«Los dioses se alimentan de nuestras emociones. Nosotros, criaturas vanidosas e insignificantes, nos sentimos ahora más que nunca el centro de la creación, habitantes de una burbuja pletórica de vida en un desierto oscuro y vacío, poblado por los ángeles de la muerte».
Ciudad de México, 2 de octubre (BarbasPoéticas).- Si han sentido esa especie de satisfacción, plenitud incluso, al momento te aplastar una cucaracha, araña o mosquito, o de vaciar un litro de insecticida sobre un hacinamiento de hormigas en su casa, imagínese ahora el éxtasis divino ante las aniquilaciones, genocidios y guerras humanas.
Los dioses se alimentan de nuestras emociones. Nosotros, criaturas vanidosas e insignificantes, nos sentimos ahora más que nunca el centro de la creación, habitantes de una burbuja pletórica de vida en un desierto oscuro y vacío, poblado por los ángeles de la muerte.
Se dice que Calígula se fue a la cama y en sueños le fue revelado que estaba sufriendo una metamorfosis, resultado de la cual había dejado de ser humano para convertirse en un dios. Este dios emperador, hizo enemistad con nada menos que con el poderoso Neptuno, señor de los océanos. Por lo que envió a legiones enteras de su ejército a pelear contra el mar.
La escena debió de haber sido épica: miles de centurias dando espadazos a olas y espuma, arremetiendo con furia contra la marea y lanzando las aguas. Esto sucedió hasta que los soldados terminaron exhaustos y confundidos, mientras el océano, indiferente continuó siendo lo que es. Esta lucha no difiere en mucho de las actuales causas de diferentes facciones y credos: de capitalismo, ecologismo, pro-vida, feminismos, fundamentalismos religiosos, cientificismo, derechos humanos, y un largo etcétera de centuriones dando espadazos contra las sombras.
“Nuestras revoluciones son puramente verbales —afirmaba Albert Caraco—cambiamos las palabras, para tener la sensación de haber cambiado las cosas”, ejemplo de esto son el lenguaje incluyente o los himnos fascistas.
Pero ¿quién es realmente el enemigo?, ¿existe, acaso?, ¿es posible confrontarlo, vencerlo?
La lucha verdadera, no es social, ni siquiera es de esta realidad, se trata de una lucha espiritual, sintérgica, para ofender menos y usar este maravilloso concepto de Grinberg. Efectivamente, desde hace más de sesenta años que hemos estado dando espadazos a las sombras —por no decir al vacío. Todas nuestras revoluciones no han sido más que una maraña de ideales y palabras que endulzan el oído y por las cuales millones de personas han sacrificado sus vidas en todo el mundo.
¿Esto ha detenido los infames abusos de sacerdotes a niños y niñas?, ¿ha detenido la ingente cantidad de horrendos feminicidios? La respuesta a eso es un rotundo NO.
Ninguna de nuestras supuestas luchas sociales, revoluciones o motines han logrado una mierda para evitar la matanza, los holocaustos. Esto responde a una cuestión muy sencilla, que no estamos atacando al enemigo; es más, ni siquiera lo vemos. No lo conocemos, sólo vemos sombras, cortinas de humo, títeres.
No olvidemos que somos el rebaño del Señor, jajajaja. ¿Quién chingados nos pastorea, entonces? ¿Cristo, Buda, los aliens?
Será posible, entonces, que como lo prefigurara Allen Ginsberg, la gran mayoría de esos niños y jóvenes secuestrados sean utilizados por ritos de una élite ancestral y sin escrúpulos para calmar la ira de los dioses. ¿Será acaso Moloch?
¡Moloch cuya mente es maquinaria pura! ¡Moloch cuya sangre es un torrente de dinero! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos! ¡Moloch cuyo pecho es un dínamo caníbal! ¡Moloch cuya oreja es una tumba humeante!
¡Moloch cuyos ojos son mil ventanas ciegas! ¡Moloch cuyos rascacielos se yerguen en las largas calles como inacabables Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y croan en la niebla! ¡Moloch cuyas chimeneas y antenas coronan las ciudades! [1]
Hay quienes afirman que el dinero es el descendiente del Dios judeocristiano. No están del todo equivocados. Sin embargo, el dinero es sólo un símbolo que representa el conjunto de avatares que conforman al Dios judeocristiano en nuestra era. La tecnología es otro de esos símbolos o ídolos, si se prefiere. Igualmente, tenemos la “libertad sexual”, esa suerte de sexualidad en apariencia desmoralizada, manumisora, tántrica, espiritual, pero que oculta un trasfondo obsesivo-compulsivo. Todos estos ídolos están entrelazados por una misma obsesión: la Individualidad. Santo de todas nuestras devociones, ilusión de todas nuestras realidades, potencia sin poder, causa sin fundamento alguno, más que quizás, la de un egocentrismo sin parangón.
Nos damos baños de pureza, compartiendo imágenes en redes sociales, sobre las matanzas en Siria o en cualquier lugar de África, ponemos banderas a nuestras fotos de perfil, somos la viva imagen de la sororidad y nos descosemos en discursos para sacar a relucir nuestro dramático humanismo prefabricado.
Pero hay una fuerza invisible en las sombras, hay algoritmos, bots e inteligencias artificiales que levantan inventario de nuestras emociones, palabras y preferencias. Detrás de ellos hay maquinarias estadísticas, fábricas de deseos, san nicolases, monstruos y toda suerte de fantasías infantiles, de historias hollywoodenses, de estereotipos y maquetas de ciudades utópicas, para alimentar nuestra sed de progreso, trabajo y lucha.
Desde las sombras nos guían hacia el abismo.
Y todo esto es parte de un complejísimo armado teatral, para darnos la idea de control sobre nuestros cuerpos y nuestras mentes. ¿Quién demonios controla mi cuerpo? Digo ser yo, ¿y ese yo quién es en realidad? La conciencia, la mente, la expresión individual de la lattice que se manifiesta físicamente en un organismo, en un cerebro humano dotado de razón, emoción y sensibilidad.
Todas estas palabras siguen siendo algoritmos, juicios perfectamente diseñados para que no pueda escapar de la “prisión sin paredes”. Además, se trata de una serie de controladores cínicos y viles que nos muestran lo suficiente para darnos cuenta de que nos están controlando y de qué manera lo hacen, porque saben que no podremos nunca descifrar sus códigos, acceder a sus flujos de deseo, de creación y destrucción.
Somos computadoras que están siendo controladas vía remota, que llevan inserta una serie de virus que les impide operar por sí mismas. La libertad es un juego de la estadística, una treta esclavizante.
¿Qué sentido tiene, entonces, oponer resistencia? Pues aun la resistencia es parte del sistema que sustenta todos los sistemas que corren por nuestras conciencias, eso que Jung llamó el inconsciente colectivo. No sólo existe un destino, sino una programación para nuestras rutas de acceso y salida de cada sistema por el que transitamos.
De eso se han tratado las vías esotéricas durante miles de años, se han consagrado a descifrar los incontables laberintos de la Nada, los demonios que habitan cada plano astral, sus poderes, sus debilidades, sus utilidades.
Hay maestros que han dominado el arte de seducir a los demonios, de hacer comercio con ellos, de ofrecerles carne a cambio de favores y de cierto poder.
Claro, no tengo pruebas, todo esto son divagaciones. Mientras, podemos seguir regodeándonos en la vanidad de nuestras compasiones, en nuestro éxito personal y baladí.