Antonio Salgado Borge
11/10/2019 - 12:05 am
Joker: ¿simpatía por el demonio?
Por otra parte, la justificación consiste en una forma de dar sentido moral a una acción.
Además de aplausos y premios, Joker ha coleccionado una serie de polémicas intensas. Uno de los asuntos más discutidos es si esta película constituye una suerte de apología del delito.
Quienes piensan que este es el caso suelen aludir al papel que juegan elementos como la violencia estructural, la marginación o la discriminación en la transmutación gradual de Arthur, un individuo con frágil salud mental, en Joker. Su argumento es que esta cadena de eventos genera en el público empatía o simpatía hacia un criminal cuyos actos deben ser repudiados sin consideración alguna. Pero este tipo de críticas parte de una confusión fundamental con respecto a la relación entre dos términos: la apología del delito y la empatía.
La apología del delito consiste en la justificación de acciones criminales. Pero justificar no es lo mismo que explicar.
Explicar un evento consiste en proporcionar las razones por las que el evento ocurrió. Por ejemplo, la rotación de la Tierra alrededor del Sol puede ser explicada a través de las teorías de Einstein. Del mismo modo, las acciones criminales de Adolfo Hitler suelen ser explicadas apelando a su odio a los judíos o a su convencimiento en la superioridad de una supuesta raza; estas creencias explican en parte por qué Hitler orquestó el holocausto, pero de ninguna forma lo exculpan de su responsabilidad en uno de los peores crímenes de la historia.
Por otra parte, la justificación consiste en una forma de dar sentido moral a una acción. En este sentido, no es posible justificar por qué la Tierra gira alrededor del Sol; al menos que sepamos, no hay una acción moral implicada en este fenómeno. Pero tampoco es posible justificar acciones criminales de Hitler, pues no hay forma moral de defender el holocausto. Lo que sí es posible discutir son asuntos donde el sentido moral de la acción no es claro. Por ejemplo, si una persona que viaja en el tiempo y tiene la oportunidad de asesinar a Adolfo Hitler cuando es un bebé de cuna estaría justificada a hacerlo.
Para determinar si Joker representa una apología del delito primero hay que distinguir, por ende, si esta película explica o justifica la transformación y acciones de Arthur. Me parece que poca duda cabe de que la explica: un eje fundamental en esta cinta es la construcción -magistral, por cierto- de un personaje a partir de una cadena causas y efectos. Pero es mucho menos claro que mediante estas explicaciones en Joker se busque generar empatía con el fin de justificar los crímenes de Arthur.
Por un lado, las terribles condiciones y situaciones que sufre Arthur son expuestas deliberadamente durante la mayor parte de esta película: poca duda queda de que su vida ha sido una interminable tragedia. El propio director ha hablado de su intento de crear un ambiente asfixiante y opresivo que retrate a un mundo que todos los días muerde a Arthur. Es decir, existe una intención explícita de generar empatía hacia el personaje.
Sin embargo, que Joker logre que nos pongamos en los zapatos de Arthur no implica la justificación de las acciones de un criminal, sino que ha tenido éxito en su intento de ayudar a explicarlas. Lo que es mejor, su éxito trasciende la situación específica dibujada a través de la ficción de una película.
Este es el caso porque Joker es todo menos simplista y no compra la falsa dicotomía “naturaleza contra crianza”.
Por una parte, urge a revisar la forma en que la violencia estructural incide en las acciones más radicales. Ciudad Gótica está en manos de una élite que recorta recursos a servicios públicos, abandona a las personas que no forman parte del círculo privilegiado, las ignora o, de plano, las considera payasos fracasados.
Pero, por otra parte, Joker no pierde de vista las condiciones particulares de cada individuo, como su historia o su constitución biológica; es decir, que son las personas más vulnerables a las que más impacta la violencia estructural. Es esta intersección, vivida en primera persona, la que explica el tránsito de Arthur a Joker.
Una frase de Joker es quizás una de las líneas que mejor encarnan este tránsito: “solía pensar que mi vida era una tragedia, pero ahora entiendo es una comedia”. Finalmente, la tragedia sólo es tal cuando se conserva alguna dosis sentido, mientras que la comedia puede ser un inmejorable recurso para representar la ausencia de éste. Es justamente con el paso del sentido al sinsentido que termina el ciclo de Arthur y empieza el de Joker.
Joker es en buena medida un ejercicio empatía: en ocasiones sólo viendo el mundo a través de los ojos de las personas que hacen las peores atrocidades, repasando sus condiciones de vida en primera persona, es posible entender de donde provienen sus acciones; y que, dada la combinación de factores adecuada, cualquiera podría haber estado, o terminar estando, en zapatos similares a los que llenan las personas que las ejecutan.
Si la explicación y la empatía se confunden con apología es porque, tal como el filósofo Adam Morton ha sugerido, de alguna forma hemos aceptado una lectura simplista que retrata a quienes comenten actos criminales como cuasidemonios; individuos sustancial o esencialmente malos. Con esta simplificación damos un sentido moral a estas acciones -las juzgamos-, pero no las explicamos. Y con, ello, renunciamos a atajar las causas de las que provienen los efectos que detestamos.
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