Conforme uno se abre paso por las páginas de este bestiario, salta a la vista el uso de frases tales como «alimento bueno» o «bueno para comerse» para describir aquellas que son aceptadas y consumidas tanto por indios como por españoles. Por ejemplo, un extracto de la Historia natural de la Nueva España de Francisco Hernández describe de este modo al michpillin, “una masa de pececillos no mayores que liendres.” Por otro lado, las descripciones de aquellos animales considerados tabú para las culturas europeas, como es el caso de las serpientes, generan una imagen de barbarie respecto a los indígenas que los consumen.
Por Lisa Grabinsky
Ciudad de México, 17 de noviembre (SinEmbargo).- Es verdad que la relación con los animales comestibles siempre ha implicado violencia y el descontrol en su consumo ha ocasionado la pérdida de especies. Sin embargo, la presencia de estos en la dieta Mesoamericana forma parte de nuestra identidad cultural, al grado que la revista Artes de México ha dedicado el número 130 exclusivamente a la fauna nativa comestible. Este tomo complementa a “Semillas de Identidad” y sirve como un catálogo de testimonios de los animales fantásticos de México.
La revista abre con un texto por José Luis Trueba Lara, coordinador de la publicación, en el cual describe los encuentros de los europeos con la fauna mexicana, para ellos, exótica, sobre todo al ver que todas esas bestias eran consumidas por los nativos. Los conquistadores probaron por hambre y curiosidad algunas, y otras —como los insectos y gusanos— les parecieron barbáricas y horrorosas.
La revisión de estos animales es por orden alfabético, siguiendo un índice ilustrado que se asemeja a una plantilla de lotería. Algunos animales son aún comunes en la gastronomía mexicana, como los chapulines y los gusanos de maguey, por lo que no causa impresión leer sobre su consumo. Otros, como los polluelos de las abejas que se cocinan a las brasas y se comen como manjar, sorprenden al lector.
Conforme uno se abre paso por las páginas de este bestiario, salta a la vista el uso de frases tales como «alimento bueno» o «bueno para comerse» para describir aquellas que son aceptadas y consumidas tanto por indios como por españoles. Por ejemplo, un extracto de la Historia natural de la Nueva España de Francisco Hernández describe de este modo al michpillin, “una masa de pececillos no mayores que liendres.” Por otro lado, las descripciones de aquellos animales considerados tabú para las culturas europeas, como es el caso de las serpientes, generan una imagen de barbarie respecto a los indígenas que los consumen.
Leer sobre ciertos animales que han sido comidos más bien generan una sensación de tristeza, como es el caso del ajolote (axolotl): una mística criatura cuyo consumo está asociado con sus supuestas propiedades afrodisíacas y que por lo mismo —junto con la inclusión de especies invasoras en su hábitat— hoy en día se encuentran en peligro de extinción.
Nos enteramos también que algunas bestias son potencialmente tóxicas, como el armadillo -sólo si éste comió una planta venenosa en vida. Algunas especies son también medicinales, como los mismos chapulines, cuya cocción en infusión es capaz de curar a un caballo. De otras bestias surgen criaturas mitológicas, como es el caso del búfalo y la raza de hombres corcovados del río Aconquis o los manatíes que los conquistadores confundieron con sirenas.
Por supuesto, este bestiario no podía dejar fuera a una de los animales más polémicos de la dieta de cualquier civilización: el ser humano. Por ello, Alfredo López Agustín nos presenta una breve semblanza de la antropofagia ritual mesoamericana y el tabú que generó entre los españoles, quienes la usaron para justificar la Conquista, a pesar de ser un consumo cuidadosamente regulado por los indígenas.
Por otro lado los textos de la publicación abordan temas del desarrollo de técnicas para recolectar algunas de las bestias más pequeñas y escurridizas, como las hormigas arrieras y las chicatanas. El que los animales coman animales no es un proceso que suceda sin que ambas partes involucradas den pelea y ciertamente hay que saber defenderse de las poderosas mandíbulas de una iguana cuando lanza la mordida a su cazador.
A diferencia de lo que se cree de su minimalista dieta a base de maíz, frijol, chile y calabaza, los antiguos mexicanos no eran vegetarianos. Consumían insectos y animales pequeños, además de la ocasional carne humana ritual y de bestias de mayor tamaño. Por supuesto, es un proceso gastronómico que supone un grado de violencia, pero por esto conlleva una serie de procesos e ideologías propias del bagaje cultural de México.