Jaime García Chávez
30/03/2020 - 12:04 am
Insurrección en el Conchos
Los gobernantes no conocen la dinámica de los conflictos ni las reacciones absolutamente previsibles del “pueblo sabio”.
El jueves 26 de este marzo será recordado en el estado de Chihuahua, al menos por un buen tiempo. Tembló en Ciudad Juárez y en Ojinaga; al parecer, el llamado fracking está removiendo las entrañas de la tierra y produciendo, irresponsablemente, movimientos telúricos de consecuencias insospechadas. Ahora el epicentro fue el pueblo de Mentone, ubicado en el corazón de la zona petrolífera texana.
Aquí ya no es tan sólo un fenómeno de la naturaleza exclusivamente, también hay responsabilidad humana inexcusable en una región fronteriza que implica riesgos para México.
Pero también tembló en el río Conchos, a partir de que se abrieron las compuertas de la presa La Boquilla, el más grande dique que contiene las aguas que escurren desde la Sierra Tarahumara, en la región de Bocoyna, y más allá. Es, además, una hidroeléctrica de baja producción. Pero la disputa que ya tiene varios años en ebullición es enteramente atribuible a voluntades humanas y a comportamientos de quienes ejercen el poder público, en este caso, centralmente, por mandato constitucional al Gobierno de la Unión. Y ese no es un fenómeno de la caprichosa naturaleza.
Era del todo previsible que, ayunos de un buen arreglo, bien informado a la sociedad, habría conjurado el día de ira que se presentó tanto en el poblado de La Boquilla como en Camargo, en la región de Las Pilas, donde se encuentra la planta derivadora, punto de inicio del canal que constituye la parte principal del Distrito de Riego 05, hacia la región de Delicias y Lázaro Cárdenas, ya en el municipio de Meoquí.
Se levantaron agricultores, en general productores del campo, y también ciudadanos simpatizantes por la defensa del agua para la región. Se bloquearon carreteras, se incendiaron vehículos oficiales, se destruyó una caseta de peaje, hubo saqueos y quema de vehículos particulares.
Todo eso con la presencia de la Guardia Nacional que fue creada para otros menesteres, pero que se usa para la contención de las luchas sociales. Se trata de un ejército cobijado en unas siglas que merecerían un menor empleo por su origen, porque son para otras cosas, tienen otra esencia en nuestro pensamiento jurídico-político.
Abrir las compuertas de la presa, más allá de los compromisos que se habían hecho públicos y aprovechando la nocturnidad, es provocativo y crea enojo como el que vimos: enfrentamientos con el Ejército, pedradas a granel, bombas molotov y heridos y lesionados.
En menos de 24 horas el Gobierno federal tuvo que recular. La clase política en general, a su vez, se puso en la vitrina, exhibiendo sus miserias y su incapacidad de encauzar un conflicto a partir de información de calidad y compromisos de fácil construcción, pero laboriosos para alcanzarse.
El Gobernador Javier Corral, al igual que los gobernadores de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, estaba enterado, y prefirió ponerse una careta aparentemente sólo favorable al pueblo. Sabía que venía el golpe y se hizo el desentendido, pero al mismo tiempo movió piezas, como a sus diputados federales y al Senador Gustavo Madero, que ahora no estuvieron en el epicentro del conflicto, aunque sí lo alimentaron. Inexplicablemente se presentaron en un salón del Gobierno del estado, debidamente guarecidos, vestidos pulcramente de azul para mostrar una cara en la que nadie cree.
Al Alcalde de Camargo, de extracción panista, le tocó estar en la zona del conflicto, exponerse, dar la cara y estar al lado de la gente. De ahí en más, la clase política sólo mostró miserias. Para salvar al Presidente de la República de una recriminación, convirtieron en la mala a la directora nacional de CONAGUA, Blanca Jiménez Cisneros. A ella le tocó llevarse los mayores reclamos e insultos de toda índole, como si se mandara sola en el avasallante presidencialismo que se abate sobre el país entero. Corral, buscando a la Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, denotando que no tiene más acercamiento con la crisis que el puramente político, cuando se trata de un asunto con más aristas absolutamente visibles.
Y los infaltables: los pretendientes de la gubernatura que se elegirá el año entrante, tomándose fotografías en la zona de conflicto, o pretendiendo aparecer como salvadores del pueblo. El Diputado local priísta, Omar Bazán, en calidad de adalid popular; el Senador morenista, Cruz Pérez Cuéllar, ofreciendo que subirá a tribuna la solicitud para destituir a la señora Blanca Jiménez por sus “traiciones” al Presidente López Obrador; y el empleo de meritorio de las fuerzas armadas, que al final de todo el día de la ira fueron testigos de cómo se cerraron las compuertas. Los gobernantes no conocen la dinámica de los conflictos ni las reacciones absolutamente previsibles del “pueblo sabio”.
Una pregunta ronda en El Conchos: ¿todo esto para qué, en tiempos del coronavirus?
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