Jaime García Chávez
25/05/2020 - 12:03 am
Política vs “golpe suave”
De ahí que haya una trampa en el argumento suavegolpista: si te opones a AMLO, eres golpista; te opones de frente al devenir de la historia, eres enemigo del pueblo.
Así como pueden existir argumentos nulos, también se presentan debates cargados de gravedad y alarmismo pero que carecen de una miga real. Se propala que contra el Gobierno del Presidente López Obrador hay una línea desplegada que tiende a darle un golpe de estado al que le ponen, como disfraz, el adjetivo de “suave”, o “blando”, “encubierto”, es decir no ubicado en las formas tradicionales que se visualizaron con meridiana claridad en, por ejemplo, el Cono Sur durante los años 70 del siglo pasado.
En aquella época fuimos testigos de cómo los militares desbancaron gobiernos civiles nombrados en procesos electorales de mayor o menor calidad mediante las armas e instauraron dictaduras. Chile, con Pinochet, es el caso emblemático, como lo fue el cuartelazo de Victoriano Huerta que sacrificó la vida de Madero y Pino Suárez en México.
El golpe del que se habla ahora ya no es de esa índole, pero de todas maneras se le llama “golpe”. Supuestamente el mecanismo cambió para dar paso a otras formas sutiles, tersas, pero que buscan el mismo objetivo: derrocar al gobierno legítimo y suplantarlo empleando ropajes de legalidad.
Simpatizan con las disquisiciones de un politólogo de poca monta, Gene Sharp. Él afirma que (un “golpe suave”) se puede articular sin recurrir a las armas a través de técnicas no frontales ni violentas, y si bien reconoce cierto grado de conspirativismo, más bien se trata de poner en marcha mecanismos de desestabilización a fin de buscar la caída de un gobierno sin aparentar que eso lo provocó otro poder establecido y, mucho menos, las fuerzas armadas, como en el pasado no tan remoto.
Quienes sostienen que hay indicios de ese “golpe suave” en México no cumplen con una explicación rigurosamente lógica que le de sustento al término y a la conclusión a la que arriban, estableciendo caprichosamente tales supuestos. Cometen la falacia de “petición de principio”, pues toman y establecen como premisa proposiciones que son idénticas a las conclusiones y eso no se sostiene. No es esto un ejercicio frío, metafísico o un teoricismo forzado, como pudiera parecer.
En primer lugar, si fuera una premisa válida, el golpe del que se habla tendría que estar sólidamente demostrado que existen esos golpes, que es la materia precisamente a definir en la conclusión. Si lo aplicáramos sofísticamente a López Obrador tendríamos que concluir que él le dio un “suave golpe” al PRI, cuando lo que hizo fue política para derrocarlo.
Afirmo que repetir la premisa en la conclusión, que es lo que se pretende demostrar, no sirve a un análisis con seriedad. Por tanto, veo en este deplorable debate artificial un estado de angustia entre los preconizadores destacados de Morena. Y al respecto quiero precisar algunos aspectos brevemente:
Sí hay en el país un estado de polarización y pugnacidad políticas. Quién puede negarlo. Pero haciendo salvedad del ejército, que no intervendría por tratarse de un “golpe suave”, quién podría darlo con el alto grado de legitimidad electoral y apoyo que tiene el gobierno, nos guste o no, entre el “pueblo sabio”, pero también entre varios magnates de la economía del corte de Carlos Slim y Ricardo Salinas Pliego.
¿Los de la Coparmex estarían dispuestos a prescindir de su aspecto siempre bienpeinado para logarlo?, ¿los obispos, los cardenales, los evangélicos?, ¿los gobernadores mediocres?, ¿el PRI que se acomoda a las nuevas condiciones? ¿Quién?, ¿el imperio de Trump que voltea para acá con hartas simpatías antes nunca vistas? ¿Quién?, insisto.
Quienes propagan esta idea, mejor dicho, a quiénes se le imputan, no hacen demostración alguna, salvo que estén pasando de contrabando otras preocupaciones, plataformas, tácticas y estrategias.
Me explico: el país es un hervidero de contradicciones, de pugnas, de conflictos alimentados por quienes están en el poder y quieren mantenerse ahí construyendo una nueva hegemonía más fuerte que la que tuvo en sus años dorados el presidencialismo del PRI, y por quienes se oponen a ese proyecto. El presidente, hoy por hoy, tiene un amplio margen para tomar decisiones de la mano del Congreso de la Unión en el Constituyente permanente, en la Suprema Corte, y a diario fija la agenda pública. Todos estos son hechos demostrables.
Empero, el poder actual mantiene en contra un disenso y se está expresando por medio de la política, áspera a veces, pero sólo por un exceso identificable o catalogable en los linderos de un golpismo, máxime si esto lo vemos a la luz de que se involucran desde los polos el ejercicio de derechos y libertades irrenunciables.
De ahí que haya una trampa en el argumento suavegolpista: si te opones a AMLO, eres golpista; te opones de frente al devenir de la historia, eres enemigo del pueblo, y otras lindezas. Por tanto, hacer política de oposición y resistencia pretenden convertirlo en sinónimo de golpismo y, en consecuencia, lo único recomendable en esa línea falaz de argumentación es oír y obedecer. Y eso sí es un golpe artero a todo, una pretensión inadmisible de decretar o pretender un monopolio no nada más del poder sino de la política misma.
Por tanto, le cae bien a todos por parejo llamar a las cosas por su nombre y no recurrir a difundir categorías conceptuales que sólo sirven para confundir y para enrarecer el ambiente.
Ahí viene el 2021, se elegirán 500 diputados importantes como nunca en las últimas décadas y cuya elección nos gritará: “Para qué quieres golpes, si lo que necesitas es ganar elecciones y respetar mayorías, sin dejar de hacer política”.
Hacer política amparado en derechos nunca será sinónimo de golpe, cruento sin duda, pero suave también.
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