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Siete series para ahondar en el racismo contra el que miles se movilizan en EU

07/06/2020 - 11:05 am

Ante las manifestaciones por el asesinato de George Floyd a manos de la policía, repasamos las distintas representaciones en la ficción de la violencia policial contra la población afroamericana en Estados Unidos, desde El príncipe del Rap hasta Dear White People.

Por Lorenzo Ayuso

Madrid, 7 de junio (ElDiario.es).- El pasado 25 de mayo, George Floyd moría asesinado por un agente de policía de Mineápolis que, bajo la acusación de haber pagado supuestamente con un billete falso en una tienda, lo redujo contra el suelo. Durante los siguiente ocho minutos, el oficial presionó con su rodilla el cuello del hombre, que terminaría muriendo. «No puedo respirar», la frase que repetía entrecortada a las fuerzas del orden, se convertiría en el lema de las protestas que en los días sucesivos se irían reproduciendo en todo Estados Unidos.

Floyd se convirtió en el último ciudadano en engrosar un historial de violencia policial y estructural contra la población negra, en el que ya estaban escritos en sangre otros nombres como Treyvon Martin, Michael Brown, Eric Garner o el de Rodney King, quien sería brutalmente apaleado por cuatro agentes que serían luego absueltos, convirtiéndose en detonante de los disturbios de Los Ángeles en 1992. Como hace 28 años, la población estadounidense clama contra este racismo sistémico con las cámaras de televisión como testigo, y hasta en ocasiones como daño colateral, a juzgar por las agresiones e incidentes sufridos por periodistas que han mostrado las cargas de las autoridades.

La televisión, en su vertiente de ficción, tampoco ha quedado ajena a estos altercados y a los motivos que los justifican. Incluso Netflix ha hecho un alarde al promocionar contenidos de otras plataformas que, como otras producciones suyas, resumen lo que está ocurriendo en Estados Unidos. No en vano, durante las últimas tres décadas podemos encontrar no pocas series que, de un modo u otro, de formas más o menos acertadas, han reflexionado en sus imágenes sobre esta problemática, ya fuera en sitcoms, en dramas o en thriller. A veces pudieron pasar de forma inadvertida debido a la naturaleza más o menos chistosa del título en cuestión o por su lejanía en el tiempo, pero su inclusión casi perenne en toda clase de producciones refleja la vigencia de un problema por erradicar, sobre el que poco o nada se ha avanzado.

BROOKLYN NINE-NINE

Que el reparto de Brooklyn Nine-Nine haya contribuido con 100 mil dólares conjuntos a los fondos para costear fianzas de los detenidos durante las protestas en Estados Unidos no debería considerarse anecdótico para una serie que, a pesar de su tono disparatado, también ha apostado por dar cabida a problemas graves en sus tramas. El mejor exponente fue Moo Moo, episodio correspondiente a la cuarta temporada de la sitcom policiaca, centrado en la experiencia con el racismo que sufre el sargento Terry Jeffords (Terry Crews), afroamericano, al que un agente de policía (interpretado por Desmond Harrington, reconocible por Dexter) da el alto e intenta detener por pasear por su barrio de noche.

«Cuando me pararon el otro día, no era un policía. No era un tipo del barrio buscando el juguete de su hija. Era un hombre negro, un hombre negro peligroso. Es todo lo que él pudo ver: una amenaza», reflexionaría Jeffords ante el capitán Holt (Andre Braugher). Además de ahondar en la necesidad de actuar de forma rotunda ante estas situaciones de discriminación racial, la serie que desde 2019 emite NBC también abordó la conciencia del racismo a través de las hijas del sargento, a quienes se encargan de cuidar la pareja protagonista, Jake y Amy. El futuro y el temor a que una persona, por el hecho de su color de piel pudiera recibido el alto de «un mal policía», como se refieren a él queda expuesto en un episodio aplaudido no solo por su capacidad para alternar la comedia con el drama, sino por la honestidad con la que lo planteó.

EL PRÍNCIPE DEL RAP

Aun separándolas casi veinte años entre medias, no resulta demasiado diferente este tratamiento, ni la raíz del problema, del que mostró El príncipe del Rap, otra telecomedia que abría paréntesis en sus enredos argumentales para resaltar el racismo sistémico inherente al sistema, así como otras problemáticas intrínsecas a la sociedad yanqui, como la violencia de las armas. A menudo, no era a través del inmaduro Will, sino de su tío Phil (James Avery), un juez hecho a sí mismo que aun intentando con ahínco sentirse integrado en la sociedad -algo a lo que ayuda su elevado poder adquisitivo y posición- no olvida (no siempre) sus orígenes y los obstáculos para acceder al sueño americano siendo negro.

Un ejemplo temprano lo tenemos en la primera temporada de la ficción producida por Quincy Jones, en Mistaken Identity, en el que Will y su primo Carlton (Alfonso Ribeiro) acaban en una prisión local después de que la policía (uno de los agentes en cuestión está encarnado por Hank Azaria) les parase en la carretera. Su delito era conducir un Mercedes prestado por un amigo de Banks en dirección a un evento social en Palm Springs. «No lo pillas, ¿verdad?», le dice el de Philadelphia a su primo, acostumbrado a vivir en una burbuja. «Ningún mapa te va a salvar, ni tampoco tu carnet del coro o tu dirección de Bel-Air o quién sea tu padre. Cuando estás conduciendo un coche caro por un vecindario que no es el tuyo, nada de eso importa. Solo van a ver una cosa». Después de que el señor y la señora Banks resolvieran el entuerto, el episodio concluía con un último intercambio, ya en la seguridad del hogar, entre padre e hijo:

– Papá, si fueras un policía y vieras un coche a dos millas por hora, ¿no lo pararías?
– Eso mismo me pregunté la primera vez que me pararon.

UN MUNDO DIFERENTE

Coetánea a la anterior, aunque con menos predicamento en estas latitudes, tenemos un Un mundo diferente., emitida en España en Antena 3 a principios de los noventa y centrada en las vivencias de un grupo de universitarios en una facultad que históricamente ha dado cobijo a estudiantes negros. El caso de esta ficción es equivalente a la anterior: si aquella serviría en bandeja el estrellato a Will Smith, esta sirvió como plataforma de lanzamiento a las carreras de, por ejemplo, Jada Pinkett o Marisa Tomei. Kadeem Hardison, su protagonista, también cuenta con una trayectoria meritoria, aunque en un perfil inevitablemente más bajo que el del homólogo de El príncipe de Bel-Air (si podemos destacar deliciosos delirios como Tentación diabólica, Un vampiro suelto en Brooklyn o sus colaboraciones videocluberas con Mark Dacascos). En cualquier caso, la quinta temporada de la ficción, en 1992, incluyó una trama similar a la del capítulo anteriormente comentado, cargando si cabe las tintas en su discurso.

En The Cats in the Cradle, Dwayne y su amigo Ron se encaran con tres chicos blancos de la universidad rival (uno de ellos, el que luego sería Superman televisivo, Dean Cain) después de un partido de fútbol americano entre sus centros. La situación termina en pelea cuando uno de los jóvenes empieza a pintar con spray un epíteto racista en el coche de Ron. Todos serán detenidos y puestos en la misma celda, donde los guardias del campus tratarán de esclarecer el asunto tratando, eso sí, de que las versiones de unos y otros alcancen un punto de acuerdo. El episodio concluye con la puesta en libertad de todos, solo para comprobar que alguien ajeno ha acabado terminando el graffiti en el capó del coche de Ron.

En retrospectiva, Monique Jones plantea en Shadow and Act una cuestión interesante sobre dicho episodio, en la medida en que plantea la necesidad de llegar a un entendimiento entre las partes. «La justificada rabia y desconfianza de Dwayne y Ron resulta erróneamente comparada con el racismo al que se enfrentan […] Si el episodio se rehiciera hoy, la discusión de por qué estaban tan enfadados debiera ser el auténtico objeto de estudio y discusión, en lugar de tratar de dar espacio a sus opresores para que resultaran más empáticos».

ATLANTA

En las dos temporadas emitidas hasta la fecha, Atlanta ha planteado un enfoque del racismo ciertamente diferente al de otros productos, desde luego menos epidérmica, que a menudo se posiciona en perspectivas cercanas al terror. De esas conexiones entre la experiencia identitaria afroamericana y el género que establece la creación de Donald Glover habla largo y tendido Angelica Jade Bastién en Vulture, pero para quienes no hayan visto la serie, convendrá señalar ejemplos concretos sobre su representación del racismo hegemónico.

Pensemos, por ejemplo, en el tercer episodio de la segunda tanda, Money Bag Shawty, donde Earn (Glover) se decide a disfrutar de sus últimos éxitos profesionales pagando exclusivamente con billetes de 100 dólares. Su pretensión acaba resultando un fracaso, puesto que el primer sitio de ocio al que acude, un cine, rechaza en taquilla su dinero; aunque le indican en primer término que se debe a una nueva política de ventas, a continuación un hombre blanco puede comprar su entrada sin problemas con otro billete similar al del protagonista. Una representación de la desigualdad en el trato y oportunidades dispensadas en la sociedad estadounidense según el color de piel.

En un tono diferente, el siguiente episodio, Helen, también explora la violencia sistémica casi invisible por parte de las personas blancas. Earn acompaña a Van (Zazie Betz) a una celebración alemana a la que solía acudir de niña. Nada más llegar, una mujer caucásica confunde al protagonista con el hombre que debía pintarse la cara de negro para hacer del Zwarte Pieten (que podemos traducir como Pedro el negro) en la fiesta. La señora incluso toca la cara de Earn en busca de rastros de maquillaje, solo para darse cuenta de su error.

DEAR WHITE PEOPLE

Adaptación en formato televisivo de la película homónima, ambas a cargo de Justin Simien, Dear White People ejemplifica la problemática que da base a este artículo. Nada más lanzar Netflix el tráiler de la serie, en febrero de 2018, arrancó un intento de boicot contra la streamer, a quien se acusaba de promover una suerte de «racismo inverso» contra los blancos con esta producción. «Leí una crítica en un medio conservador porque tenía curiosidad por saber de dónde salía todo esto. Me quedó claro que habían visto la serie lo justo como para poder dar la impresión a sus lectores de que la habían visto entera y luego se inventaron las interpretaciones más delirantes. No es que no pillaran de qué iba la serie, es que se negaban a pillarlo», defendía en mayo de 2018 el cineasta a The New York Times.

Su sátira, centrada en un grupo de estudiantes afroamericanos en una universidad de prestigio, es desde luego acerada. No se es solo una crítica no ya al racismo establecido, sino a los supuestos movimientos de conciencia que abanderan ciertos sectores del liberalismo. No faltan tampoco los enfrentamientos con la autoridad, como en el quinto episodio de la primera temporada, que sirve para contrarrestar el discurso del #NotAllCops (No todos los policías), mantra repetido en los últimos días: Reggie, que está convencido de que los policías, por norma, van a ir en contra del hombre negro, refuerza sus impresiones al tener un enfrentamiento poco amistoso con los agentes del campus: todo surge después de que una persona blanca diga la palabra «negrata» en un rap, lo que causa que los ánimos se caldeen. Uno de esos agentes no dudará en exigir al protagonista que se calme apuntándole con un arma.

ASÍ NOS VEN

También Netflix otorgó otra historia de injusticia hacia la población afroamericana en Estados Unidos, con esta dramatización del caso real de los «cinco de Central Park», Antron McCray, Korey Wise, Yusef Salaam, Kevin Richardson y Raymond Santana: cuatro negros y uno hispano que fueron condenados en 1989 por una violación que no cometieron, y en cuyo proceso el color de su piel fue determinante. No serían exonerados hasta 2002, pese a que no hubo prueba alguna que los inculpase en el caso.

Ava DuVernay firma este docudrama con un discurso prominente sobre la corrupción transversal del poder y la criminalización continuada de los afroamericanos en el sistema penitenciario.

LITTLE FIRES EVERYWHERE

Cerramos con el ejemplo más reciente. Miniserie basada en el bestseller homónimo de Celeste Ng, Little Fires Everywhere, que aterrizara en el catálogo de Amazon Prime Video en España el pasado 22 de mayo, aborda de forma específica los prejuicios sobre la etnia y el color de piel a través de las vidas entrecruzadas de sus dos protagonistas principales: Elena Richardson (Resse Whiterspoon), madre blanca de clase alta y liberal; y Mia Warren (Kerry Washington), a cargo de una familia monoparental recién llegada a la idílica de la primera.

En la ficción, dirigida por la malograda Lynn Shelton, los personajes blancos insisten en no querer que la raza sea un problema para ellos. Algo que delata la pretensión de estas personas de verse como aliados o personas de confianza sobre la que no puede pesar la duda del prejuicio, personajes de mentalidad progresista y notable poder adquisitivo que se ven como parte de la solución, escondiendo así sus auténticos privilegios y prejuicios que no acostumbran a ver cuestionados. Esto deriva en comportamientos como el de Lexie, la hija de Elena, que otorga un valor positivo al hecho de que siendo blanca acepte salir con un joven negro («tienen mucho en comun», agrega la familia protagonista); o en el de su madre, que se precia de ser una buena persona por ofrecerse a ayudar a Mia, asumiendo implícitamente el papel de salvadora blanca.

Pero, además de estas situaciones, Little Fires Everywhere agrega líneas argumentales adicionales a las del material literario de partida. En el primero de los ocho episodios, se escenifica un encontronazo con la policía de la hija de Mia, una realidad que a la que los Richardson son completamente ajenos pero que resultan una constante para las Warren; y como hemos visto también, para esos otros personajes de ficción que las anteceden.

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Redacción/SinEmbargo
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