Pero, ¿usted va usar cubrebocas, sí o no?
—No, no. Ahora, además de acuerdo a lo que plantean los médicos, ya no contagio.
—El doctor Gatell ha dicho que incluso las personas vacunadas tendrían que usar el cubrebocas.
—No, no. Y respeto mucho al doctor Gatell.
Es detestable simular humildad cuando se confiesa haber estado al cuidado de todo un equipo médico de alto nivel, impensable para cualquier mexicano de a pie. El tufo de la virtud se convierte en el más pestilente de los hedores. Qué es más grave, me pregunto, que un Presidente de un país, con las altas responsabilidades que le atañen se enferme y trastoque sus actividades fundamentales en las que se incluye la vida de millones de personas, que llegue a morir avivando enormes contradicciones y costos de todo tipo para restaurar la ocupación de la institución presidencial, o que simplemente se vacune y esté sano para mantener el timón entre sus manos.
Pero el Presidente no piensa así, y recurre al discurso de la igualdad, desmintiendo las mismas políticas públicas que preconiza quien jefatura la lucha contra la pandemia en el país y que precisamente es el propio Presidente de la República por disposición constitucional. A nadie se convence con argumentos como aquellos que aducían historiadores soviéticos que narran que en plena hambruna Lenin no se comía el pan que le ponían en la mesa. Y así podemos hablar de otros dictadores.
Hay una reflexión que se impone y que tiene que ver con nuestro sistema constitucional que protestó guardar y hacer guardar López Obrador, en este momento en el que él, lejos de fortalecer las líneas de acción contra la pandemia, nos viene con la idea de que “no hay autoritarismo”, que está “prohibido prohibir”, que “todo es voluntario”, fraseología con la que evade respuestas puntuales: nuestro sistema constitucional dispone muy claramente que el ejercicio de ciertos derechos se pueden restringir y suspender, y exceptúa para bien y claramente los ámbitos donde esto no es posible, especialmente cuando se trate de una pandemia que, a decir de algunos expertos, es la primera de un ciclo que amenaza a la humanidad.
Esta visión nos daña a todos en este momento que debiera haber gran disciplina social, para ir saliendo de esta crisis de salud. Que el Presidente diga que lo que ha de imperar es una anarquía en la que cada quien pueda hacer lo que quiera, empezando por él, que no se cala el cubrebocas, es una irresponsabilidad superlativa, un pueril desafío a la ciencia y un desdén por la rica herencia, documentada prolijamente, de la Ilustración.
Benito Juárez figura en la simbología del populismo actual. López Obrador se asume experto –y heredero– en la República Restaurada que se instaló luego de la derrota del Imperio de Maximiliano, y por tanto debe saber que el sistema constitucional establece mecanismos que salvaguardan la libertad y los derechos humanos, en mérito de lograr altas metas. Para nadie es desconocido que Juárez fue dotado de facultades extraordinarias y se vio envuelto en estados de excepción para construir una república constitucional afectada por convulsiones y asonadas en todo nuestro territorio, y que siempre primó la vigencia constitucional, con todos sus derechos, a la excepcionalidad, aunque después se haya entronizado el Porfiriato, pero esa es otra historia en la que, a decir de Daniel Cosío Villegas, no hay una solución de continuidad.
No siempre una apología de la libertad representa un compromiso con la misma, como nunca apestar a virtud y humildad significa que se asuman de manera genuina tales condiciones.
12 febrero 2021
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