Los otomíes saben que para que el maíz se dé es necesario que participen distintas divinidades en su crecimiento, para ellos no sólo se trata de sembrar y ya, eso claro que lo hacen y son expertos en esos menesteres, como herederos de una cultura agrícola milenaria. Sin embargo, quizás lo más importante para ellos está en convocar, reconocer y convidar a las divinidades involucradas directamente en el crecimiento de las plantas, en virtud de que éstas son consideradas “plantas-personas” que poseen un espíritu esencialmente humano, análogo al de ellos mismos, como lo evidencian sus respectivos recortes de papel elaborado por el chamán.
Por Iván Pérez Téllez
Secretaría de Cultura de la CDMX
Segunda entrega del antropólogo Iván Pérez Téllez y el Costumbre de cambio de año.
Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo).- Una cruz está fuera de la casa de Costumbre, se le conoce como “teléfono”; esta cruz comunica vía “inalámbrica” con los principales cerros-persona de la región, desde allá los cerros mandan sus mensajes a la cruz-persona y ésta, por medio de un mecate enflorado, lo transmite hasta el altar. Gracias a esta artefacto las madrinas ⎯mujeres que fueron invitadas con el propósito de comer Santa Rosa y escuchar y repetir por voz propia las exigencias de las divinidades⎯ dan razón del parecer de las divinidades cuando reciben las ofrendas en el altar de chamán. Asimismo, las madrinas son las encargadas de prestar su cuerpo a las divinidades para que hablen y sean escuchadas, a veces el chamán responde ahí y establecen un diálogo. A la Cruz del “teléfono” también se le disponen sus “cortes” y su ofrenda, lo mismo ocurre con la Lumbre, a la que se le colocan sus respectivos “cortes” así como su ofrenda, pero esta vez en la cocina de la casa, justo al lado del espacio destinado al apilamiento de la mazorca, pero que hoy luce vacío.
En esta ocasión sólo habló una madrina ⎯en otros momentos pueden hablar más⎯ por su voz, la Abuela Tierra pidió a sus “hijos” que le hagan Costumbre en el mes de marzo 2020 en un cerro cercano; dijo estar triste porque su ropa está hecha girones y no tiene zapatos, pidió que le lleven un “cerita” y un refresco; en retribución, este año sí hará crecer el maíz. La Abuela Tierra pidió también que los jóvenes participen más y no se olviden de hacer Costumbre. En el transcurso de la noche, más entrada la noche, la Sirena también habló; ella rogó porque haya mayor participación comunitaria en el Costumbre, y porque la gente no vea sólo por sí mismo sino por el común. Dijo incluso que proveería de “agua” al pueblo pero que no se olvidaran de darle ofrenda. En algún momento, de manera inesperada, la madrina dijo a las demás mujeres asistentes que sacaran a bailar a la Sirena, así que las mujeres tomaron un pequeña tinaja que contiene agua de manantial y la sujetaron entre todas, extrañamente el trío de músicos comenzó a tocar una melodía de Rigo Tovar: El Sirenito. Así transcurrió la noche hasta entrada la madrugada del día siguiente, algunas personas solicitaban a don Cecilio que les hiciera una barrida y encendían una cera en el altar para las divinidades.
Los otomíes saben que para que el maíz se dé es necesario que participen distintas divinidades en su crecimiento, para ellos no sólo se trata de sembrar y ya, eso claro que lo hacen y son expertos en esos menesteres, como herederos de una cultura agrícola milenaria. Sin embargo, quizás lo más importante para ellos está en convocar, reconocer y convidar a las divinidades involucradas directamente en el crecimiento de las plantas, en virtud de que éstas son consideradas “plantas-personas” que poseen un espíritu esencialmente humano, análogo al de ellos mismos, como lo evidencian sus respectivos recortes de papel elaborado por el chamán. Por un lado, están claramente los Abuelos Tierra ⎯siempre mujer y hombre⎯, así como los espíritus de la semillas y la Sirena, dueña del agua. Esta sociabilidad de manera mancomunada hace posible la vida, y los otomíes leen en la falta de interés y participación en los Costumbres, sobre todo por parte de las nuevas generaciones de jóvenes, una de las causas del recrudecimiento de las condiciones climáticas. De algún modo, el cambio climático, y con él las sequías, es visto por los otomíes como producto del individualismo, del desapego a la tierra, el abandono de las labores agrícolas, pero sobre todo debido a la desatención, falta reconocimiento y devoción de las deidades vernáculas, figuradas en las decenas de recortes de papel.