ADELANTO | Chernóbil 01:23:40, las historias humanas y los detalles políticos del desastre nuclear

05/12/2020 - 12:02 am

En una mezcla entre crónica de viaje y documento histórico, el autor escocés Andrew Leatherbarrow viaja al lugar y al tiempo donde todo cambió para siempre: Chernóbil. Un libro con todos los detalles técnicos, los protagonistas, las voces de las víctimas y los aspectos políticos y económicos que derivaron en el desastre nuclear.

Movido por una gran sed de entendimiento, Andrew materializó su expedición hacia la zona de exclusión de Chernóbil en esta investigación precisa y reveladora sobre la tragedia del 26 de abril de 1986. Inspiración para la popular serie de HBO.

Ciudad de México, 5 de diciembre (SinEmbargo).- Este libro reúne todos los aspectos para entender qué pasó y qué significa hoy en día Chernóbil: los detalles técnicos, explicados con claridad; las historias humanas, a través de las biografías de sus protagonistas y los detalles que dan voz a las víctimas; los aspectos políticos y económicos sobre cómo se fue gestionado el desastre nuclear. El resultado es un viaje al lugar y al tiempo donde todo cambió para siempre.

Andrew Leatherbarrow nació en la apartada campiña del norte de Escocia, donde estudió Informática en la universidad y trabajó como diseñador gráfico. Apenas recuerda la primera vez que sintió fascinación por Chernóbil. Ya de niño llegaban a sus oídos pequeños fragmentos de historias sobre aquella ciudad fantasma tras un accidente nuclear.

Ni siquiera sabía qué era un accidente nuclear, pero sonaba a ciencia ficción. Sin embargo, no era el accidente lo que llamaba su atención, sino la existencia de una ciudad real, tangible, que permanecía desierta en algún lugar del mundo. Se preguntaba cómo sería caminar por un lugar así, familiar y vacío, e imaginar cómo era antes de que la tragedia azotara.

Los años pasaron, creció y lo olvidó. Hasta llegar a la universidad, donde encontró una colección de fotografías de la zona de exclusión de Chernóbil. Después vino Fukushima y, movido por una insaciable curiosidad, Andrew empezó a buscar en la red imágenes del reciente desastre. La casualidad hizo que se topara con el anuncio de un viaje programado a Prípiat, a la zona de exclusión, y que encontrara una plaza de última hora. Él se unió a la expedición que le permitió acabar escribiendo este libro preciso y revelador sobre los errores que llevaron a la tragedia el 26 de abril de 1986.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de Chernóbil 01:23:40, una combinación entre crónica de un viaje, relato histórico y documento científico, y uno de los libros en que se basó la popular serie de HBO, firmado por el escritor escocés Andrew Leatherbarrow. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Océano.

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Capítulo 1

BREVE HISTORIA
DE LA ENERGÍA NUCLEAR

Entre los fenómenos conocidos por la humanidad, tal vez la radiación sea el que peor se comprende. Incluso hoy, cuando se sabe perfectamente cuáles son sus efectos, la palabra radiación sigue suscitando una exagerada reacción de temor en la mayoría de las personas. Durante las eufóricas décadas de estudio que siguieron a su descubrimiento a finales del siglo XIX, la gente, en su ignorancia, tenía una actitud más despreocupada. La investigadora más conocida entre los pioneros de la radiación, Marie Curie, murió en 1934 de una anemia aplásica contraída durante las décadas en las que se expuso (sin protección) a aquellas sustancias débilmente luminosas que guardaba en los bolsillos o los cajones de su escritorio. Junto a su marido Pierre, llevó más allá el descubrimiento crucial de los rayos X efectuado por Wilhelm Röntgen en 1895, trabajando incansablemente en «un cobertizo abandonado utilizado previamente como sala de disección de la Facultad de Medicina», dentro de los terrenos de la Universidad de París.

La propia Curie, en sus anotaciones, declara: «Uno de nuestros placeres consistía en entrar en la sala de trabajo por la noche… los tubos brillantes parecían lucecitas decorativas». Mientras investigaba el uranio, la pareja descubrió y bautizó nuevos elementos químicos, como el torio, el polonio y el radio, y ambos dedicaron mucho tiempo a estudiar los efectos de aquellas ondas tan inusuales que irradiaban estos cuatro elementos. Marie llamó radiación a esas ondas y su trabajo fue merecedor del Premio Nobel.

Hasta entonces, se creía que el átomo era la partícula más pequeña que existía. Se aceptaba que los átomos eran unidades indivisibles y que constituían las piezas de construcción del universo. La revelación de Curie de que la radiación se generaba cuando los átomos se rompían fue revolucionaria. Curie descubrió que el radio fluorescente destruía las células humanas enfermas más rápidamente de lo que destruía las células sanas, lo cual generó a principios del siglo XX un sector completamente nuevo que vendía las propiedades (imaginadas, en su mayor parte) de este nuevo y mágico elemento a un público mal informado e ignorante.

Algunas figuras autorizadas alimentaron esta moda, como el doctor C. Davis, quien escribió en el American Journal of Clinical Medicine: «La radiactividad previene la demencia, suscita emociones nobles, retrasa el envejecimiento y propicia una vida espléndida, juvenil y alegre». Esferas de relojes (de pared o de pulsera), uñas, tableros de instrumentos militares, miras de armas e incluso juguetes infantiles brillaban por efecto del radio, pintado a mano en las fábricas por jovencitas que trabajaban para la United States Radium Corporation. Las confiadas artesanas lamían sus pinceles (ingiriendo al hacerlo partículas de radio) para mantener afilada la punta durante su precisa labor, pero con el paso de los años sus dientes y cráneos empezarían a desintegrarse.

Radithor, el «arma moderna de la ciencia curativa» y una muestra de los diversos productos medicinales del radio de la época, se anunciaba jactanciosamente como una cura para el reumatismo, la artritis y la neuritis. Los cosméticos y los dentífricos de radio que prometían una piel y unos dientes jóvenes gozaron de gran popularidad durante unos años, al igual que otros productos que presumían de su condición de radiactivos: había condones, chocolate, cigarrillos, pan, supositorios, lana, jabón y colirios de radio, además del llamado radioendocrinador escrotal (del mismo genio que nos regaló el Radithor) para potenciar la virilidad, e incluso arena de radio para areneros infantiles, que su creador anunciaba como «más higiénica y […] más beneficiosa que el barro de los balnearios de fama mundial». La gente no tuvo conciencia ni admitió la verdadera peligrosidad del radio (que es en torno a 2,7 millones de veces más radiactivo que el uranio) hasta las décadas de 1930 y 1940.

El intenso trabajo para desvelar los secretos del átomo prosiguió durante los primeros años del siglo XX, en los que los científicos europeos realizaron importantes avances. En 1932, el físico inglés James Chadwick descubrió el neutrón, un hallazgo que le valió el Nobel. Era la pieza que faltaba para completar el rompecabezas. Con el descubrimiento de Chadwick se desentrañaba la estructura del átomo: un átomo se componía de un núcleo (la región central de protones y neutrones) rodeado de electrones. La era atómica había dado verdadero comienzo.

Varios años más tarde, en 1939, físicos como Lise Meitner, Otto Frisch y Niels Bohr determinaron que cuando el núcleo de un átomo se partía y generaba nuevos núcleos (un proceso llamado fisión nuclear) liberaba grandes cantidades de energía, y una reacción en cadena de fisión nuclear era algo factible. La noticia traía consigo la teoría de que, en potencia, tal reacción en cadena podía aprovecharse para generar un suministro infinito de energía limpia destinado a barcos, aviones, fábricas o viviendas; o también podía desatarse desde un arma de inmensa fuerza destructiva. Justo dos días antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Bohr y John Wheeler publicaron un artículo en el que sugerían que la fisión funcionaría mejor en un medio donde se introdujera un «moderador» para ralentizar la velocidad de los neutrones que se mueven en el átomo, pues con ello dichos neutrones tendrían más probabilidades de chocar y dividirse.

Cuando se conocieron mejor los peligros de los productos radiactivos y su popularidad en el ámbito civil se hundió, la desesperación y la urgencia de la Segunda Guerra Mundial trajo más avances extraordinarios en el sector. En un principio, Gran Bretaña era el país más comprometido con la tarea de desentrañar los secretos de un arma de fisión. Alemania tenía un programa nuclear, pero su interés principal era desarrollar un reactor de energía. Tras el ataque japonés a Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos (que antes se había concentrado en la propulsión nuclear naval) empezó a investigar la fisión con mayor profundidad y destinó enormes recursos al desarrollo de una bomba atómica. En un año, el primer reactor nuclear del mundo, Chicago Pile-1, fue construido en la Universidad de Chicago como parte del Proyecto Manhattan estadounidense, bajo la supervisión del Nobel de física Enrico Fermi. El reactor, descrito en una famosa frase por Fermi como «una rudimentaria pila de ladrillos negros y vigas de madera», alcanzó por primera vez el punto crítico (consiguió una reacción en cadena automantenida) el 2 de diciembre de 1942. Con el grafito como moderador, el reactor no tenía ni blindaje antirradiación ni ningún tipo de sistema de refrigeración.10 Era una temeridad, un riesgo enorme asumido por Fermi, quien hubo de convencer a sus colegas de que sus cálculos eran lo suficientemente precisos como para descartar una explosión.

Josef Stalin se enteró de que los Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania estaban investigando la fisión cuando un físico llamado Georgi Flerov, que regresaba del frente, advirtió que todos los estudios de física nuclear habían desaparecido de las revistas científicas internacionales de reciente publicación. El joven (que ahora cuenta con un elemento químico artificial bautizado en su honor: el flerovio) detectó que todos los artículos habían sido clasificados como confidenciales y escribió una carta a Stalin en la que insistía en la importancia de tal ausencia con estas palabras: «Construyamos la bomba de uranio sin dilación».11 El dictador tomó nota y dedicó más recursos a las posibilidades de la energía de fisión. Ordenó al prominente científico ruso Ígor Kurchátov que se centrara en coordinar la información del Proyecto Manhattan obtenida mediante el espionaje, y que iniciara una investigación secreta a fin de determinar qué necesitarían los soviéticos para construir una bomba. Para que el secreto fuera absoluto, Kurchátov puso en marcha un nuevo laboratorio oculto en la boscosa periferia de Moscú.

Las fuerzas aliadas declararon la victoria sobre Alemania el 8 de mayo de 1945, tras lo cual Estados Unidos centró su atención en Japón. Mientras tanto, Kurchátov había hecho rápidos progresos, pero seguía por detrás de los estadounidenses, quienes bajo la dirección de Robert Oppenheimer probaron con éxito el primer artefacto atómico a las 05:29:21 del 16 de julio de 1945, cerca de Alamogordo, Nuevo México.

Como era la primera vez que se realizaba un ensayo con un arma de potencial tan devastador y no se habían constatado sus consecuencias, Fermi se ofreció a aceptar apuestas de los físicos y del personal militar allí presente sobre si la bomba incendiaría la atmósfera y, en caso afirmativo, sobre si destruiría solo el estado o todo el planeta.

La explosión, cuyo nombre en clave era Trinity, abrió un cráter de 365 metros de diámetro y produjo temperaturas de «decenas de millones de grados Fahrenheit». Asustado por lo que habían presenciado, el físico George Kistiakowsky dijo: «Estoy seguro de que cuando llegue el fin del mundo, en el último milisegundo de existencia de la Tierra, el último hombre verá lo que acabamos de ver».14 Tan solo tres semanas después, el 6 de agosto, un Boeing B-29 Superfortress modificado para la ocasión dejaba caer la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima y sobre su población de 350.000 personas. La bomba convirtió 0,6 gramos de uranio en una potencia energética equivalente a 16.000 toneladas de TNT. Tres días más tarde, una segunda bomba fue lanzada sobre Nagasaki. Más de 100.000 personas, la mayoría civiles, murieron de forma instantánea. Japón se rindió al cabo de pocos días: la Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin.

A pesar de tan horrenda demostración, en algunos lugares del mundo el miedo fue dando paso al asombro y al optimismo, suscitados por el hecho de que un artefacto tan pequeño pudiera producir tal cantidad de energía. En cualquier caso, el desarrollo armamentista continuó. El primer reactor ruso de producción de plutonio (el plutonio no se encuentra en la naturaleza) empezó a funcionar en Mayak en 1948, y poco después, en agosto de 1949, el primer ensayo con una bomba atómica se llevó a cabo en los desiertos de Kazajistán.15 Fuera de la Unión Soviética, en Occidente, la atención se focalizó en cómo utilizar con fines civiles ese potencial energético sin precedentes que proporcionaba la fisión. Cinco días antes de la Navidad de 1951, el pequeño Reactor Experimental Reproductor Número Uno, construido por los estadounidenses, se convirtió en el primer reactor del mundo que producía electricidad, en este caso la suficiente como para encender cuatro bombillas de 200 vatios.

Dos años después, el entonces presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, pronunció un discurso en el que anunciaba el programa Átomos para la Paz; Eisenhower declaraba que los Estados Unidos se comprometían con «determinación a ayudar a resolver el temible dilema atómico, y a consagrar todo su corazón y toda su mente a buscar el modo de que la milagrosa inventiva del hombre no esté al servicio de su muerte, sino al servicio de su vida». Átomos por la Paz (en parte un intento genuino por impulsar una infraestructura nuclear civil y una mayor investigación, y en parte un programa propagandístico para silenciar la crítica mundial a la energía nuclear y proporcionar una tapadera para el desarrollo de armas nucleares) propició en última instancia la creación de las centrales nucleares estadounidenses.

Uno de los reactores militares rusos de producción de plutonio se modificó para generar electricidad, y en junio de 1952 el AM-1 (forma abreviada de «Átomo Pacífico 1» en ruso) se convirtió en el reactor de la primera central nuclear civil del mundo, una instalación capaz de generar 6 megavatios de electricidad (MW).20 Utilizaba el grafito como moderador y el agua como refrigerante, lo que luego serviría como prototipo para los reactores de Chernóbil: los RBMK (Reactor de condensador de alta potencia). Dos años después, la reina Isabel II inauguraba en Windscale el primer reactor nuclear comercial británico, capaz de generar 50 MW, al tiempo que el Gobierno de Gran Bretaña anunciaba que dicha instalación era «la primera central en todo el mundo en producir electricidad a partir de energía atómica, de manera industrial y a gran escala».

Estas dos superpotencias advirtieron que aquella fuente de energía tenía evidentes posibilidades en el ámbito naval, pues solo necesitaba reabastecerse cada pocos años. Así pues, empezaron a trabajar intensamente para reducir la escala de los diseños de sus reactores. En 1954, la miniaturización había avanzado lo suficiente como para que los estadounidenses botaran el primer submarino nuclear, el USS Nautilus, y al cabo de cinco años tanto Estados Unidos como Rusia dispusieron de barcos de superficie propulsados por energía nuclear.

En 1973, el primer reactor de alta potencia RBMK-1000 (el mismo tipo utilizado en Chernóbil, que por entonces se hallaba en construcción) comenzó a operar en Leningrado. Estados Unidos y la mayoría de los países occidentales se habían centrado en el diseño de reactores de agua a presión (con el agua como moderador y refrigerante) por considerarlos la opción más segura. Desde finales de la década de 1970 hasta principios de la del 2000, la construcción de nuevos reactores se detuvo por dos razones: por la reacción mundial a los accidentes de Chernóbil y de Three Mile Island y por la mejora en la capacidad energética y la eficiencia de los reactores ya existentes. Si nos guiamos por el número de reactores, la energía nuclear alcanzó su punto máximo en 2002, momento en el que había 444 reactores operativos, pero no fue hasta 2006 cuando se batió el récord de producción eléctrica nuclear: 2.660 teravatioshora por año natural.

A partir de 2011, la energía nuclear proporcionó el 11,7% de la electricidad mundial, generada con los más de 430 reactores nucleares comerciales repartidos entre 31 países. En conjunto, estos reactores generan 372.000 megavatios de electricidad. En la actualidad, la mayor planta nuclear es la japonesa de Kashiwazaki-Kariwa, cuyos siete reactores son capaces de generar 8.000 MW, aunque hoy en día no está en funcionamiento. Francia es el país con mayor dependencia de la energía nuclear, pues el 75% aproximadamente de su electricidad proviene de plantas nucleares, mientras que Estados Unidos y Rusia rondan un porcentaje del 20%. A finales de 2014, Eslovaquia y Hungría eran los otros únicos países que también producían más del 50% de su electricidad a partir de energía nuclear; aunque Ucrania, donde se ubica Chernóbil, los sigue de cerca: el 49% de su energía todavía se produce por medios nucleares.

La energía nuclear se ha convertido en la fuente energética de preferencia para propulsar los grandes buques de guerra. El punto álgido se alcanzó a principios de la década de 1990, momento en el que había más reactores nucleares en barcos (la mayoría militares y más de 400 en submarinos)25 de los que había generando energía eléctrica en las plantas nucleares comerciales de todo el mundo.26 Desde entonces, ese número se ha reducido, pero todavía hay unos 150 barcos y submarinos con reactores nucleares. Rusia está construyendo la primera central nuclear flotante (en una barcaza) para usarla en el Ártico, de modo que podría ser remolcada hasta donde se necesite energía. El Akademik Lomonosov, equipado con dos reactores navales modificados procedentes de rompehielos y con una capacidad operativa de 70 MW, está operativo desde julio de 2019.27 Por más que los rusos proclamen que es la primera barcaza que produce energía nuclear, lo cierto es que la idea de las centrales nucleares flotantes no es nueva. En la década de 1960, los Estados Unidos construyeron la primera de ellas dentro de un buque de la clase Liberty reconvertido tras la Segunda Guerra Mundial, aunque hoy ya no disponen de centrales flotantes operativas. También China está entrando en ese mercado y espera empezar a generar electricidad con su primera central nuclear flotante a lo largo de 2020.

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