Una cancha pública de futbol brinda el espacio para las prácticas al aire libre y muros de más de cuatro metros de altura resguardan sus alrededores de las balas en medio de la turbulenta cotidianidad de esa comunidad.
Por María Angélica Troncoso
Río de Janeiro, 29 de octubre (EFE).- La guerra contra la violencia en Brasil se puede dar a punta de golpes y patadas, una premisa que cientos de niños y jóvenes de favelas en Río de Janeiro aplican con «Abraço Campeão», la iniciativa que busca alejarlos del narcotráfico y la delincuencia con boxeo y artes marciales.
Más de 200 participantes entre los 7 y los 29 años hacen parte del proyecto. Todos viven en el Complexo do Alemão, un deprimido conglomerado de favelas donde el mar es lejano y los tiroteos constantes.
La sede está localizada a la entrada de la favela del Adiós, una de las 15 barriadas que componen el complejo, en un predio baldío que ha sido adecuado como centro de entrenamiento sin lujos ni grandes dimensiones, pero de forma impecable.
Una cancha pública de futbol brinda el espacio para las prácticas al aire libre y muros de más de cuatro metros de altura resguardan sus alrededores de las balas en medio de la turbulenta cotidianidad de esa comunidad.
Cerrado durante casi cinco meses por la pandemia del coronavirus, el proyecto colgó los guantes del box y vistió los de la solidaridad convirtiéndose en uno de los ejes logísticos que ayudó a calmar el hambre durante el confinamiento social. Hace dos meses retomó actividades con el doble de estudiantes.
PRIMER ASALTO: LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA
La zona norte de Río, donde se levanta el complejo, es una de las más afectadas por los conflictos armados y la que registró el mayor número de tiroteos en 2019, una realidad con la que despiertan cada mañana sus habitantes y con la que despiden la noche antes de dormir.
En cifras reales, unas 2 mil 400 balaceras se registraron en esa región el año pasado y de ese total, 275 fueron en el Complexo do Alemao, casi una diaria.
Los tiroteos son ocasionados por las disputas territoriales entre bandas criminales y por los enfrentamientos de estas con la policía, un eterno círculo vicioso que impone el peor de los confinamientos, pues además de obligar el cierre de escuelas, centros de salud y comercios para salvaguardar las vidas, deja traumas y muertes por balas perdidas.
Los más jóvenes no son ajenos a esa realidad y muchos de ellos caen en el abandono escolar, el embarazo precoz o el tráfico de drogas.
«Es increíble que Elon Musk está pensando en colonizar Marte y nosotros tenemos gente en favelas sin saneamiento básico, sin educación. Yo no acepto esa realidad y toda la energía y esfuerzo de estas unidades son para cambiar lo que pasa dentro de las favelas de Río de Janeiro y de Brasil», explicó a EFE Alan Duarte, su fundador.
Para Duarte, Abraço Campeão es una gran familia donde los alumnos encuentran el cariño, el apoyo y la comprensión que no reciben en sus casas. «Somos un abrazo para el que lo necesita», dijo.
A su 32 años, este hombre ya ha sentido en carne propia los azotes del racismo, la pobreza y la violencia. Nació y creció en la favela del Adiós -donde vive actualmente- y tras ver morir a buena parte de su familia por culpa de las balas decidió iniciar un proyecto parecido al que le abrió las puertas al mundo.
SEGUNDO ASALTO: NACE LA IDEA
El proyecto nació en 2014 tras el asesinato de su hermano mayor. Jackson murió por un tiro en la cabeza disparado desde un carro a plena luz del día. Él y otros nueve familiares de Duarte perdieron la vida por armas de fuego.
Abandonado por su padre y criado prácticamente por su hermano, tras la ausencia de una madre entregada al trabajo para sostenerlos, el ya retirado pugilista conoció de joven el boxeo con la ONG Lucha por la paz y brilló con este deporte.
De adolescente caminaba 40 minutos para llegar al centro donde se entrenaba en Maré. El esfuerzo lo llevó a competir en Brasil y hasta llegó a luchar en Sudáfrica e Inglaterra en la categoría medio-medio (hasta 75 kilos).
«Cuando me vi en ese contexto, luchando, visitando otros países, conociendo Brasil entero y trabajando en lo que amaba (…) me pregunté por qué no existía ese tipo de proyectos en el Complexo do Alemao», dijo. «Conseguí tres pares de guantes viejos y dos sacos de box rasgados y los colgué en la cancha de fútbol que queda aquí al frente», agregó.
Seis años después el proyecto es una organización no gubernamental que ha crecido y ahora traspasa fronteras al expandirse a otro complejo de favelas vecino: el de La Peña.
TERCER ASALTO: FORMACIÓN INTEGRAL
En todo este tiempo el sueño también se ha transformado. Además del boxeo se dictan otras artes marciales y de un público que era exclusivamente masculino, ahora la mitad de sus integrantes son mujeres.
Aunque son deportes de combate, Duarte considera que no promueven la violencia, pues su esencia inculca disciplina, respeto, honestidad, lealtad, coraje, rectitud, compasión y honor, valores que fortalecen física y espiritualmente a los participantes.
La formación es completamente gratuita y quienes llegan allí, ya no quieren salir, pero si algún problema impide la asistencia de un alumno, el proyecto le brinda soporte social personalizado.
K.O. A LA VIOLENCIA
La mejor recompensa que tiene Duarte como cabeza de Abrazo Campeão es ver a sus alumnos alejados de la violencia, triunfando en los estudios o sembrando semillas para otras jóvenes promesas.
Giliard Lima, de 32 años, es un ejemplo de ello. Cuando su madre murió, Duarte lo invitó al centro donde entrenaba en Maré. Allí se formó, se profesionalizó, fracasó y resurgió y ahora es uno de los profesores del proyecto.
«Yo fui como ellos. Ya sentí lo que es llegar a un lugar y ser acogido, ser tratado bien y ser bien orientado por los profesores y por el equipo, y hoy en día como entrenador, trato de hacer lo mismo», indicó a EFE.
El trabajo ha sido duro. El sueño no vive de sonrisas y el Estado no aporta un céntimo. La mayoría de los ingresos llegan del exterior de organizaciones que conocieron el proyecto por un documental (The Good Fight) premiado en varios festivales, entre los cuales el de cine de Tribeca, en Nueva York.
Dirigido y producido con las uñas por Ben Holman, un inglés amigo de Duarte desde su época en Maré, el filme fue el que le abrió las puertas al proyecto.