México
VANGUARDIA DE SALTILLO

El adiós a la maestra Lupita hubiera sido masivo, pero murió en Coahuila en días de COVID-19

15/08/2020 - 10:54 pm

El corazón de doña Lupita se detuvo la noche de un 6 de agosto mientras el cielo tronaba con la única celebración permitida para el Santo Patrono. Su familia se reunió en amplios círculos de 1.5 metros de distancia afuera de un hospital: ella murió en medio de una cirugía cardiovascular, un infarto acabó con su vida.

Por Ana Luisa Casas

Saltillo, Coahuila, 15 agosto (Vanguardia).- Hace 15 años, cuando el abuelo murió, la Catedral se llenó de amigos y familia, desde el señor que le vendía el periódico en la esquina o el bolero, hasta sus parientes con residencia a kilómetros de Saltillo; ahora que su esposa doña Lupita se fue, la Catedral estaba vacía.

La devota dama del Santo Cristo que vivía en el corazón de Saltillo e hizo del Centro su barrio no se pudo despedir como debiera. Ella, la del alma de tambora y acordeón. Se tuvo que ir en silencio.

De haber muerto sin esta pandemia, la Catedral se hubiera inundado de gente, habría más flores de las que ya adornaban su muerte, un mariachi o un trío para despedirla, la familia “de fueras” se habría reunido para darle el último adiós.

El corazón de doña Lupita se detuvo la noche de un 6 de agosto mientras el cielo tronaba con la única celebración permitida para el Santo Patrono. Sin fiesta, ni vendimia, ni los puestos de comida en los que ella misma participaba. Su familia se reunió en amplios círculos de 1.5 metros de distancia afuera de un hospital: ella murió en medio de una cirugía cardiovascular, un infarto acabó con su vida.

La fecha de fiesta y celebración para la familia fue invadida por la tristeza pero también la calma por una muerte dichosa, dichosa de quedarse dormida para no despertar jamás.

Acostumbrados a las tradiciones para honrar la muerte, la COVID las modificó en un breve funeral de cuatro horas que reunió a sus 9 hijos (maestros, médicos, ingenieros y licenciados), a sus 21 nietos y a una docena de bisnietos para despedirse en grupos de 10 personas, esperando su turno en una caravana a un costado de la capilla donde fue velada.

Su familia recordó la última taza de café con ella, su ritual de santiguar al despedirse y sus célebres frases como “canten, pájaros cabrones”, que decía ante las jaulas de sus canarios, cardenales y gorrioncitos.

Siempre bella, con los labios colorados y el cabello rizado con tubos, fue maquillada por su hija menor poco antes de la despedida fúnebre, porque era insolente que se fuera sin la imagen con la que siempre la conocieron: elegante, arreglada, una gran señora.

Maestra de profesión que educó a camadas de nietos, con su herencia en las formas de celebrar, de reunirse a jugar lotería y cantar el dicho de cada carta en la baraja; en la música que hoy anima las fiestas de los Casas o la fascinación por ese hogar de adobe con patio amarillo y macetas llenas de vida como ella, hasta sus 82 años.

Si los Casas son muchos, su familia extensa, sus amigas del Diocesano, las personas que le guardan cariño, aprecio y respeto son muchas más. Los mensajes de despedida así lo muestran. Las veladoras en cada casa por su muerte y las
oraciones, también.

Rodeando la tumba donde descansa su compañero de vida con quien celebró bodas de oro, don Raúl Casas Avilés, miles de claveles y rosas blancas sepultaron su cuerpo. Sus familiares abarcaron más de 3 metros de radio dispersos en el panteón, mirando hacia cielo, donde aseguran, se encuentra en paz.

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