Francisco Porras Sánchez
30/12/2019 - 8:33 am
90-10
Como el(la) amable lector(a) recordará, hace unas semanas el Presidente de la República declaró que, de tener que escoger entre honestidad y expertise técnico, él prefería la primera. Al defender el nombramiento del nuevo titular de la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA), quien no parece tener el nivel de conocimiento especializado para desempeñar […]
Como el(la) amable lector(a) recordará, hace unas semanas el Presidente de la República declaró que, de tener que escoger entre honestidad y expertise técnico, él prefería la primera. Al defender el nombramiento del nuevo titular de la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA), quien no parece tener el nivel de conocimiento especializado para desempeñar un papel adecuado, el Presidente afirmó que lo que más le interesaba era la honestidad: “si hablamos en términos cuantitativos, 90 por ciento honestidad, 10 por ciento experiencia”. La discusión subsecuente en los medios de comunicación y redes sociales introdujo matices importantes como, por un lado, reconocer que el combate a la corrupción debe ser un pre-requisito indispensable para desempeñar la función pública y que, por el otro, no es correcto plantear el problema como si la honestidad y la experiencia fueran mutuamente excluyentes.
La discusión me recordó vivamente algunos argumentos de Benedicto XVI en el número 30 de su encíclica Caritas in Veritate. En ese número se analizan las relaciones entre la caridad -es decir, el amor al ser humano por el hecho de ser humano- y el conocimiento técnico necesario para atender los problemas del desarrollo -por ejemplo la pobreza, el hambre, la educación, y otros-. El documento reconoce que puede ser problemático entender y practicar la virtud y, al mismo tiempo, aplicar la técnica -que a veces parece más interesada en las dinámicas cuantitativas de los problemas sociales que en las realidades concretas de las personas-. Sin embargo, su argumento establece claramente que es un error entender a la caridad como opuesta a la técnica, y viceversa. Al contrario: el verdadero amor a la humanidad requiere del más alto expertise técnico: la honestidad necesita de la experiencia.
De la misma manera, el conocimiento especializado necesita del compromiso de la virtud, de otra manera carece del estímulo para realmente encontrar soluciones técnicas a los problemas. Como dice Benedicto XVI, el conocimiento “puede reducirse a cálculo y experimentación, pero si quiere ser sabiduría capaz de orientar al hombre […] ha de ser «sazonado» con la «sal» de la caridad. Sin el saber, el hacer es ciego, y el saber es estéril sin el amor”. La caridad “no es añadidura posterior, casi como un apéndice al trabajo ya concluido de las diferentes disciplinas, sino que dialoga con ellas desde el principio. Las exigencias del amor no contradicen las de la razón”.
Los argumentos para postular esta co-relación son muchos, pero la encíclica pone énfasis en dos. El primero es que “la caridad no excluye el saber, más bien lo exige, lo promueve y lo anima desde dentro”. Las virtudes, incluidas la honestidad, pero también nuestras cosmovisiones y valores, nunca alcanzan lo que aspiran a ser a menos que se apliquen a la realidad concreta en la que vivimos. La honestidad practicada sobre una realidad ficticia no es auténtica honestidad, de la misma manera en que nuestra determinación de no robar se prueba realmente frente al dinero verdadero -no frente a los pesos del “banco de la alegría” de nuestro juego de mesa-. Para combatir efectivamente a la corrupción, y desarrollar las implicaciones éticas, legales, burocráticas y políticas de la honestidad, es indispensable ser experto en el ámbito de política pública correspondiente. ¿Cómo será posible combatir la impunidad en procesos complejos a menos que se conozcan detalladamente, al nivel de “tuercas y tornillos”? Si hay un(a) doctor(a) que dice que nos puede curar, pero carece del conocimiento especializado para hacerlo, ¿puede decirse honesto? En política pública es imposible ser honesto sin ser experto.
De la misma manera, y este es el segundo argumento de Benedicto XVI, no es posible ser experto sin ser honesto. En efecto, “el que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez”. Así como cuando uno(a) pone todo el empeño para resolver el problema de un(a) hijo(a) o un ser querido, haciéndonos creativos -obligándonos a tocar puertas y explorar caminos que no consideraríamos en otras circunstancias-, quien está en el servicio público para servir a los(as) demás está obligado(a) a asegurar dinámicas de mejora continua, tanto personales como institucionales, en las cuales sea posible la acumulación del saber especializado y la innovación, dentro de los límites legales y presupuestales usuales. Esto implica la aplicación del mejor conocimiento disponible, no solamente el de la disciplina propia, sino también el de otras. Un(a) doctor(a) experto(a) siempre se mantiene actualizado(a) porque está motivado por valores entre los que se encuentra la honestidad. El(la) buen(a) doctor(a) quiere realmente resolver un problema de salud; en consecuencia, comprende que debe ser el(la) mejor(a) doctor(a) en su especialidad.
Como siempre, el(la) amable lector(a) perdonará las cosas que leo, y que me sugieren ideas y preguntas acerca de la realidad. Pero, también como siempre, es importante recordar que lo decisivo no es el punto de partida, sino el punto de llegada. No importa de dónde vengamos: lo importante es qué vamos a hacer juntos.
Referencia
Benedicto XVI (2009). Caritas in Veritate, disponible en http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate.html
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