La autora española Marina Perezagua entrega una novela sobre tráfico de órganos, pecados que deben redimirse, actos de amor que buscan purgar culpas y venganzas que intentan restablecer la armonía. Una historia sobre dos familias y dos continentes, sobre la esencia del ser humano y el destino.
Los órganos de un hombre son objeto de tráfico y su corazón acaba alojado en el pecho de un norteamericano. Según la tradición, si el corazón no se entierra con el muerto éste jamás descansará en paz, por lo que los herederos del difunto deben traer el órgano de vuelta a China…
Por Ricardo Martínez Llorca
Ciudad de México, 2 de enero (Culturamas).- En la narrativa de Marina Perezagua (Sevilla, 1978) existe una conciencia de saber que es capaz de superar los escollos literarios que se plantea, que son bastantes y suelen ser muy serios. Entre los libros de relatos, la potentísima novela Yoro y este Seis formas de morir en Texas, Marina tuvo que tomarse un respiro necesario a través de un homenaje al gran clásico, que también era una visión cáustica de la sociedad contemporánea, en Don Quijote en Manhattan.
Seguramente no siempre conviene estar enfrascada en un proyecto del que uno va saliendo, a diario, con el alma hecha un harapo a base de desgastarla en un ejercicio de empatía duro y arriesgado. Porque Perezagua se imagina en una situación compleja, al límite, dentro de la piel de un personaje mutilado, desesperado y sin la posibilidad de mover las piernas para salir corriendo, a la que se le plantea un conflicto de una dificultad estremecedora.
Y lo va a resolver sabiendo que tiene que poner todo su buen hacer literario, estructural, de pulso, de recursos narrativos y de prosa, al servicio de ese estremecimiento. Conseguirlo a lo largo de casi trescientas páginas es algo que solo está al alcance de quien, sin duda, es una de las mejores escritoras vivas de nuestra lengua.
Sabemos que habrá una buena historia, un dilema que aprisiona el aliento: una chica ciega, de dieciséis años, asesina a su madre; su padre recupera la relación con ella mientras está en el corredor de la muerte, y le hace la terrible propuesta de entregarle su corazón en el momento de la pena de muerte. La respuesta de la chica no puede ser menos complaciente, pues a cambio necesita las córneas de él para recuperar la vista, cuando todo lo que va a ver en los años que pasará en prisión está regado por luces fluorescentes y limitado por paredes blancas.
Desde el inicio, el narrador nos da cuenta de la brutal imaginación que tendremos que poner en marcha para seguir la historia o, para ser más exactos, el conflicto. Perezagua recupera la esencia de los clásicos literarios en ese sentido, vuelve a colocar el conflicto por delante de la trama, y entra en el cuerpo del personaje valiéndose de la literatura epistolar. La chica ha crecido y se ha ido formando culturalmente, hasta alcanzar una capacidad expresiva sorprendente y dotarse de una erudición, y de una serie de anécdotas más o menos científicas, que funcionan encajándose en la historia central de forma atronadora.
A través de las cartas que la protagonista envía a su padre, y algunas a una suerte de enamorado de origen chino (no se sabrá cómo está vinculado hasta el final, con un toque de desesperanza metempsicótica), experimentamos cómo a ratos la vida sucede como un oficio, y en otros nos limitamos a la búsqueda de un sentido más o menos tierno, más o menos seguro. Lo importante, como en el personaje central de Yoro, vuelve a ser la creación de una nueva vida y de nuevo los cuerpos son los que generan los límites. La primera cárcel a la que nos enfrentamos, o que podemos vivir como tal, es un cúmulo de piel, huesos, carne y sangre, que no carece de imperfecciones.
Con este planteamiento, asistimos a la tortura de la espera y nos relacionamos con ella: aguardar al sacrificio propio, desde la esencia más humana de la bonhomía, o de su forma más sencilla, eso que se conoce como generosidad. Para conseguir que suba de volumen el trance, el libro nos habla acerca de las aberraciones cometidas por el tráfico de órganos, que hasta incluyen extracciones en vivo. Esto último se practica en la China retratada, a merced del odio a un colectivo indefenso y gracias a que la avaricia se ha apoderado del último recurso humano que quedaba en el planeta, nuestros cuerpos, que en la literatura de Perezagua son nuestras almas.
Con estos mimbres e intenciones, a las que la autora responde con un trabajo encomiable y un talento para la escritura que deja en evidencia a tantos escritores contemporáneos, Perezagua vuelve a construir una novela que nos lleva a plantearnos la cuestión esencial: no importa de dónde venimos ni quiénes somos, pero deberíamos pensar hacia dónde vamos. Porque en este viaje no estamos solos, porque estamos acompañados de otros cuerpos, de otras sensibilidades, de otros sentimientos.