El movimiento literario del infrarrealismo se conformó por poetas de varios países latinoamericanos. Con un brío contracultural posterior a “La Onda”, estos jóvenes fueron unos rebeldes de la palabra, profanando lo sagrado para convertir a la poesía en un conducto de experimentación y forma de vida.
Barbas Poéticas presenta una reflexión sobre los manifiestos elaborados por Mario Santiago Papasquiaro, José Vicente Anaya y Roberto Bolaño. Manifiestos cuyo eje es la creación de una vida-obra/arte-vida, en constante búsqueda por un arte no impuesto por el canon de la academia.
Por Edu Prado
Ciudad de México, 22 de agosto (BarbasPoéticas).- Hablemos del “infrarrealismo” y de los tres manifiestos escritos por Roberto Bolaño, Mario Santiago Papasquiaro y José Vicente Anaya. Escribir sobre el Infrarrealismo en un espacio como éste implicaría de una reflexión más amplia. Sólo presentaré, al igual que un Cicerone, unas cuantas reflexiones al respecto.
Mucho se ha escrito sobre el Infrarrealismo recientemente, tanto en Universidades anglosajonas como latinoamericanas, además de diferentes artículos en la red. Este interés es debido a la publicación en 1998 de la novela Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño, donde enuncia por primera vez un movimiento ocultado por el mainstream cultural mexicano.
Sin embargo, como toda vanguardia cultural, existe un rito de iniciación, un bautizo con su historia. El Infrarrealismo es un movimiento que emerge de la historia social y política que atravesaba América Latina en los años 70. Donde los golpes militares y las “dictaduras perfectas” fueron la constante de la historia latinoamericana del siglo XX. Es pertinente resaltar, el Infrarrealismo es un evento coyuntural posterior a las Revoluciones del 68; y, por otro lado, es el resultado del movimiento estudiantil mexicano.
Por otra parte, las constantes crisis económicas que atravesaba México fueron un punto a resaltar para que este movimiento literario surgiera. Además, el Infrarrealismo muestra una cara “moderna” en Latinoamérica de lo multicultural y el efecto de la globalización acaecida en los países latinoamericanos. Es así como este movimiento se conformó con poetas chilenos, mexicanos, argentinos, peruanos y de otros países latinoamericanos.
Aventurándose en crear un aliento contracultural (aunque años antes un grupo de escritores mexicanos mal llamados «de la Onda», cimentaron la literatura escrita por jóvenes desalentados de su realidad cotidiana). Estos “nuevos poetas” son a la manera de los punks, unos rebeldes de la palabra, profanando lo sagrado, donde lo profano-sagrado deja de delimitarse y se diluye en un ambiente dionisíaco para convertir a la poesía en un nuevo conducto de una experimentación poética.
Posiblemente los infras estén más emparentados con el Movimiento Dadá, el Futurismo y la Generación Beat; además de ser los herederos de la primer Vanguardia Moderna mexicana, el Estridentismo. Sin más, el Infrarrealismo es un movimiento que habla de lo cotidiano a través de lo extraordinario, en donde el suceso es un constante acaecimiento de su propio devenir presentista.
José Vicente Anaya, poeta fundador del movimiento, comenta al respecto: “Yo propuse que cada uno de los infras escribiéramos un manifiesto, Bolaño se opuso diciendo (autoritariamente) que ¨no¨, porque él era el único que sabía qué es el infra(rrealismo). La reunión terminó así. La siguiente vez que nos reunimos solo Papasquiaro y yo llegamos con un manifiesto escrito (cada uno, se entiende) … es decir, que Papas y yo desobedecimos el dictado de Bolaño…”.
La mitología dejó en los anales tres manifiestos y en ellos encontramos las ideas generales del Infrarrealismo. Si bien cada uno tiene sus particularidades propias, los tres buscan ante todo la movilidad del arte mismo. Es decir; “devolverle al arte la noción de una vida apasionada & convulsiva”.
El manifiesto de Papasquiaro que lleva por nombre, “Manifiesto Infrarrealista“, es un escrito en forma de poema. Una experimentación con las palabras, encontrando en su forma escrita elementos dadaístas. Revisando las ideas propias del manifiesto escrito por Papasquiaro, podemos comprender la necesidad de una búsqueda de un no-oficio con el arte; es decir, el arte es del mundo y para el mundo. Hacer del arte un lugar “común” en donde la diversidad exista en tanto juego creativo.
Como finalidad próxima, la idea de un arte debe estar enfocado en “sacar a la gente de su dependencia & pasividad”. Sin olvidar que el arte mismo es una vida cotidiana en transformación presente. Con lo cual, la desmitificación del arte es una necesidad creadora y no una postura con su propia parroquia. Donde lo humano deja de ser ajeno y lo utópico es un “super bien”. La cultura como medio de prolongación espiritual no es el encasillamiento con su status quo; sino más bien: “la cultura no está en los libros ni en las pinturas ni en las estatuas, está en los nervios”.
El manifiesto de José Vicente Anaya es una propuesta similar a la de Papasquiaro, un reto de Humanizar el arte con el presente. Es arrancar la huella del pasado en el presente, es un presente que se vive en el “ahora”. Es convulsionar el pasado con el presente, porque toda huella pasada está en un momento presentista. Es dejar fuera el “maquillaje” y dejar que la “belleza” viva en lo cotidiano de la vida misma; por tanto: “la belleza es, existe en el presente”. Anaya comulga con Papasquiaro y Bolaño manifestando:
“ser infrarrealista implica asumir en el arte las contradicciones de la vida, pero asumirlas de un modo en el que puedan superarse las inflexiones que constituyen el oficio de escritor”.
Pero el punto central del manifiesto de Anaya es buscar la humanidad del propio arte. Es decir, sacar al arte mismo de la “sensatez” y la “cordura”, ya que la imaginación es destruida por la inmovilidad misma. A su vez el ser humano es reducido a un plano objetual y de la nada. Porque “toda redención absoluta e hipostasiada es falsa”. Para Anaya, el ser Infrarrealista requiere vivir en lo extraordinario de la vida misma. Además, es un vehículo que penetra la inmediatez de lo racional para hacer de la racionalidad una irracionalidad necesaria; es “vivir desde ahora en las galaxias de los hoyos negros”.
Sin embargo, el ser Infra implica convertirse en un fantasma mirando por la ventana, y hacer de la contemplación un simple saboreo de la vida. Donde el Dios Caos recobra la cordura de la no-cordura para establecer la aventura con el viaje en un nuevo descubrimiento al final de la noche; o como apunta Céline: “Lo mejor que puedes hacer cuando estás en este mundo, es salir de él. Loco o no, con miedo o sin él”.
Roberto Bolaño al representar de una forma literaria el Infrarrealismo con su novela Los Detectives Salvajes (y posterior a su muerte), logra que dicho movimiento resurja del olvido cultural y se debata la existencia literaria de un no-grupo. Ahora bien, su manifiesto implica una serie de puntos que es necesario precisar.
En primer lugar, es un manifiesto que trata de recuperar una tradición muerta; es decir, intenta encontrar las huellas de vanguardias pasadas que viven como una tradición. Esta recuperación de la tradición evoca al Dadaísmo, el Estridentismo, el Nadaísmo y a la Generación Beat. Sin embargo, como apunta Hiram Barrios, el manifiesto de Bolaño se asemeja más: “A la ruta de la Onda de Parménides García Saldaña […] En ambos se exalta la peregrinación al estilo beat y se reivindica el lenguaje agresivo de las calles, el lenguaje “ñerito” de los onderos”. Si revisamos un poco el manifiesto escrito por Bolaño, encontramos la idea de los locos por “vivir” la vida como obra literaria; idea que es concebida por Jack Kerouac en su novela, En el camino. Al sentenciar Bolaño: “o.k. / déjenlo todo, nuevamente / láncense a los caminos”.
Y volvemos al tema principal de los tres manifiestos: hacer del arte una contemplación de la vida. Pero esta contemplación implica un inmiscuirse con ella en todo momento. Es buscar la “odisea” en una serenación de la mente. Es buscar la frontera que diluya al “hombre sin atributos”; esa frontera que implica un constante desapego con la moral impuesta de un arte para el bien vivir. Es ser un ermitaño y un nuevo monje que busca en su palabra la creación de las cosas sin significado, es construir el significado de un Ítaca de los ciegos. Es decir: “las sensaciones no surgen de la nada (obviedad de obviedades), sino de la realidad condicionada, de mil maneras, a un constante fluir”.
En resumen, los tres manifiestos tienen como punto de partida la creación de una vida-obra/arte-vida, en donde la realidad es una constante sinfonía que paulatinamente se convierte en cacofonías de expresiones presentes. Es salir de lo apolíneo y embarcarse en lo dionisíaco, y dejar que el Dios Pan tome su lugar en su naturaleza con el mundo.
Como toda vanguardia, el Infrarrealismo sufrió de la amnesia de la Historia y del polvo de su tiempo. Pero lo que cabe rescatar como propuesta de aliento creativo, es la búsqueda de un nuevo arte no impuesto por los cánones de la “Academia”. Un arte que hable a través de sus propios “nervios”. Más que una creación de vísceras, de carne y vida; el Infrarrealismo es la frontera con las parábolas del silencio, las cuales están en el camino por recorrer en su propia figuración con el presente. Posiblemente: “el infrarrealismo es una mandarina cuya cáscara es pelada con los dientes mientras se sigue saboreando”.