México sigue sobresaliendo entre los países que más consume refrescos a pesar del impuesto a bebidas azucaradas y campañas para informar sobre los daños a la salud. Además de su presencia hasta en regiones marginadas sin acceso a agua potable, especialistas exponen cómo, si bien aún no hay consenso científico, pueden generar dependencia por su publicidad intensa y aditivos que los hacen «sabrosos». Un proceso regulado de reformulación podría disminuir su impacto.
Ciudad de México, 9 de agosto (SinEmbargo).– Eduardo, de 41 años, lleva la mitad de su vida tomando refresco, el cual no dejó pese a tener obesidad y diabetes. Su papá, también con diabetes, su esposa y él compran tres botellas de tres litros de Coca-Cola «Zero» (alta en azúcares) cada siete días. Beben nueve litros a la semana. Su bebé de tres años les pide cuando los ve consumirla en la hora de la comida.
«¡Claro que es adicción!», dijo. Ha intentado dejarlo y sustituirlo con agua simple o con bebidas gasificadas, pero no ha podido en más de 20 años. «No tengo fuerza de voluntad. Lo he intentado, pero no es tan fácil».
México sigue resaltando entre los países con mayor consumo de refrescos a nivel mundial, y ocupa los primeros lugares en obesidad y diabetes, a pesar de que desde 2014 se aumentó el impuesto a bebidas azucaradas. Especialistas explicaron cómo si bien aún no hay un consenso científico, los altos contenidos de azúcar y aditivos pueden generar la sensación de desear más y más; y volverse un círculo vicioso a pesar de las campañas de información sobre el riesgo de padecer enfermedades crónico-degenerativas.
«El consumo excesivo de azúcar puede ocasionar que continuemos en este ciclo de seguir consumiendo el producto, aunque todavía no hay un consenso a nivel mundial sobre si es por mecanismo neuronal o metabólico», dijo Ana Larrañaga del colectivo ContraPESO.
«Hay muchos autores y estudios que postulan que se puede desarrollar adicción a las bebidas azucaradas, pero hay otros –sobre todo con fuertes vínculos económicos que pudieran representar conflicto de interés– que postulan que no es así. Se tiene que discutir libre de intereses comerciales considerando también el grado de procesamiento del alimento y si hay personas con predisposición a generar adicciones», planteó.
Larrañaga y Barrientos expusieron que se han detectado comportamientos adictivos principalmente en estudios con animales como ratas, en las que se observan señales de alteración, ansiedad y estrés cuando se les retira el azúcar. En modelos humanos la investigación es temprana y los hallazgos son mixtos. Se ha observado que las rutas neurológicas y fragmentos cerebrales, que responden a otras adicciones, son los mismos que se estimulan con el consumo de azúcares. Pero hay otras hipótesis que exponen que quizá no se trata de una adicción a nivel neurológico, sino que se genera debido a una ruta metabólica.
«Cuando nosotros consumimos productos muy altos en azúcares, sobre todo azúcares añadidas, de manera muy rápida incrementan nuestros niveles de glucosa en la sangre. Cuando pasa eso, debemos liberar la hormona insulina, por la cual la glucosa pasa a las células y nos quedamos con niveles normales de glucosa en sangre. Esto puede detonar que nuevamente tengamos una sensación de apetito a pesar de que acabamos de comer un producto muy calórico y volvamos a consumirlo, lo cual desregula nuestras hormonas de apetito y de saciedad», explicó la nutrióloga Larrañaga.
El investigador del INSP, Tonatiuh Barrientos, agregó que si bien la evidencia científica aún no concluye que las bebidas azucaradas son adictivas, es claro que generan dependencia mediante tres mecanismos: aprendizaje, es decir, desde temprana edad los menores consumen productos con azúcares añadidos y rechazan frutas con azúcar natural por tener un menor sabor dulce; el marketing y publicidad de la industria genera deseo de consumir productos ultraprocesados y construye la idea de estatus social; y estos productos cuentan con un desarrollo tecnológico para tener «una alta paladicidad», es decir, aditivos que los hacen «sabrosos» y estimulan el apetito.
El artículo «Consumo de endulzantes y conducta adictiva» (2014) publicado por el Centro de Investigaciones en Comportamiento Alimentario y Nutrición (CICAN) de la Universidad de Guadalajara plantea que el azúcar y la combinación de ingredientes en los refrescos, no solamente en los de cola, ocasionan una seria y compleja adicción alimentaria.
«[Hay una] propiedad distintiva que convierte en adictivos a los azúcares: la neurotransmisión, específicamente sobre la serotonina y su precursor, el triptófano, que aumenta en proporción por la ingesta de carbohidratos. Las hendiduras sinápticas se ven saturadas de estos neurotransmisores, cuyo efecto directo se relaciona con la disminución de ansiedad y experimentación de bienestar, tal como sucede en el caso del consumo de cocaína y otras drogas. La ingestión de azúcares ocasiona cambios neuroquímicos que indican alteraciones en las respuestas mediadas por opioides o dopamina», explica la investigación de la UdG.
«SIENTEN QUE ES PARA COMER RICO»
La familia de Julieta, 28 años, siempre ha tenido en su mesa un refresco a la hora de la comida. Ha sido la normalidad desde su infancia. «Toda la vida comprábamos la Coca como si fuera agua. Todos los días comprábamos dos litros de Coca y cuando fueron haciendo más, los tres litros», recordó. «Jamás en mi vida he comido en mi casa con agua simple».
A su mamá no le gusta el agua simple. Necesita bebidas dulces. «Si puede se hace aguas saborizadas, pero jamás tendría su vasito con agua», dijo. Si hay festejos familiares, la Coca-Cola es la invitada de honor. «Ahorita mis papás están comprando Coca Zero según para que no tenga azúcar, pero sigue siendo refresco. Sienten que es para comer rico».
Para finales del siglo XIX, documentó la investigación de la Universidad de Guadalajara, ya existía el Dr. Pepper y la Coca-Cola, refrescos que advertían en sus etiquetas que su ingestión podría ocasionar «dolor de cabeza, histeria y hasta melancolía». Evidencia científica del presente siglo ha demostrado daños severos a la salud.
El consumo habitual de bebidas azucaradas puede ser mortal, causar diabetes, infarto o cáncer vía obesidad en la población adulta, concluyó un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) y TUFTS University basado en refrescos, “jugos” y aguas saborizadas. La región sur del país, con mayor concentración de población indígena en situación de pobreza con carencias de servicios públicos de salud, los hombres y los jóvenes son los más afectados.
Por tomar 235 mililitros de bebidas azucaradas de manera frecuente, el estudio halló un 6.9 por ciento de riesgo de mortalidad general (40 mil 842 de muertes al año en personas de 20 años y más), un 39 por ciento mayor incidencia de diabetes, un 17 por ciento más de incidencia de infarto y de 7 a 59 por ciento de cáncer vía obesidad.
Uno de los autores de este estudio, el investigador del INSP Tonatiuh Barrientos, dijo que ninguna de las intervenciones funcionarán de manera «mágica» y «rápida» para disminuir el consumo de productos ultraprocesados. Considerando que la población mexicana está muy habituada a su consumo, deben implementarse en conjunto para generar un ambiente sano que se contraponga a las estrategias publicitarias de la industria, a través de políticas del Gobierno monitoreadas, sin que la industria sea la que se autoregule.
«Sería mucho mejor si pudiera aumentarse el impuesto a bebidas azucaradas y chatarra para que tuviera más impacto sobre la reducción, junto con el etiquetado claro y restricciones de ventas en las escuelas porque necesitamos fortalecer el ambiente. Es muy difícil para una persona tomar decisiones saludables, si no vive en un ambiente saludable», dijo. «La industria está interesada en la reformulación, es decir, modificar los ingredientes. Tienen la obligación de hacerlo. Pero debemos cuidar el proceso» para que al bajar los niveles de azúcar, por ejemplo, no le agreguen sustitutos igualmente dañinos como edulcorantes.
En la misma línea, Ana Larrañaga del colectivo ContraPESO dijo que solo es un paso el etiquetado claro, medida que entrará en octubre, de la cual la industria de alimentos se ha amparado o ha cuestionado.
«Se deben impulsar otras medidas, sobre todo en la regulación a productos ultraprocesados dirigidos a niños y niñas porque la exposición temprana a su consumo ocasiona una predisposición a seguirlos consumiendo el resto de la vida. También ha resultado efectivo en países y estados los impuestos especiales a bebidas azucaradas para desincentivar su compra y lo recaudado podría canalizarse a las necesidades del servicio de salud», afirmó la nutrióloga.
Para este año la Secretaría de Hacienda estima ingresos por el IEPS a bebidas azucaradas de más de 28 mil millones de pesos. Sin embargo, a pesar de la información sobre los niveles de azúcar, sodio y grasas de la chatarra y el IEPS, uno de los factores de su alto consumo es que tienen una muy elevada disponibilidad en el territorio mexicano, «con mayor concentración en algunas regiones donde hay falta de infraestructura para acceso al agua simple y segura para consumo humano», afirmó la especialista.
Además, «la publicidad incisiva» de este tipo de bebidas apunta a asegurar que son parte de la comida mexicana tradicional y de las mesas de las familias, como la de Julieta, aunque las botellas de refresco no pertenecen a la gastronomía tradicional como las aguas frescas de jamaica u horchata.