Por Shamani Joshi, traducido por Álvaro García
India, 11 julio (ViceNews).- El 1 de julio, el número de casos de COVID-19 en la India llegó a 600 mil. Ese mismo día, el estado de Goa, al oeste del país, decidió que abriría sus puertas a los turistas (esta vez, no solo a los ricos).
Incluso si la apertura de Goa —cuyos ingresos provienen del turismo— no es lo suficientemente alarmante, considerando que sus planes son notorios por no funcionar, no es el único estado en abrir sus fronteras.
Monumentos icónicos como el Taj Mahal en Agra y el Fuerte Rojo de Delhi abrirán sus puertas a partir de este lunes, mientras que los hoteles de lujo que no han sido designados como centros de cuarentena ofrecen paquetes que incluyen grandes descuentos y traslado desde tu domicilio. La India está oficialmente abierto a la temporada de vacaciones.
Excepto que aún seguimos en medio de una pandemia; una que aparentemente está empeorando. La India es actualmente el cuarto país más afectado del mundo y los estudios proyectan que la cifra de casos se triplicará para el 15 de julio.
Echando un vistazo a las redes sociales, algunas personas están presionado el botón de pausa, desempolvando sus autos sin usar y haciendo a un lado sus nuevas habilidades para hornear pan, todo para regocijarse en los placeres simples de la vida al aire libre. En la mayoría de los casos, las personas se trasladan lejos de la ciudad en la que viven, pero no lo suficientemente lejos como para cruzar fronteras estatales y lidiar con las molestias y los permisos que esto conlleva. Muchos lo están haciendo sin siquiera llevar el accesorio más popular del año: la mascarilla facial.
«Después de estar encerrada durante tres meses terriblemente solitarios en Mumbai, lo primero que hice cuando anunciaron que levantarían la cuarentena fue planear una salida de fin de semana», contó a Vice Shweta Kapoor*, una bloguera de viajes. Kapoor admite que aunque tuvo cuidado de no salir cuando comenzaron las noticias sobre el coronavirus, meses de permanecer encerrada deterioraron su entusiasmo habitual y la llevaron a contemplar la idea de unas vacaciones, incluso si eso significaba un riesgo de infección.
«Por lo general soy una persona muy positiva, pero la cuarentena afectó mi salud mental. Ahora pienso: ‘a la mierda’, si tiene que suceder, sucederá y lo superaré».
Luego de reunir el coraje necesario, Kapoor decidió pasar un fin de semana con unos amigos en una montaña a las afueras de Mumbai. «Era un área bastante aislada, así que no tuve que usar una mascarilla facial. Ese detalle evaporó al instante meses de frustración acumulada».
Kapoor no es la única afectada por el peso de usar mascarilla. Después de meses de desear y rezar por una vacuna, nos estamos dando cuenta de que la «nueva normalidad» inevitablemente llegó para quedarse. Hemos visto todas las puestas de sol y Netflix que podemos, y ahora arrastramos una sensación de fatiga que ha llegado a niveles potencialmente peligrosos.
«Definitivamente extraño la vida anterior al coronavirus, donde viajar era una gran parte para mí», admite Saloni Shah*, una escritora radicada en Mumbai. Shah afirma que viajar le daba a su vida un sentido de propósito, especialmente cuando se sentía atrapada en el ajetreo de la vida capitalista de la ciudad. «Viajar, incluso en medio de una pandemia, es mi forma de vivir una vida que solía existir y alejarme de la fatalidad de la vida doméstica».
Si bien estar cansado de mirar el techo es una razón común para salir, para algunos, hacer viajes cortos es una forma de reclamar la capacidad para actuar que perdieron en la cuarentena.
«Todos deben tomar precauciones por sí mismos, comenzar a vivir con normalidad y no tratar a otros humanos como una amenaza», argumenta Aditya Arolkar, una estudiante de Goa. A pesar de vivir cerca de una zona de contención, Arolkar siente que salir está justificado, siempre y cuando lo hagas en burbujas sociales.
«Me aseguro de salir al menos una vez a la semana, ya sea para conducir o para hacer un viaje corto con un pequeño grupo de amigos. Visitamos la isla de Divar frente a la costa de Goa, que no tenía casos de COVID-19. Estar en la naturaleza y sentir la arcilla suave bajo mis pies fue terapéutico».
Si bien Arolkar ha renunciado a la creencia de que en este punto todas las precauciones deben tomarse a nivel personal, definitivamente siente la culpa de ser una posible portadora asintomática del virus mientras realiza un viaje, algo que también comparte Shah. «Estoy preocupada de ser portadora y contagiar a las personas que viven cerca de la casa de verano que reservé para la salida de fin de semana que estoy planeando», admite. «Pero todos los involucrados, tanto ellos como nosotros, conocemos los riesgos que hay en esto». El consejo de Shah para garantizar un viaje de manera segura es ser totalmente transparente con tus anfitriones en términos de la ciudad o zona de la que provienes y si has estado personalmente en contacto con personas que podrían haber dado positivo.
Claramente, viajar en 2020 es la forma en que la gente le dice «jódete» a una pandemia global que ha trastornado nuestras vidas. Pero también trae a colación la pregunta de por qué después de varios meses de reconocer que quedarse en casa es por el bien mayor, hemos decidido ignorar las señales de advertencia morales y éticas de salir.
«Es como dejar salir a los niños al recreo después de un día de clases», explicó a Vice Hvovi Bhagwagar, psicóloga clínica de Mumbai. «La emoción de probar incluso la más mínima libertad activa reacciones infantiles, especialmente en las personas que no son buenas siguiendo las reglas».
Bhagwagar explica que la ansiedad provocada por la pandemia funciona como una curva de campana. «Algunas personas experimentan demasiada ansiedad, otras muy poca. Una forma importante de esconder la ansiedad y mantenerse optimista en estos tiempos sin precedentes es restarle importancia al peligro real de la situación».
Además señala que en situaciones de riesgo, la escala de pensamiento va de la distorsión cognitiva (una forma sesgada de pensar con optimismo) a la catástrofe, que reitera el peor de los escenarios en nuestras mentes. «Al minimizar el peligro de la situación, las personas que salen están experimentando una distorsión cognitiva. Es un mecanismo para afrontar la ansiedad y el miedo».
Bhagwagar dice que si bien era inevitable que las personas dejaran de temer al virus a medida que pasara el tiempo y surgieran noticias de posibles curas, también se debería tener en cuenta que salir vale la pena solo si experimentas emociones saludables. «La felicidad es una emoción saludable, la emoción de correr un riesgo no lo es», enfatiza. «Hay que abordarlo como una situación de salud comunitaria en lugar de rebelarse como si fuera una violación a nuestros derechos. Asegúrense de conocer los riesgos que conlleva salir y comprender cómo afectará a quienes los rodean».