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ENSAYO | Y la realidad superó la ficción en el 2020… El resurgir de las distopías en la literatura

26/12/2020 - 12:02 am

¿A qué se debe el auge de las tramas distópicas en el cine, las series y la literatura? En un panorama de tanta incertidumbre como el que vivimos, de cambio climático, crisis económica, el resurgimiento de la extrema derecha y, por supuesto, epidemias globales, es lógico preguntar quién copia a quién, ¿la realidad a la ficción o la ficción a la realidad?

Ahora que una crisis mundial se abalanzó sobre nosotros en el 2020, revisamos el camino de autores visionarios que escribieron sobre futuros desconcertantes. Sociedades con nula interacción humana, donde la inteligencia artificial nos rodea y la red, cada vez más intuitiva, es nuestra única fuente de entretenimiento.

Por Jesús Gil Vilda

Ciudad de México, 26 de diciembre (Culturamas).- En su sencilla pero hoy relevante novela El sol desnudo (1957), Isaac Asimov nos lleva a un planeta llamado Solaria, en el que solo viven 20 mil humanos aislados los unos de los otros sin proximidad ni contacto físico, salvo por las relaciones esporádicas con sus cónyuges, que mantienen con cierto asco para preservar la especie.

Viven en gigantescas casas solariegas, a mucha distancia los unos de los otros, y ayudados por robots que hacen todo el trabajo. La carencia de relaciones directas con otros seres humanos los ha convertido en agorafóbicos y misántropos… ¿Ven alguna similitud con nuestra situación mundial actual?

Es como si los escritores, los creadores de mundos, hicieran ejercicios de escapismo ante la realidad poco halagüeña que se avecina. En junio de 2016 publiqué el artículo «El resurgir de las distopías”, en el que reflexionaba sobre el auge de las distopías en los medios narrativos de masas, novela, cine y series. Me preguntaba en aquel artículo si una gran crisis real con tintes distópicos no estaría a punto de abalanzarse sobre nosotros… Y en el 2020 la ficción ha usurpado a la realidad.

Desde entonces, la tendencia ha seguido al alza. Parecería como si Netflix se hubiese creado para asfixiarnos con futuros apocalípticos. Hace cuatro años me preguntaba si este fenómeno no sería comparable al del nacimiento de la ciencia ficción en la primera mitad del siglo XX, presagio de la inestabilidad política y bélica posterior (después vendría la Guerra Fría y décadas llenas de ovnis y futuros espaciales).

EL RESURGIR DE LAS DISTOPÍAS

En 1960, el escritor inglés J. G. Ballard publicó un relato distópico titulado The Sound-Sweep que inspiró la famosa canción Video Killed the Radio Star de los Buggles. En él, un niño mudo con un oído hipersensible se hace amigo de un cantante de ópera que malvive en un estudio de grabación abandonado. En ese futuro inventado, todos los músicos han caído en desgracia después de que la composición y la interpretación musicales hayan pasado a ser ejecutadas por máquinas.

Imagen Del Escritor Inglés J G Ballard Foto Especial

En el plano de lo real, cuatro décadas antes, en los años veinte del siglo pasado, la ambición por derribar el arte burgués y encontrar estéticas nuevas, llevó a un puñado de músicos soviéticos a inventar máquinas musicales. Para entender de lo que hablaba esta gente: Arseni Avraámov, por ejemplo, llegó a decir que Bach había sido un criminal de la Historia, que había deformado el oído a millones de personas. Y pidió al Comisario Popular que quemara todos los pianos existentes en la Unión Soviética. Afortunadamente no le hizo caso.

La relación entre la tecnología y el arte ha sido desde la segunda mitad del siglo XX muy estrecha, tanto en el plano creativo, lo que la tecnología permite hacer que antes no era posible, como en los temas. Fue la adoración tecnológica la que hizo que apareciera la ciencia ficción como género, de serie B en general, salvo por autores excepcionales como H.G. Wells o Ray Bradbury. Fue la mezcla de tecnología y oscuros horizontes políticos la que puso de moda las distopías, como el mencionado relato The Sound-Sweep.

Imagen De Hg Wells izquierda Y Ray Bradbury derecha Foto Especial

No hay mes que no se publique una novela nueva sobre un futuro distópico. Pero lo interesante es que muchas de ellas no podrían catalogarse como «narrativa comercial» (siguiendo esa desafortunada clasificación empleada por las editoriales, como si lo “comercial” fuera sinónimo de malo y lo “literario” de calidad), ya que sus autores muestran un cuidado gusto por la estética literaria, la coherencia argumental y personajes matizados. Será que, una vez más, nos encaminamos hacia oscuros horizontes políticos, ya que no solo los autores parecen interesados en estos temas y estéticas sino también muchos lectores, a juzgar por el éxito comercial actual de 1984, éxito de ventas de unos años para acá, tanto en países hispanohablantes como en EU.

Y es esta novela la que sin duda sigue marcando la pauta, y ahora más que nunca, cuando ese Gran Hermano ya está aquí en forma de red todopoderosa y dueña de nuestra intimidad. Orwell, que escribió 1984 para profetizar un mundo dominado por el comunismo, solo se equivocó en dos cosas: el régimen (al final ha sido el capitalismo el que nos ha llevado al control de la intimidad) y el título (me pregunto por qué no la tituló Gran Hermano).

¿A qué se debe entonces este auge de las distopías? Cuando surgieron, la humanidad estaba inmersa en una lucha fría entre dos concepciones de la sociedad: el capitalismo y el comunismo, y además se daba una frenética carrera por el desarrollo científico en todos los ámbitos imaginables: aeroespacial, ciencia de materiales, medicina, energía, cálculo computacional, genética y un largo etcétera. La ciencia como diosa salvadora de la humanidad resultaba mucho más prometedora en los años setenta que la idea de que alguien apretase el botón nuclear. La ciencia no conforma el núcleo central de los relatos distópicos, como ocurre en la ciencia ficción, pero sí es necesaria para darles un sustrato de “realidad”. ¿Qué está pasando entonces? ¿Se dan de nuevo estos dos ingredientes, efervescencia científica y futuro político incierto?

Por un lado, nos hallamos inmersos en la era de las tecnologías de la información (las cuales arruinan cualquier argumento de suspense, porque siendo todo accesible con un click o teléfono móvil, ya ningún personaje es ilocalizable, lo cual permitía antes llenar un montón de páginas hasta que el protagonista daba con él). Y por otro lado, sí parece que haya incertidumbres suficientes en el horizonte: cambio climático, terrorismo religioso, posible ruptura de la Unión Europea, crisis económica sistémica, auge de la extrema derecha y, desgraciadamente, otro largo etcétera. Los norteamericanos, visionarios como siempre, ya se dieron cuenta de ello y fríen a los adolescentes con un éxito cinematográfico tras otro sobre distopías de todo tipo.

En este mundo tecnificado de inmediatez y accesibilidad, la comunicación ha dejado de ser un tema literario. La esperanza para las artes narrativas puede estar en que, como ha sucedido ya antes, las revoluciones tecnológicas y científicas suelen ir acompañadas del aumento de las desigualdades sociales (las élites no suelen utilizar la tecnología para el bien común) y por tanto, la combinación de ambas, la tecnología abrumadora y la injusticia, constituye terreno abonado para la creatividad narrativa y artística.

En este sentido, la literatura profética lo es también metaliterariamente. Es decir, si reaparece como fenómeno, quiere decir que algo va a pasar. Tal vez ninguno de sus vaticinios se cumpla escrupulosamente, pero con mucha probabilidad, el mundo sí cambiará de alguna forma discontinua e irreversible.

***

Imagínense un mundo en el que las interacciones entre humanos van a la baja, la red es nuestra única fuente de evasión y entretenimiento, una red cada vez más rápida e inteligente, con algoritmos capaces de clasificar nuestros gustos e incluso nuestras pulsiones inconscientes. Imaginen un mundo en el que más del 50 por ciento de los trabajos actuales los hacen robots y dispositivos varios de inteligencia artificial, un mundo en el que el ocio ocupa la mayoría de nuestro tiempo, ocio en la red, un mundo en el que la natalidad sigue a la baja y las drogas y la eutanasia han sido legalizadas.

¿Quién copia a quién? ¿La realidad a la ficción o la ficción a la realidad?

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Redacción/SinEmbargo
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