La historia del salón no solo la escriben los celebres personajes que lo han frecuentado, sino todas aquellas personas que en estas ocho décadas han bailado en su pista de madera. Ya han pasado demasiados meses desde que se apagaron los icónicos neones del salón y su dueño se ha visto obligado a lanzar una campaña para pedir fondos a fin de frenar la agonía de este histórico espacio.
Por Eduard Ribas i Admetlla
México, 19 de julio (EFE).- Dicen que quien no conoce el salón Los Ángeles no conoce a México. Esta mítica sala de baile, frecuentada entre otros por Frida Kahlo y Cantinflas, corre ahora el riesgo de desaparecer por la crisis del coronavirus y borrar más de ocho décadas de historia colectiva del país.
Las flautas y timbales del danzón callaron el pasado 22 de marzo en este inmenso espacio de dos mil metros cuadrados y paredes rosadas ubicado en la humilde colonia Guerrero, barrio de la capital mexicana, debido al cierre de locales decretado por las autoridades.
Ya han pasado demasiados meses desde que se apagaron los icónicos neones del salón y su dueño, Miguel Nieto, se ha visto obligado a lanzar una campaña para pedir fondos a fin de frenar la agonía de este histórico espacio, que debería cumplir 83 años en agosto.
«En efecto, es posible que tengamos que cerrar. Si la campaña hace que aguantemos lo suficiente hasta que podamos abrir, pues no cerraremos y presentaremos un nuevo salón acorde con el siglo XXI», cuenta a Efe Nieto, cuyo abuelo fundó el lugar en 1937.
El incierto futuro del salón navega en un abanico de posibilidades, como vender el local, convertirlo en un museo o seguir operando con espacios limitados y vetando los bailes en pareja.
«Claro que es muy difícil que cuando uno está en la fiesta, se porte bien y siga la regla, porque el arte del baile es ser libre y esa libertad puede propiciar contagios», admite el dueño.
Los problemas financieros del salón Los Ángeles vienen de lejos, puesto que las nuevas generaciones ya no se sienten tan atraídas por el vaivén del danzón, el mambo, la cumbia, la salsa y el chachachá.
El salón ha subsistido gracias a los ingresos por rodajes de películas, series y videoclips, y no por el irrisorio precio que pagan las parejas de adultos mayores que acuden a bailar los martes y domingos por la noche.
Los más fieles al salón son los pachucos, hombres que se visten con extravagantes trajes, sombreros con plumas y zapatos bicolor para representar a la comunidad mexicana que vivía en Estados Unidos en los años 30, pero eso no basta para pagar a los 25 trabajadores del local.
«Podríamos subir los precios y mejorar la oferta gastronómica y convertirlo en un cabaret como los de París, pero eso nos eliminaría del mercado popular, que es lo que nos ha forjado. Es un lugar de encuentro totalmente democrático», explica.
MÉXICO CABE EN LOS ÁNGELES
Ubicado a dos calles de las ruinas prehispánicas de Tlatelolco, el salón puede «resumir la historia del país», según cuenta su septuagenario dueño, quien regenta el espacio desde los 22 años.
Las filas de viejas fotos y nostálgicos carteles que decoran las paredes del salón Los Ángeles recuerdan que por su escenario han pasado Celia Cruz, La Sonora Matancera, La Sonora Dinamita o la bailarina Elisa Carrillo.
Mientras que en las ahora apelotonadas sillas y mesas redondas se sentaron en su momento Mario Moreno Cantinflas, vecino del barrio, Fidel Castro y León Trotsky.
Los neones del salón también fueron testigos de la turbulenta relación entre Frida Kahlo y Diego Rivera.
«Cuentan que llegó Diego Rivera y preguntó si había llegado Frida y dijo: ‘No le digan que vine’. De repente llegó Frida y preguntó si había llegado Diego, y dijo: ‘No le digan que vine'», relata el dueño.
Además, el escritor Carlos Monsiváis hacía fila los domingos para entrar el salón como un ciudadano cualquiera y Carlos Fuentes celebró aquí su cumpleaños 70 junto con Gabriel García Márquez y José Saramago.
El mismo Fuentes dejó plasmada en el lugar una dedicatoria que ahora cobra más fuerza que nunca: «Los Ángeles estaba aquí hace 40 años y seguirá aquí mientras el tiempo dure y el alma baile».
«Así como hay museos que vale la pena conservar porque son parte de la memoria histórica de la humanidad, el salón Los Ángeles es parte de la memoria y es un museo vivo que promueve nuevas formas de encuentro y la identidad mexicana», reivindica Nieto.
La historia del salón no solo la escriben los celebres personajes que lo han frecuentado, sino todas aquellas personas que en estas ocho décadas han bailado en su pista de madera.
Desde un joven neoyorquino que se casó en el salón porque allí recuperó sus raíces latinas, hasta un hombre recién operado que falleció de un infarto al ritmo de la orquesta. Murió contento, dicen los que estaban esa noche.
Uno de los eventos cancelados por el cierre en marzo era un baile en honor al promotor cultural Nacho Toscano, quien antes de morir pidió a su amigo Miguel Nieto que en lugar de un funeral le hicieran una fiesta en el salón Los Ángeles.
«Son tantas historias, algunas tristes y otras alegres. Lo más importante es observar cómo un martes o un domingo la gente está contenta», expresa el dueño, quien sostiene: «México es un país alegre y muy bailador».
Por eso, quien no conoce el salón Los Ángeles, no conoce a México.