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Susan Crowley

07/02/2020 - 12:03 am

El coleccionista de las cavernas

El interior de las grutas de Chauvet, en Francia, es una especie de gabinete de las curiosidades.

La cueva de Chauvet, en el sur de Francia. Foto: Captura de video

El coleccionista reúne en sí mismo la más alta y digna de todas las vocaciones, pero también, la más baja y perversa de todas las debilidades: “debo tenerlo”. Recolectar objetos, pasión que puede volverse desmesurada, insaciable, voraz, es una de las adicciones que no han sido atendidas correctamente. Sin embargo, ante el crecimiento de los mercados del arte, habría que empezar a estudiarla con más seriedad. ¿Dónde empezó todo? El documental de Werner Herzog, La Cueva de los sueños olvidados (2003), nos da una clave: huesos de osos, colmillos de mamuts, pieles de leones. El interior de las grutas de Chauvet, en Francia, es una especie de gabinete de las curiosidades. Todo parece indicar que el hombre de Cromañón en nada se diferenciaba del coleccionista que en esta semana veremos circular por MACO. Con un instinto, obviamente primitivo, los hombres de las cavernas eligieron un sitio apartado para atesorar las cosas que les importaban. Pero no se conformaron con apilar objetos, también plasmaron sus emociones. En las paredes de la caverna podemos encontrar representaciones asombrosas de animales que nos muestran el movimiento, la ferocidad, la belleza del mundo en el que habitaban. Los instrumentos musicales encontrados (flautas y tambores), nos permiten afirmar que el coleccionista de la prehistoria no solo disfrutaba lo que entraba por sus ojos, era un melómano que gozaba con sonidos increíblemente sofisticados. Con sus manos y su sangre plasmó la fuerza interior con la que intentaba controlar al mundo de afuera. El hombre antiguo atendía todos los sentidos, los alimentaba: veía, tocaba, escuchaba y olía creando un espacio para el arte; sublimación de la vida cotidiana. Podríamos decir que era un artista y un acumulador de objetos al mismo tiempo.

Siglos después, los gabinetes de curiosidades (Wunderkarmmern), se pusieron de moda en Europa. Eran espacios en los que podían amontonarse todo tipo de objetos: animalia, vegetalia y mineralia, aves fantásticas, colas de sirenas, modelos a escala de ciudades europeas, cartografías de otros planetas, antigüedades clásicas, momias egipcias, trozos de miembros del cuerpo, objetos que incitaban la curiosidad científica, instrumentos ancestrales, especies cuyos exóticos olores estimulaban los sentidos. En fin, artefactos encontrados en países lejanos que resultaban maravillas muy de presumir. Hoy podemos imaginar al hombre barroco como un ser culto rodeado de deleites y placeres, dispuesto a pagar lo que sea por una nueva adquisición. No será raro encontrar a ese coleccionista en los pasillos de las ferias.

Atesorar objetos sin un sentido específico, clasificarlos, contarlos, deleitarse con ellos, es un acto de vanidad poco comparable a otro. En cuanto aparece algo singular, la curiosidad de poseerlo se convierte en una obsesión. La semana de arte, como cariñosamente se le llama, ha iniciado. Es más que una semana, los días parecen expandirse como una especie de carnaval en el que después de los mezcalitos y los encuentros en los pasillos, se desatan comportamientos poco usuales el resto del año. Cada promotor, vendedor, curador, galerista, artista, consultor, tendrá que usar lo mejor de su imaginación para convencer a velocidades vertiginosas qué y a quién hay que coleccionar. Pero sabemos que una feria está plagada de objetos que no valen, ¿habrá ocurrido lo mismo hace millones de años?.

En nuestros días no necesariamente se adquiere lo mejor, las cifras bailan entre lo más ostentoso y lo que pretende ser ya un clásico, aunque se haya creado apenas hace unos días. Después de todo, la capacidad de crear del hombre de las cavernas era espontánea, intuitiva, expresión pura. Actualmente hay mucho de este espíritu en los artistas, ¿qué pasaría si hace tantos siglos hubieran existido asesores, galeristas, promotores y curadores que hoy aparecen como por generación espontánea? Hay oportunistas que asemejan leones agazapados en las cuevas esperando a nuestro amigo Cromañón para saltarle. Los eventos elevan los ánimos, ¿es una adrenalina parecida a la que se respiraba en las cuevas?; hoy se consumen en el deseo de estar en los diferentes VIP y se afanarán para tener la agenda llena de contactos que abren puertas. Antiguamente eran los gabinetes dentro del palacio, hoy son los salones exclusivos para coleccionistas dentro de las ferias.

Entrar a la nueva caverna del arte, poseer ya no los restos de bestias, sino los bestiales juguetes a precios increíbles. El centro de energía, útero en el que el hombre se ocultaba y resguardaba sus tesoros, hoy se desnuda y se convierte en una feria de vanidades en la que habrá que observar quién, como nuestro ancestral amigo de Cromañón, es el verdadero coleccionista. Tal vez no alcancemos a verlo jugar el rol social; quizá sea mucho más discreto de lo que parece. No es un comprador que se exhiba, no le gusta ostentar su dinero y su gusto. Delante de los boots se mueve astuto, mira de lejos y da la vuelta al pasillo para no ser sorprendido por quien lo pueda identificar. Está de cacería. Su deseo de acumular no es necesariamente el de socializar. Ama la música, es un fan de la ópera (sobre todo en alemán). No tiene predilección por un nombre o un movimiento, todo puede sorprenderlo si atrapa su atención. Es original y busca las cosas que salen de lo común. En una feria como MACO le cuesta encontrar algo ya que está a reventar de lugares comunes. Pero cuando menos te lo esperes, caerá rendido por algún objeto aparentemente incomprensible. Y entonces se convertirá en una especie de hombre de Cromañón dispuesto a todo por obtener lo que desea. Por cierto, le gustan los Outsiders, el Brut y las obras creadas por los locos y alienados, daría lo que fuera por un muro de la cueva de Chauvet, pero como eso es imposible, se conforma con un Martín Ramírez, ¿quién no desea tener a ese artista maniaco depresivo en su colección? Nuestro coleccionista no se satisface con llenar paredes, sabe que una colección que se precie de serlo debe desbordar los límites de un muro. Empieza ahí donde no hay manera de justificar el gasto, lo llama inversión. No dice “caro”, prefiere el término costoso; no habla de piezas u obras, le gusta llamarlas juguetitos (como a las mujeres). Su placer es el mismo que mostró el hombre de las cavernas, idéntico al del sofisticado hombre del barroco: es un gozo perennemente insatisfecho e infinito por poseer.

www.susancrowley.com.mx

@Suscrowley.com

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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