A fines de octubre y en medio de una humareda que salía de casas improvisadas, la policía argentina desalojó a la fuerza a centenares de familias que se habían instalado hacía meses ilegalmente en una zona de Buenos Aires, un reflejo de la pobreza y la falta de vivienda en ese país, que se reproduce en otras partes del continente.
Ciudad de México, 21 de diciembre (AP).- Al inicio del 2020, la pandemia del nuevo coronavirus parecía lejana en América Latina. Pero tan pronto arribó a la región —entre fines de febrero y principios de marzo— comenzó a impactar con dureza a varios países, desnudando probablemente como nunca antes el rostro de la miseria y los precarios sistemas de salud pública, y convirtiéndola en una de las más golpeadas por el número de muertos.
Imágenes del cadáver de una mujer tirado en la calle mientras era desinfectado en Ecuador y el de migrantes venezolanos cargando un ataúd de un hombre que murió supuestamente de COVID-19 en una colina empinada y polvorienta en una zona de clase trabajadora en Perú mostraron pocos meses después pasajes dramáticos de la crisis, que se hicieron frecuentes.
A lo largo del año, todo giró en torno a la pandemia y sus efectos, aunque la presencia del virus no detuvo las protestas masivas contra abusos de la policía, como en el caso de Colombia; las registradas en el primer aniversario del estallido social en Chile, que derivaron en ataques y quemas de iglesias católicas, y las inéditas impulsadas por jóvenes en el Perú que obligaron a la renuncia de un presidente interino tras la destitución del mandatario Martín Vizcarra.
Utilizando sus equipos de protección personal y tomando rigurosas medidas de bioseguridad, el equipo de fotógrafos de The Associated Press en la región logró documentar esos hechos, así como otros que no pasaron inadvertidos al lente, incluidos los incendios forestales en Brasil y la arriesgada migración por tierra de los centroamericanos hacia Estados Unidos, que continúa a pesar de la pandemia y a los obstáculos en el camino impuestos por los gobiernos.
La foto de un jaguar agachado sobre una área quemada por los incendios en un parque natural en el estado brasileño de Mato Grosso, en septiembre, golpea.
La migración, por otra parte, siguió exponiendo la vida de muchos en Centroamérica, como en el caso de un hondureño en silla de ruedas que es ayudado a subir a la parte trasera de un camión en un sector de Guatemala mientras intentaba avanzar con un grupo hacia el norte a inicios de octubre.
Ecuador fue uno de los epicentros iniciales de la pandemia. Y ahí hubo imágenes dantescas de cadáveres abandonados en las calles, principalmente en Guayaquil. Posteriormente se registraron escenas similares en la capital del país andino y meses después en algunas ciudades de Bolivia, a raíz del colapso de las funerarias y cementerios.
Después de Estados Unidos, Brasil lideró el número de contagios y muertes en el continente. Una de sus ciudades más azotadas a mitad de año por la pandemia fue Manaos, en el corazón del Amazonas, donde trabajadores funerarios se adentraron a una comunidad para trasladar en bote el cadáver de una mujer de 86 años a través de un río.
En Chile, otro país de Sudamérica que vio rebasado su sistema hospitalario debido a un alto número de contagios, se registraron momentos desgarradores, como la del migrante peruano José Collantes que llora mientras observa el entierro de su esposa, Silvia Cano, quien murió por complicaciones de la COVID-19, en julio. El hombre no pudo incinerar el cuerpo de su mujer y llevarse las cenizas a casa.
La pandemia también expuso el deterioro y la escasez de suministros básicos como agua y aire acondicionado y médicos en Venezuela, otrora nación rica por su petróleo. Las consultas para nuevos pacientes con cáncer, por ejemplo, habían sido suspendidas por esas causas.
Es un país, por otra parte, donde la gente se las ingenia para conseguir algo de dinero y sobrevivir a la profunda crisis económica.
La COVID-19 ocasionó, a su vez, que en muchos países se incrementase el trabajo infantil luego del cierre de las clases presenciales, otro impacto duro para los sectores pobres que no cuentan con la tecnología a mano para seguir la educación virtual. En Chiapas, México, el niño Andrés Gómez trabajaba días enteros en una mina de ámbar luego de la clausura del periodo escolar en marzo. En Bolivia, cinco niños —entre seis y 14 años— ayudan en el taller de carpintería de sus padres por las mismas causas en El Alto, la segunda ciudad más poblada de ese país.
A fines de octubre y en medio de una humareda que salía de casas improvisadas, la policía argentina desalojó a la fuerza a centenares de familias que se habían instalado hacía meses ilegalmente en una zona de Buenos Aires, un reflejo de la pobreza y la falta de vivienda en ese país, que se reproduce en otras partes del continente.
Pero en Argentina, también hubo momentos esperanzadores, como el de una anciana de 84 años que festeja tras vencer al virus.
La pandemia está repuntando aceleradamente en las últimas semanas en buena parte de la región y muchos países están volviendo a imponer restricciones y cuarentenas parciales para frenar los contagios de una posible segunda ola a medida que se las camas en los hospitales se agotan.
Los gobiernos insisten en sus llamados a la población para que se protejan y se guarden en casa en Navidad y Año Nuevo, y a no relajarse a pesar de la luz de esperanza que arroja la próxima llegada de la vacuna contra el coronavirus a la región.