Los políticos británicos no se ponían de acuerdo sobre lo que querían lograr con el Brexit o qué aspecto tendría. Después de las peleas, la Unión Europea y Gran Bretaña están exhaustas y ninguna tiene demasiadas ganas de marcar el acontecimiento con gestos extravagantes.
Por Raf Casert y Jill Lawless
BRUSELAS, 30 de enero (AP).- El viernes será un día verdaderamente histórico en el que casi nada sucederá: bajarán algunas banderas británicas de los edificios de la Unión Europea en Bruselas mientras otras ondearán en manos de brexiteros jubilosos en Londres, celebrando el momento de la salida: las 11 de la noche en el Reino Unido, medianoche en buena parte de la UE (23:00 GMT).
Sin embargo, para casi todos los 500 millones de habitantes de Gran Bretaña y el bloque será una noche normal de viernes.
Gran Bretaña y la UE libraron una lucha encarnizada durante casi cuatro años -con insultos desde una y otra margen del Canal de la Mancha- sobre las condiciones del divorcio. Ahora, en la víspera de uno de los sucesos más significativos de la historia de la Unión Europea, las batallas políticas han cedido a una tensa calma, como la que precede la próxima tormenta.
Las dos partes están exhaustas después de las peleas del Brexit y ninguna tiene demasiadas ganas de marcar el acontecimiento con gestos extravagantes.
La UE quisiera que pase la noche sin que nadie se dé cuenta. Después de todo, pierde a uno de sus miembros más grandes, una potencia diplomática, militar y económica a la par de Alemania y Francia. El Reino Unido es la primera nación que sale de esta unión política experimental en sus 62 años de historia.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, habló de «la agonía de la separación».
«Siempre los amaremos y nunca estaremos lejos», dijo en la última sesión del Parlamento Europeo con participación británica.
El primer ministro británico, Boris Johnson, un promotor enérgico del Brexit, prometió una «salida solemne» que «respetará los sentimientos de todos».
El archibrexitero Nigel Farage y sus fieles entonarán canciones patrióticas y pronunciarán discursos en la Plaza del Parlamento, pero Johnson evitará los alardes triunfalistas, al menos en público. Se izarán banderas en las calles en torno al Parlamento y se iluminarán los edificios con el rojo, azul y blanco de la bandera, pero no habrá fuegos artificiales.
El primer ministro y su Partido Conservador ganaron la elección el mes pasado con la promesa de «consumar el Brexit», pero saben que su país está casi tan dividido hoy como en junio de 2016, cuando los votantes aprobaron la salida. El margen de victoria del bando «por la salida», de 52 a 48 por ciento, fue tan estrecho que desgarró el tejido de la nación, dividió partidos y familias, enfrentó a grandes ciudades con pequeñas poblaciones, a Inglaterra con Escocia.
En los años transcurridos, enfrentó a una Gran Bretaña dividida contra el frente unido de los 27 países que permanecen en la UE.
Los políticos británicos no se ponían de acuerdo sobre lo que querían lograr con el Brexit o qué aspecto tendría, lo que quedó de manifiesto en la frase vacua acuñada y repetida interminablemente por la anterior primera ministra, Theresa May: «Brexit significa Brexit».
No sólo había división entre adversarios y partidarios del Brexit, sino que estos últimos estaban divididos entre duros y blandos, los que querían una salida total y brusca y los que preferían una transición gradual.
En cambio, los 27 países restantes de la UE sabían lo que querían y siempre mantuvieron su unidad, liderada por el temible negociador Michel Barnier. Mientras Gran Bretaña cambiaba de ministros y negociadores, Barnier permanecía en el puesto y Bruselas ha designado al veterano diplomático para que encabece las conversaciones sobre las futuras relaciones de comercio y seguridad con el Reino Unido.
Debido a la tenacidad de Barnier en la defensa del mercado único y los principios medulares de la UE, cuando a fines de 2018 las dos partes llegaron a un acuerdo sobre los términos de salida, éste contenía muy poco de los privilegios de membresía que Gran Bretaña esperaba conservar. Adicionalmente, en cambio, incluía una concesión mayúscula por parte de Londres: la de mantener una frontera abierta entre la República de Irlanda, miembro de la UE, e Irlanda del Norte, que forma parte del Reino Unido.