Gustavo De la Rosa
09/02/2021 - 12:03 am
El tránsito de los viejos por el año del COVID
Los mayores de 70 que amanecimos vivos en febrero y nos llenamos de paciencia para esperar que finalmente nuestro país pueda adquirir y administrar las vacunas antes de que llegue la plaga a nuestros hogares, entre angustia y soledad, risa, alegrías y esperanzas, hemos sobrevivido al año del COVID.
El 2020 fue diferente para los jóvenes, para los viejos, para los ricos y los pobres, y para los campesinos y los citadinos; ese año representó la desigualdad en la tierra.
Los que tienen más de 70 años transitaron el año con cierta zozobra agridulce y amargura permanente; ciertamente que no celebraron la llegada del nuevo año en diciembre de 2019 con tanta esperanza como los jóvenes, aun así, finalmente había terminado un año de acomodo en el país, durante el cual la oposición hizo todo lo posible para que México se pareciera a Venezuela, y de observar al país vecino bajo el imperio de Trump, que no fue precisamente la experiencia más agradable.
Empezó un nuevo año y había signos esperanzadores, como el inicio de cualquier nuevo ciclo; los viejos, siendo un tanto supersticiosos por la repetición de cifras del 2020, lo recibieron con gusto, considerando que traía consigo buenos augurios; aunque, a lo mejor, nos enviaba un mensaje de alerta (recuerdo aquella frase del vidente a César: “cuídate de los idus de marzo”).
Así, llegó fatídico el tercer mes del año y México ya no era ajeno a la peste del COVID; la sensación de angustia que sintieron los viejos, que saben ocultarla callando, fue creciendo en su pecho y muy pronto tuvieron claridad de que esta epidemia, que debilita el organismo, iba a empezar acabando con los que más habían vivido.
Pronto pasamos de la poesía a la realidad y la tragedia del vecino; la soledad del joven que lloraba indignado la partida de su abuelo se convirtió en estadística y el consejo de sana distancia, de quédate en casa y cúbrete la cara, no recibas a nadie, significó la soledad, porque ni los hijos o nietos podían visitarlos.
La tristeza los invadió al enterarse de la caída de los amigos, desde el más cercano hasta el más lejano se fueron (y con bastante frecuencia); ellos mismos cayeron, convirtiéndose en esa despreciable estadística que los funcionarios de salud intentaban explicar sin éxito, porque no hay nada que pueda explicarle a una niña de 15 años por qué murió de manera adelantada su padre, sólo porque tenía sobrepeso.
Quienes habían evitado la pandemia disfrutaban de una extraña alegría al volver a despertar con vida, aunque también tristeza y, a veces, llanto; sin embargo, el debate sangriento, insensible e inmoral de quienes aprovechaban esta tragedia, convertida en números, para golpear a quien está en el poder, sonaba al oído de los viejos como una especie de burla.
Como la risa de una hiena africana, la mofa los despertaba en la noche, antes del amanecer, diciéndoles a través de las paredes: “muérete, muérete, muérete, te necesitamos muerto para decirle al Gobierno que se equivocó en sus datos, que nosotros sí te incluimos en la lista de cremados”.
Pero ya ha terminado el año fatídico y 2021 inicia con la esperanza de que aquellos viejos que la libraron podrán llegar al verano, y tal vez a la próxima Nochebuena, porque hay noticias genuinas de un plan de vacunación, aunque pinta difícil y complicado porque se tendrá que vacunar a todos los trabajadores de la salud, a todos los viejos, a sus hijos, nietos y, en algunos casos, bisnietos.
Los mayores de 70 que amanecimos vivos en febrero y nos llenamos de paciencia para esperar que finalmente nuestro país pueda adquirir y administrar las vacunas antes de que llegue la plaga a nuestros hogares, entre angustia y soledad, risa, alegrías y esperanzas, hemos sobrevivido al año del COVID.
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