Leni creció en Florida y regresó a México, de forma voluntaria, tras una serie de eventos desafortunados: la crisis económica global de 2008, las multas de tráfico que llevaron a su padre a prisión (cumplió su condena algunos fines de semana) y dos hipotecas que acumuló su familia.
Leni afirma que la idea del sueño americano es un concepto que debe desmitificarse, pues la noción que se tiene sobre la vida de los mexicanos en los EU –instalada en el imaginario de la sociedad mexicana– no tiene consonancia con la realidad. En su caso, explica, nunca vivió, en tierra estadounidense, como un extranjero, sino como un miembro más de la comunidad en donde creció. Eso, a su regreso a México, se tradujo en su sentimiento de desarraigo.
Por Erick Baena Crespo
Ciudad de México, 23 de febrero (SinEmbargo).- “Me llamo Leni Álvarez. Tengo 24 años. Estudié Administración de Negocios Internacionales y Antropología Social en la Universidad Veracruzana. Y a los 16 años supe que había vivido toda mi vida en los Estados Unidos como indocumentada”.
Leni es una joven de piel morena, de amplia sonrisa, que habla español con un sutil acento norteamericano. Cuando Leni conversa le brotan palabras en inglés, como “mortgage”, “developed”, “community”.
–Es que hablo un spanglish caribeño –bromea.
–Hablas un español bastante fluido.
–Ahora… pero hace 10 años, cuando regresé a México, me costaba mucho trabajo comunicarme.
Y eso se debe a que Leni creció en Florida y regresó a México, de forma voluntaria, tras una serie de eventos desafortunados: la crisis económica global de 2008, las multas de tráfico que llevaron a su padre a prisión (cumplió su condena algunos fines de semana) y dos hipotecas que acumuló su familia.
“Mi padre cumplió sus horas y pudo salir, pero en cada ingreso sentía que lo iban a condenar más tiempo. Eso fue la gota que derramó el vaso”, confiesa.
Sentados frente a frente, en la sala de una oficina ubicada en la Roma Norte, platicamos sobre su vida, su pasado y su labor como activista a favor de los derechos de los dreamers. Entre nosotros media una planta, mero elemento decorativo, además del único vegetal dentro de este espacio de coworking en el que abundan startups del sector tecnológico. Aquí se ubican las oficinas de Hola Code, empresa que apoya la reinserción laboral de jóvenes deportados y en la que Leni trabaja como directora de reclutamiento. Es curioso: hoy el internet está fallando, así que las oficinas están vacías.
De pronto, llega uno de sus compañeros, quien interrumpe la entrevista.
–There is no internet, so they went to work at Starbucks… ¡Lo siento! –le advierte Leni.
La crisis económica de 2008 propició, en los Estados Unidos, una expulsión masiva de connacionales: en 2009 hubo un total de 277 mil 185 mexicanos deportados, de acuerdo con el Anuario Estadístico de Inmigración, publicado en 2012 por el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Las remociones requieren de una orden federal que involucra a la oficina de Inmigración y Aduanas (U. S. Immigration and Customs Enforcement). Las personas deportadas, a través de una remoción, pueden ser encarcelados si regresan a territorio norteamericano de forma indocumentada. Los retornos son las deportaciones de personas que no cuentan con orden de remoción. A éstos también se les denomina “voluntarios”, como lo sintetiza Liliana Meza González, en su artículo académico “Mexicanos deportados desde Estados Unidos: análisis desde las cifras”.
En 2009, precisamente, Leni salió de los Estados Unidos, junto a su familia, y se instaló en Veracruz, en medio del trance de la Guerra contra el Narcotráfico, ese avispero golpeado por Felipe Calderón sin estrategia alguna, que ha enlutado a cientos de miles de familias. En ese contexto, Leni tuvo que integrarse, reinventarse, sobrevivir. Y no fue fácil: enfrentó la burocracia mexicana, que –en un principio– no le permitió revalidar sus estudios, negándole su derecho a la educación. Tras insistir incansablemente logró terminar su preparatoria e ingresar a la universidad.
“Regresé a mi país y sentí que estaba regresando a las sombras. Mi mamá no me tenía permitido decir que habíamos vivido en Estados Unidos”, confiesa.
Luego tuvo una revelación: “Entendí que el año en que nací hubo una gran crisis política, económica y social. Así que me dije: mi historia no es única, sino que la comparten millones, que han tenido que pasar lo mismo que yo. Y me reproché: ‘Leni, ya párale de darte de latigazos, de llorar, o de sentir resentimiento. Ponte a hacer algo’”.
Y así empezó el camino que la llevó a convertirse en la dreamer que lucha por la reinserción laboral de los mexicanos deportados.
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En marzo de 2017, el expresidente Enrique Peña Nieto promulgó reformas a la Ley General de Educación, con el fin de agilizar la revalidación de estudios de mexicanos que son deportados por los Estados Unidos. Se eliminó la apostilla de documentos de identidad y escolares, además de la obligación, que se le imponía a los dreamers, de presentar planes y programas de estudio cursados en el extranjero traducidos por un perito autorizado. Ahora se acepta la validación electrónica de todos los documentos escolares y la persona retornada que cuente con un certificado GED (General Education Development), obtiene automáticamente la revalidación total de sus estudios a nivel bachillerato. Eso en teoría; en la realidad, sostiene Leni, en el tema migratorio no hay comunicación entre el Gobierno Federal, los consulados en el exterior y los gobiernos locales.
“La falta de acceso a la educación superior –afirma– es lo que más afecta a los jóvenes repatriados. Muchos dreamers me mandan mensajes, diciéndonos que están interesados en regresar a México a retomar sus estudios, pero no saben que es muy difícil revalidarlos”.
Cuando Leni y su familia planearon su regreso a México, acudieron al consulado mexicano más cercano a su domicilio en Florida. Ahí les aseguraron que sus documentos estaban listos, revalidados, y que bastaba recogerlos en México. Cuando llegaron aquí, los burócratas que los atendieron les aseguraron que no sabían nada de sus documentos ni de la supuesta revalidación.
A Leni eso le parece irónico: “Llegas a tu país, te dan un panfleto que dice: ‘Bienvenido, paisano’, como si hubieras estado de vacaciones, y con eso les basta. No se dan cuenta de la gravedad: a este país regresan familias completas, desarraigadas, arrancadas de su entorno, que estuvieron fuera de México entre 10 o 20 años”.
Volvió a Acayucan, Veracruz, un lugar que ni guardaba en su memoria. Ahí vivía la abuela de Leni y otros familiares. “La idea era que íbamos a poner un cibercafé. Viajamos con ciertos materiales para emprender. Desafortunadamente la cuenta bancaria a la que mis padres mandaban sus ahorros a México fue vaciada por otros familiares”. Por fortuna su padre pudo vender la empresa que creó en los Estados Unidos. Y ese pago, a plazos, que le enviaban desde allá, era lo que los ayudaba a sobrevivir. De un momento a otro se encontraron sin dinero, sin ahorros, sin trabajo.
–Estuvieron 14 años fuera del país. Regresaron a un México totalmente distinto, ¿cómo fue, para ti, volver a un lugar que no recordabas?
–No entendía. Primero tuve que darme cuenta que formaba parte de esta nación. Recuerdo ir a protestar en Estados Unidos. Recuerdo que también participamos, como familia, en Un día sin mexicanos, pero no entendía las razones de la protesta. Me dolió mucho regresar porque mi casa, el lugar que conocía, estaba en Florida. Pensaba como una ciudadana americana: quería estudiar enfermería y aportar a mi país. Me fui sin decir adiós. Sólo a una amiga se lo confesé y ella ¡también era indocumentada!
Leni lleva más de 10 años en México. Una crisis económica, la de 1994, provocó su salida del país; otra crisis, la del 2008, la hizo volver.
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Leni nació en Chiapas, en 1994. Y luego su familia se trasladó a Veracruz. “Mi papá, tras la crisis de ese año –cuenta–, se vio obligado a emigrar”. Bromea: “Bueno, más bien, fue por mi culpa”. Cuando nació, su familia vivía en un ejido de Veracruz. Y, en esa época, una extraña enfermedad estaba diezmando a los recién nacidos. Ella enfermó y en el hospital faltaba medicina. Sus papás la internaron en una clínica privada, a las afueras del pueblo. Eso causó una crisis económica en la familia. Su padre, de oficio lechero, decidió irse a los Estados Unidos, en busca de una oportunidad. Se asentó en Florida, en donde emprendió un negocio de jardinería. Su madre lo alcanzó meses después, con tres hijos a cuestas. Leni tenía 2 años y medio. “Mi crianza fue en un spanglish caribeño, por la zona. Había muchos boricuas, dominicanos, cubanos, de todo un poco”. En tierra norteamericana nacieron dos de sus tres hermanos. A los 8 años –quizá por esa razón se siente cómoda en el ambiente de los negocios– traducía de inglés a español las negociaciones de su padre con clientes y proveedores. Después de la escuela, se subía a un auto con su padre, que tenía las rutas preparadas, e iban a ofrecer sus servicios de jardinería. Allá cursó hasta el segundo año de preparatoria. Continuó sus estudios en México, en donde estudió Administración de Negocios Internacionales en la Universidad Veracruzana.
“Odié la licenciatura, aunque me ayudó mucho. Es una de esas carreras –dice sin aspavientos– que estudian los jóvenes que provienen de familias adineradas, que tienen un trabajo asegurado en el puerto porque tienen los contactos. Me ayudó a ver de cerca el lado clasista de México. Y no me sentía parte de él”. Sus compañeros la cuestionaban porque no entendían que, una joven de origen humilde, tuviera un excelente nivel de inglés (así se expresa también el clasismo en este país). “Y ahí me di cuenta que estaba arrastrando una vergüenza por ser indocumentada”, confiesa. En la facultad, entonces, conoció a una maestra de economía, quien le enseñó Historia de México, pero desde el enfoque de las teorías económicas internacionales. “Escuchaba estas teorías, embelesada, que sonaban hermosas, que decían que todos íbamos a tener como países un rol específico y se iba a impulsar una redistribución justa, pero tiempo después me di cuenta que, a esas teorías, la realidad las vomitó”. En esa época tuvo contacto con “su primer deportado”. Pasaron tres años para que Leni encontrara a una persona como ella. A ese joven que conoció lo deportaron a los 22 años. Vivía en Xalapa, trabajaba en un car wash –así lo dice Leni– y, los fines de semana, estudiaba un curso para aplicar al examen de ingreso de la UV. Ese contacto hizo eco en Leni, quien empezó a investigar más sobre el tema. Así supo que eran millones de personas las que habían regresado al país, quienes también vivían a la sombra, olvidados, invisibilizados.
“Me involucré en actividades de Las Patronas, como activista, y también, en esa época, participé en el movimiento encabezado por el padre Solalinde”.
Esos cambios en su vida la motivaron a inscribirse, también en la UV, a la licenciatura de Antropología Social, que cursó simultáneamente a sus estudios de Administración de Negocios Internacionales. Le llamó la atención la línea de investigación sobre migraciones, y se dijo: “Aquí quiero estar”. Sacó lo mejor de dos disciplinas que, en apariencia, parecen contrapuestas: la antropología y los negocios.
Y entonces se le cruzó Hola Code. En el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) 2017, que se llevó a cabo a finales de abril, Leni conoció a Jill Anderson, autora del libro Los otros dreamers. Tras escuchar su testimonio, Jill le informó que el 4 de mayo, de ese año, habría una protesta a las afueras de la Secretaría de Relaciones Exteriores y la invitó a asistir. Leni acudió a la protesta y ahí conoció a representantes de las organizaciones Deportados Unidos en la Lucha, Otros Dreamers en Acción, Aliados de la Comunidad, entre otros. Se enteró de las peticiones y exigencias al gobierno mexicanos de esas organizaciones de la sociedad civil. Y también ahí conoció a integrantes de Hola Code, a quienes les contó que estaba estudiando negocios, pero también antropología.
En ese momento, Hola Code tenía una vacante. Leni no tenía experiencia laboral, pero aplicó el día del cierre de la convocatoria. Y lo logró: se quedó a trabajar con ellos. Lleva 2 años trabajando ahí, como directora de reclutamiento y asociaciones, pero también se involucra en la gestión de redes sociales, relaciones públicas y community engagement.
“Hago de todo porque soy muy inquieta y quiero hacer mucho por mi comunidad”, dice.
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José Delgado Jaimes, de 45 años, murió porque el Instituto Nacional Electoral (INE) le negó el acceso a una identificación oficial. José vivió 35 años en Estados Unidos, en donde tuvo cinco hijos, todos ellos ciudadanos estadounidenses. El 12 de marzo de 2018 fue retenido en el Northwest Detention Center (NWDC) en Tacoma, Washington. José padecía insuficiencia renal y necesitaba un trasplante de riñón. Debido a ello, recibía diálisis 4 veces por semana. Mientras estuvo detenido, durante más de un año, denunció malos tratos de parte de los guardias y empleados de GEO, la corporación con fines de lucro que opera la instalación NWDC.
“Él habló sobre ocasiones donde fue restringido tortuosamente sólo por recibir la diálisis tres veces a la semana, en las cuales fue colocado en celdas de retención mugrosas y antihigiénicas por varias horas después de su diálisis en lugar de ser permitido a regresar a su propia celda, y también habló de ser deprivado (sic) de sus medicamentos los cuales le fueron anteriormente recetados”, se lee en el comunicado emitido por La Resistencia, una organización civil que defiende los derechos humanos de los migrantes detenidos en el NWDC. Originario de Michoacán, José llegó a México el 10 de abril de 2019. En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) lo recibió una persona con un letrero que decía: “Bienvenido José Delgado a México”.
Cuando intentó tramitar su Seguro Popular, le solicitaron el INE: sin él –argumentaron– no podían hacer ningún trámite. Lo hizo, o eso intentó, pero en la ventanilla de un módulo del INE lo acusaron de presentar un acta de nacimiento falsa, sin previo análisis, y no aceptaron a los testigos que lo acompañaban como prueba válida. “Adquirir documentos de identidad sigue siendo una de las principales barreras para los mexicanos deportados”, sostiene la organización Otros Dreamers en Acción (ODA).
Apenas el 11 de octubre de 2018, el INE firmó un convenio de colaboración con el Instituto Nacional de Migración (INM), que permite a las personas deportadas en la frontera norte obtener su credencial de elector en cualquier módulo de atención. Demasiado tarde para José. Su caso ejemplifica que los migrantes no sólo sufren maltrato en los Estados Unidos, sino también en su país de origen, que les niega el acceso a un documento de identificación, dejándolos en el limbo burocrático.
Leni quiere que historias como la de José no se repitan nunca más.
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Leni afirma que la idea del sueño americano es un concepto que debe desmitificarse, pues la noción que se tiene sobre la vida de los mexicanos en los EU –instalada en el imaginario de la sociedad mexicana– no tiene consonancia con la realidad. En su caso, explica, nunca vivió, en tierra estadounidense, como un extranjero, sino como un miembro más de la comunidad en donde creció. Eso, a su regreso a México, se tradujo en su sentimiento de desarraigo. “Mi madre, en vez de enseñarnos las raíces mexicanas más enraizadas, prefirió integrarnos. Me crié comiendo comida mexicana, pero también comida china, boricua. Mi madre estudiaba en las noches, para poder hablar inglés. Ella se involucraba, como cualquier madre, en actividades de nuestra escuela. Puedo decir que tuve una infancia cotidiana y, por eso, me fue tan difícil asumirme como indocumentada. Tuvimos una vida americana tradicional. Sentía que participábamos activamente en la comunidad local. Vivíamos nuestra situación migratoria de forma oculta, clandestina”.
–¿Fuiste víctima, alguna vez, de discriminación o racismo?
–Por fortuna nunca fui discriminada. Se vive muy diferente la experiencia de ser migrante, pues depende del Estado en el que vivas. No es lo mismo Texas que California. El año pasado me otorgaron mi visa y visité, como activista de migración, San Antonio Texas, Nueva York y California. Y era extraño porque California es como estar en un México artificial, acartonado. Y me di cuenta que había crecido en un estado sureño [Florida], republicano, en donde éramos 50 por ciento mexicanos y 50 por ciento estadounidenses, rednecks, de ideología republicana. El racismo siempre ha estado latente, pero la actitud racista no era premiada, sino que era algo vergonzoso, representaba una persona sin educación. Ahora es una actitud aceptada y premiada.
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El propósito de Hola Code es que la comunidad de deportados, quienes no conocen sus derechos laborales en México, accedan a una educación, informal, acelerada, que les permita contar con un mejor ingreso. Le ofrece a jóvenes dreamers la oportunidad de capacitarse, a través de un programa que dura 5 meses, con un currículum que viene de Silicon Valley, con clases en inglés, adaptadas a la comunidad.
“En todo el mundo, en estos momentos, hay una falta de talento en el sector de las Tecnologías de la Información. Si en los noventas, el inglés era el idioma del futuro, hoy en día el código, es el lenguaje del futuro. Aquí en México hay una carencia de talento de esos perfiles. Y nuestro país, por su posición geográfica, tiene gran potencial para volverse una meca de la tecnología, pero le falta mucho todavía”, sostiene Leni.
De acuerdo con cifras de la Unidad de Política Migratoria, órgano adscrito a la Secretaría de Gobernación (Segob), en el primer semestre de 2019 el gobierno de los Estados Unidos deportó a 109 mil 296 mexicanos. En ese universo de personas, por ejemplo, Leni sondea año con año: su labor consiste en rastrear aquellos jóvenes repatriados que tengan el perfil para ser reclutados por Hola Code. Los requisitos son simples: una carta de motivos, un examen en línea y, en caso de aprobar, los candidatos envían un video de 3 minutos que le permite a Leni evaluar si son personas abstractas o sistemáticas, después de esos pasos realizan una entrevista final. Las clases se imparten de lunes a viernes, en un horario de 9:00 a 18:00 horas. El programa es intensivo.
“La mayoría trabajaba, allá, en el campo, la jardinería, los restaurantes. Y aquí, al buscar educación, su propio país se las niega. Hola Code les permite visualizarse como ingenieros, imaginarse en espacios que no estaban abiertos para ellos”.
A la fecha, han egresado tres generaciones, de 21, 28 y 21 personas, respectivamente. Los egresados de Hola Code tienen ingresos, en promedio, de 25 mil pesos mensuales.
“Tenemos una chica (de la segunda generación) que, sin una experiencia previa, aprendió a programar y ahorita está trabajando en Cuenca, una empresa creada por un indocumentado, que se formó en Sillycon Valley”, cuenta Leni, con orgullo.
–¿Cómo vives, desde acá, la era Trump?
–Obama fue un presidente políticamente correcto. Su imagen lo llevó a la victoria. Para nosotros representaba a las minorías. Ganó gracias al voto latino, que lo apoyó por sus promesas de campaña. La comunidad latina fue definitiva en su triunfo; jugó un papel muy grande. Íbamos a tener un presidente demócrata, que hablaba a favor de los migrantes, que prometió que trabajaría incansablemente para encontrar soluciones al tema migratorio. Surgió el DACA, pero finalmente no fue, ni es, una solución al problema. Millones de jóvenes, dreamers, no saben si este año podrán seguir en el país. Trump es un reflejo de lo que Obama dejó de hacer.