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La explosión en una casa de estudiantes marca la vida de todos en Rewind, de Juan Tallón

04/03/2020 - 12:00 am

En torno a una explosión ficticia, el escritor y periodista Juan Tallón arma en su nueva novela cinco narraciones en primera persona, protagonizadas por lo que llama «víctimas invisibles”.

Familiares, amigos y conocidos de quienes desaparecieron aquel viernes de mayo. Personas que intentan rehacer sus vidas, o todo lo contrario. Voces que cuentan cómo vivir con el duelo, que especulan sobre lo que pudo ser y no fue.

Por Francesc Miró

Ciudad de México, 4 de marzo (ElDiario).- Un viernes de mayo como otro cualquiera, una explosión acaba con la vida de varios estudiantes Erasmus en Lyon. Meses después, el Gobierno francés organiza un homenaje.

«Mi padre y yo declinamos participar en un acto público. No nos apetecía rebobinar ante desconocidos», dice una de las protagonistas de esta historia. «Porque se acabaría así, pulsando el botón de rewind, mientras nos veían millones de personas a través de los televisores y regresábamos a los periódicos y las radios, que nos recordarían que nuestros seres queridos ya no estaban. Nosotros ya vivíamos instalados en un rewind privado, yendo de delante atrás continuamente».

En torno a una explosión ficticia, el escritor y periodista Juan Tallón arma en su nueva novela cinco narraciones en primera persona, protagonizadas por lo que llama «víctimas invisibles». Familiares, amigos y conocidos de quienes desaparecieron aquel viernes de mayo. Personas que intentan rehacer sus vidas, o todo lo contrario. Voces que cuentan cómo vivir con el duelo, que especulan sobre lo que pudo ser y no fue.

Esta es la premisa de Rewind, la nueva novela del autor de títulos como Fin de poema y Salvaje Oeste, y obras de no ficción como Libros peligrosos y Mientras haya bares. Filósofo de formación, lleva ejerciendo el periodismo dos décadas, y ha colaborado en medios como El Progreso, El País, Jot Down y la Cadena SER. Esta es la primera novela que publica con Anagrama.

—¿Cómo nace Rewind? ¿Siempre tuvo claro que quería imitar la narrativa con varias perspectivas de Rashomon?

—Realmente, el punto de partida es una estructura que quiero darle a una historia que no tengo. La idea es escribir una novela en multiperspectiva. Con cuatro o cinco narradores en primera persona, aprovechando ese efecto Rashomon en el que cada uno aporta una subjetividad ante un hecho que comparten.

Una vez que se me ocurre narrar así empiezo a buscar el qué, y surge la idea de una explosión, sus consecuencias, a quién afecta… Siempre hay una parte de las víctimas, cuando sucede un hecho traumático, que son víctimas invisibles. Solo la novela y la literatura puede descubrirlas porque ahondan en ellas. En sus formas de aceptar o superar eso. Y a partir de ahí fui sacando el resto, el dónde, el por qué…

—En la novela se combinan varios elementos, y uno de ellos es la presencia de varios personajes femeninos que se enfrentan a un revés que las obliga a reevaluar sus posibilidades. Pienso en la quiosquera, o en la mujer divorciada. ¿Subyace en ellas algún tipo de discurso sobre la actualidad?

—No, no, qué va. La idea era, por ejemplo en el caso de Emma, crear un personaje que exige independencia y autonomía, y que quiere escapar de su entorno familiar. Lo mismo ocurre con la quiosquera, que también está buscando su lugar en el mundo; y la mujer divorciada, que se libera a costa de haber sufrido. Porque hay un punto a partir del cual no puedes sufrir más, así que, o rompes o no sabes cómo vas a acabar.

Pero en el sentido en el que lo preguntas no: nunca ha habido una pretensión más que la de crear personajes creíbles con sus conflictos, que encajasen en el conjunto de la narrativa.

—En contraposición a estos personajes, habitan en Rewind figuras masculinas realmente desplazadas, tóxicas o que abusan de su poder. Me refiero a ese padre de familia trabajador que no exterioriza sus sentimientos, o a ese empresario abusador.

—En el caso del empresario, Álvaro Lasso, quería mostrar a alguien poderoso, frío en los afectos, que produjese rechazo. Y que funcionase como contrapunto a otros que son cálidos y cercanos. La idea era generar el perfil de un individuo muy poderoso que en las relaciones sociales se impone. Y que crea y mantiene una imagen exterior que puede ser muy engañosa. También para hablar de lo que esconde el poder.

—En ese sentido es inevitable impregnarse de actualidad y pensar en Harvey Weinstein y tantos otros. ¿Tampoco hay ahí un discurso?

—No lo he pretendido de un modo expreso. Es cierto que uno a veces se ve influido sin saberlo por acontecimientos y realidades que le rodean. Eso va generando un poso dentro de ti. Es cierto que el poder de la literatura es también ese: a través de las ficciones se generan espejos en la realidad. Ficciones que son metáforas o retratos sociales. Pero yo no lo escribí pensando en eso. Diría que esta es una novela construida a partir de materiales exclusivamente ficticios.

—Antes comentaba que Rewind tuvo estructura antes que historia. Marta Sanz decía en No tan incendiario que fondo y forma son indisolubles en literatura, y que preocuparse por la segunda, denota una posición ideológica. ¿Cree que en la literatura española actual se potencia la forma sobre el fondo?

—Basta que aparezca un autor que adquiera determinados compromisos para que tenga dificultades a la hora de generalizar. Siempre va a haber autores y autoras que hagan una apuesta determinada. La literatura es ese terreno de libertad en el que uno ha de escribir lo que quiera, y hacerlo al margen de las modas.

Somos un producto de nuestro contexto histórico y es obvio que las influencias que vas a recibir son las del siglo XXI y no las del siglo XIX. Es difícil escribir como lo haría un escritor del siglo XIX. Es cierto que hay autores que asumen un compromiso mucho más asocial en su narrativa. A mí me parecen todos los modelos aceptables.

—Usted, que es licenciado en filosofía, conocerá la labor de pensadoras como Marina Garcés o el surcoreano Byung-Chul Han, que sostienen que la cultura en la sociedad moderna queda necesariamente reducida al ocio. ¿Cree que es así?

—Bueno, creo que hay una buena parte de eso. Las sociedades modernas lo son cada vez más del espectáculo. Y cada vez los individuos parecen más estresados, sometidos al vértigo del vivir en ciudades donde todo va rápido y es efímero. Así que, en esos contextos… se genera la necesidad de la distracción. Y parte de la literatura actual se dedica a suplir esa necesidad. Necesitamos olvidar los horrores de la vida diaria.

Pero no es algo nuevo: siempre ha habido una parte de la literatura que sirve a ese propósito. Narraciones que te evaden. Quizás tengan menos mérito estrictamente literario pero, en fin, a ti te ocupan la cabeza para no hacerte pensar demasiado. Porque igual es el propósito del ocio: dejar de pensar. Y quizás sea justo lo contrario de lo que necesitamos.

En mi caso particular procuro no someterme demasiado a la dictadura de las novedades, porque es una auténtica dictadura: es imposible mantenerle el pulso al ritmo de publicación de grandes editoriales. Y si entras en esa vorágine te estás perdiendo cosas que resisten mejor el paso del tiempo, escritas hace ya muchos años. ¡Pero tampoco te puedes desvincular de la actualidad! Así que procuro mantener un equilibrio entre autores muertos y vivos, sin darle la espalda a mis contemporáneos. Eso de no leer a tus contemporáneos y pretender que ellos te lean a ti es de una cara dura increíble.

—Ha mencionado una de las cuestiones que enfrenta mercado editorial actual: la sobreoferta. El aluvión novedades que no se corresponde con la escasez de demanda de los lectores. En España casi la mitad de la población no lee nunca. ¿Tiene la sensación, como escritor, de que hay más escritores que lectores?

—Ninguno de los grandes productores de cultura, ya sean editores, discográficas o productoras de cine, quiere ser el primero en pisar un poco el freno. Igual es por miedo a la equivocación o la pérdida de posición en el mercado. Pero si hablas con ellos, todos te reconocen que el mercado está sobreofertado. Nadie pisa el freno y, es más, parecen acelerar constantemente. Es de locos.

Aunque hay un elemento hiperbólico en la afirmación de que hay más escritores que lectores: es obvio que no. Pero es una sensación que se tiene porque hay muchísimas novedades todos los días. Pero yo como autor pienso… amo hacer esto, creo en esto.

¿Voy a dejar de hacerlo porque creo que somos muchos? No, claro que no, no se le puede pedir a nadie que renuncie a su vocación porque ya hay mucha gente que la comparte. «Dedícate a la horticultura o a la música, no escribas libros porque ya no cabemos todos». Eso es una tontería. Es imposible ir contra el deseo de escribir, y el posterior deseo de publicar. No puedes enarbolar ese discurso porque claro, entiendo que si lo haces, tú no estás en el grupo de los sobrantes, ¿no? Es complicado.

—Hay autores que enarbolan ese discurso, en muchas ocasiones, para alertar sobre la precarización de la profesión. ¿Cree que cuanto más se publica, más se precariza el oficio?

—Puede ser, pero tampoco nos llevemos a engaño. No venimos de épocas en las que los escritores vivían bien de esto. En general, nunca se ha vivido de los derechos de autor, más allá de unos pocos privilegiados. El gran motor de un escritor, lo que le empuja a serlo, no es el dinero. Tal vez el dinero en una segunda fase pueda ser algo en lo que pienses. Pero cuando vas a ponerte, no dices: «Voy a escribir un libro para ganar dinero».

Este siempre ha sido un oficio precario. Uno acaba ganándose la vida de lo segundo que mejor sabe hacer, no de lo primero. A menudo los escritores han tenido que ser otra cosa además de escritores. El escritor hoy es, además, periodista o profesor o yo qué sé. Muchas cosas que son con las que sobrevive.

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