Esta novela sigue el día a día de un alcohólico cincuentón llamado Víctor Vaporús que, por los motivos equivocados, acaba metido en una causa que no es la suya: un grupo que pretenden exhumar la momia de Francisco Franco y hace que cobre vida mediante magia negra.
Ciudad de México, 25 de febrero (ElDiario).- Aitor Marín es un periodista que ha pasado por medios tan importantes para el imaginario de varias generaciones como la revista Interviú y Noticias del Mundo.
Las potentes investigaciones de la cabecera de Grupo Zeta reciben un homenaje en las páginas de su novela Conspiración vermú (Suma de Letras, 2020) pero el reportaje que intenta llevar a cabo Dolores Ambigú podría haberse publicado, más bien, en el chaladísimo Noticias del Mundo, del que Marín tiene a gala ser miembro fundador.
La obra sigue el día a día de un alcohólico cincuentón en paro llamado Víctor Vaporús que, por los motivos equivocados, acaba metido en una causa que no es la suya: ni la del periodismo, ni la de los franquistas que pretenden exhumar la momia de Francisco Franco y hace que cobre vida mediante la magia negra del cabalista Corintio Hazá. Este es un nombre al que las publicaciones del mundo del misterio, con el mismo rigor periodístico que Noticias del Mundo pero con mucha menos gracia, llevan años sacándole partido, como presunto judío sefardita que predijo que Francisco se convertiría en Generalísimo.
Marín lo tenía todo para armar una novela: poderes en la sombra, ocultismo, un dictador resurrectando, una periodista intrépida y un excomercial atornillado a la barra de su bar de confianza. Lo único que necesitaba era escribir rápido antes de que la realidad superara a la ficción.
—»El Estado español sigue instalado en el fascismo heredado de Franco», dice uno de los personajes de tu libro, el joven vasco nacionalista apodado Patxarán. ¿Cuánto compartes esa idea de tu personaje?
—Comparto con el personaje la creencia de que España es un régimen democrático que viene dado por un rey y no por un pueblo. Creo que siempre ha habido un franquismo latente, que vivíamos muy cómodamente con él porque él vivía muy cómodamente en nosotros, no solo con los gobiernos del PP, sino también con los del PSOE. Hasta que aparece Podemos y empieza a enrabietarse. Pero es lo único que comparto con Patxarán de todo su discurso enloquecido. Yo he nacido en Donosti y no soy nacionalista, soy de izquierdas. Para el personaje de Patxarán he cogido mucho de lo que decían los demás en discusiones que he tenido, pero viendo lo que ha ocurrido en los últimos años, esas palabras sí que se las tengo que conceder.
—Patxarán hablaba de fascismo pero cuando me dices que hay algo latente, ¿estás pensando en el franquismo o en la ultraderecha?
—Cuando empecé a escribir la novela, hace seis años, yo estaba pensando en el franquismo. El fascismo o la ultraderecha, no sé bien qué diferencia puede haber, yo no se la veo, estaba creciendo en Francia, Italia o Alemania, pero en España parecía que estábamos todos supertranquilos, que aquí todo el mundo era demócrata de toda la vida. ¿Dónde está ese franquismo que desapareció de un día para otro? Evidentemente está, lo que pasa es que no lo vemos o no lo queremos ver. En mi barrio de Madrid, que es Chamberí, lo veo.
—Para recordártelo, acaban de instalarte una bandera gigantesca en la plaza de tu barrio que, aunque sea democrática, quizá esconde en su manera de ondear, tan imponente, un poco de aquel autoritarismo.
—Sí, de vigilarnos siempre con la bandera. En Chamberí hay una iglesia, que yo me la había inventado para mi libro pero un día me la encontré de sopetón, que es la del Cristo de la Victoria, que pone el símbolo franquista del víctor en los edictos que hace el cura y dentro de la iglesia está grabada una versión más esquemática del mismo símbolo. Yo he crecido viendo ikurriñas en los balcones y cuando vine a Madrid estaba muy contento de no ver banderas en los balcones. A las banderas no les tengo mucho respeto ni mucho aprecio. Las banderas me dan una pereza enorme, hacen que me salga urticaria. En España no sabemos para qué sirven las banderas, así que deberíamos guardarlas hasta que lo sepamos. ¿Podemos hablar y no poner banderas?
—También habla el narrador de tu novela de «anónimas cunetas de la muerte». ¿Qué ideas de nuestro pasado reciente entiendes tú que están ahí esperando a ser exhumadas?
—Llevamos tanto tiempo escondiendo todo esto y dejando los muertos en las cunetas con una política de dejar que pase el tiempo, sin que nadie se atreva a meterle mano al asunto… cuando yo creo que con la exhumación de Franco se ha visto que no ha pasado nada. Se podía haber hecho muchísimo antes. Dicen «para no molestar», «para no abrir heridas». ¿Heridas?, ¿qué heridas? ¿Entre quién y quién? Para no enfrentarnos ¿a quién?, ¿a los demócratas?, ¿contra quién?, si se supone que somos todos demócratas. ¿Quién es el que se ofende? Pues desde luego el que se ofende no es demócrata de toda la vida. La idea de la novela era precisamente esa, hacer una cierta reflexión, aunque sea absurda y en broma, de todo ese pasado y presente. Y va a seguir estando por muchos años porque hay gente empeñada en que el franquismo siga ahí. Esos son los malos de mi novela.
—Pero en tu novela los malos están fuera del sistema.
—Es una licencia para construir la historia. No puedo poner nombres reales, ni políticos reales, ni empresarios reales… ni monarcas reales. Forma parte de mi vicio de llevarlo todo a la broma. No es lo mismo escribir un reportaje, que es más frío, que poner ahí tu alma y yo cuando me pongo a escribir, quizá por pudor, siempre tiendo a la chorrada. Aunque quiera decir cosas serias.
—Hay un punto que no es nada de broma ni exagerado ni paródico, me parece a mí. Se trata de quiénes forman el cónclave que asiste al ritual de reanimación de Franco: «políticos, banqueros, tertulianos y empresarios que salen en el telediario», escribes. Eso no es gracioso, te da un escalofrío porque lo sientes real.
—Una forma de autodefensa contra el miedo es la broma. ¿Cómo es posible que cuando aprobamos la Constitución, todo el mundo que había estado en el antiguo régimen tan cojonudamente bien, siga tan cojonudamente bien con otra camisa, pero con el mismo dinero, las mismas cuentas, o más, de lo que tenían antes? Esa Transición, que se hizo modélicamente según algunos, igual nos dejó ahí algunos restos que siguen controlando la situación. Es mi opinión personal, que yo solo soy un periodista que ha escrito una novela, no un columnista de La Razón.
—De esto habla muy bien el libro de Antonio Maestre Franquismo S.A.
—No lo he querido leer, por si me ha copiado algo [risas]. Pero yo empecé a escribir mi libro antes [risas]. Mi libro sale de que empecé a leer tonterías sobre que el Valle de los Caídos había sido escogido por las fuerzas telúricas y el vórtice paranormal que ahí existía. Que yo creo que esto venía de Noticias del Mundo, donde decíamos que Nieves Herrero era extraterrestre o que, cuando Roldán se piró, que se había perdido en el Triángulo de las Bermudas. Y cuando luego reapareció, dijimos que habían sido los extraterrestres. Yo a eso ya me quedé enganchado. No investigo mucho sobre memoria histórica, porque me cabreo. Me parece una anormalidad cultural y social ignorar las cunetas, ignorar a esos señores benedictinos supersiniestros del Valle de los Caídos… no me cabe en la cabeza.
—Esta manera tuya de escribir, ¿es por haber trabajo en Noticias del Mundo o viene de antes?
—Yo acabé en Noticias del Mundo por casualidad, con 25 años, y me encantó lo que hice. Me dio la oportunidad de hacer una parodia del periodismo, antes de haber hecho periodismo serio, y aprendí un montón viendo lo que era la prensa seria para darle la vuelta y contar las cosas que contábamos como si fueran rigurosas. Eso me dio el afán de escribir una novela, algún día, con ese tono: una especie de realismo mágico cañí, de andar por casa, mezclando el periodismo con lo paranormal.
—Yo veo que tu libro se puede leer todo el rato en clave simbólica. A pesar de que la publicidad te lo califica de «disparatado», a mí no me lo parece tanto. En esta clave, se convierte en una novela de nuestro tiempo que nos ayuda a digerir mejor las cosas. Por ejemplo, el ritual mágico con el que se pretende resucitar al dictador es algo que ya ha sucedido: lo que pasó en Colón.
—También una bandera muy grande…
—Ese gesto de la ultraderecha tomando el espacio, significándolo, reventándolo de gente, fundando el trifachito… fue un ritual de resurrección del franquismo, de la ultraderecha, del fascismo o como lo quieras llamar. Exactamente igual que el de Corintio Hazá en tu novela con la momia de Franco.
Me estás acojonando porque lo había escrito antes incluso que lo de Colón. ¡Soy un visionario! Ya te digo que me han atropellado los acontecimientos. Dándole muchas vueltas al asunto, lo de la exhumación me parece fenomenal pero la locura de intentar convertir en delito la exaltación del franquismo, no.
No creo que sea necesario seguir tirando del cuerpo incorrupto o corrupto de este señor. Me parece superpeligroso prohibir cosas y tocar la libertad de expresión porque, no quiero dar ideas, pero mañana vienen los del PP y dicen que de la misma manera que la exaltación del franquismo ahora es delito, la del comunismo también, y luego la del abertzalismo. Me parece una lógica perversa. Ya hemos sacado a Franco, ahora a ver si sacamos a Primo de Rivera y a la gente de las cunetas y del Valle de los Caídos, que es a los que hay que honrar. Y dejar la cosa ahí.
—¿Y resignificar el Valle de los Caídos?
—Es que no tengo ni idea de lo que hay que hacer allí.
—¿No harías lo que pretende Patxarán, con sus kilos de amonal sacados de un zulo de ETA?
—Pues igual sí. Yo tuve que ir al Valle de los Caídos para escribir la novela y me sentía un poco avergonzado de estar allí. Además, me encontré con una persona de mi colegio y nos hicimos los dos los locos. Yo tenía un motivo objetivo para estar allí. El otro iba con su familia, mejor no preguntarle. Igual hay cosas que tienen un valor artístico pero me parece un disparate de tal calibre que igual lo convertía en un parque de atracciones, poniendo unas montañas rusas.
Seguir dando vueltas a poner un memorial, yo creo que no. Yo quiero que la gente no vaya, bajo ningún concepto. ¿Que sea como Auschwitz para que vayan los desgraciados influencers a hacerse selfis? No creo que la gente vaya a querer peregrinar allí para entender una cosa que es obvia. Esto hay que enseñarlo en los colegios. Yo no sé si realmente hace falta un centro de interpretación del franquismo, yo creo que lo que hace falta es superar esta fase, pero cuando se cierren las heridas de verdad.