Carlos Denegri se llenaba los bolsillos de dinero por las cosas que callaba. Era periodista, líder de opinión e instrumento de los poderosos en México. Había una leyenda negra sobre él que estaba dispersa en testimonios, en charlas de boca en boca. Enrique Serna se encargó de darles sentido. Ahora Denegri, “el mejor y el más vil de los reporteros”, según Julio Scherer, protagoniza El vendedor de silencio.
Ciudad de México, 13 de septiembre (SinEmbargo).– “Sólo quiero romper el hielo”, dijo Carlos Denegri. “Pues lo siento mucho, pero yo no”, respondió Natalia. Denegri bebió entonces. Insultó y maldijo a la mujer después. Era un enfermo de poder que no toleraba un “no” como respuesta. Era misógino. Era mercenario. Era un tramposo. Era la estrella del diario Excélsior. Era millonario. Era el vocero no oficial de los poderosos. Y como él aún hay personajes en los medios de comunicación actuales.
Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto se derrochó en publicidad. Dependencias gastaron millones y millones para visibilizar sus supuestos logros. El oasis económico para algunos medios de comunicación se consumó. En ese contexto hubo periodistas mercenarios como Denegri, el protagonista de El vendedor de silencio, la novela más reciente de Enrique Serna Rodríguez.
El modus vivendi de Carlos Denegri sigue vigente. Sin embargo, el tiempo sí ha pasado factura a los periodistas de ese tipo. Hoy destacan los que son libres, independientes y mantienen una sana distancia con el poder, señala Serna Rodríguez, autor de El seductor de la patria, en entrevista con Puntos y Comas.
“Había una leyenda negra sobre Carlos Denegri que estaba dispersa en testimonios, en charlas de boca en boca. Yo sentí que valdría la pena hacer algo sobre este personaje que me atraía, pero narrando la novela desde el interior de su conciencia, que era una conciencia en descomposición, sobre todo en los dos últimos años de su vida. Tuve que hacer una investigación bastante ardua en hemerotecas, recabar testimonios para llenar lagunas de su vida que no se conocían”, relata el escritor.
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–¿La palabra vil cabe al momento de definir a un periodista?
–Por supuesto que puede caber, dependiendo de la conducta de cada periodista. En algunas épocas de la vida mexicana, el envilecimiento era condición para tener éxito. Una de esas épocas fue la de Denegri. A los periodistas combativos y que querían defender el derecho a la información, los aplastaba el sistema político, como le pasó a otro personaje de la novela, Jorge Piñó Sandoval, quien en los años cincuenta publicó la revista Presente, todavía en el sexenio de Miguel Alemán. Él denunció todas las corruptelas de su camarilla, pero sólo duró menos de un año la revista, a pesar de que tenía muchos lectores. Primero le enviaron unos matones a destruir la imprenta y luego le cortaron el suministro de papel, y él se tuvo que exiliar a Argentina durante muchos años. En mi novela es importante porque él tiene una larga conversación con Denegri en una cantina, y porque él fue el amigo que lo llevó a Excélsior.
–¿Denegri puede ser definido como un periodista?
–Sí, en todas las profesiones hay buenos y malos. Hay gente que puede deshonrar la profesión, pero eso no le quita que lo siga haciendo. Malo, corrompido, si tú quieres, pero periodista al final.
–Denegri era un personaje amalgamado en aquel priismo imperial. Era un personaje que se había construido cerca de ese priismo. Era un personaje que había terminado por pudrirse por ese sistema.
–Él no desempeñaba cargos públicos, pero era una pieza muy importante del sistema político. Él era el cronista de las giras de los candidatos a la Presidencia. Él era el cronista de lujo que ellos [los políticos] tenían. Uno de los libros que publicó es una crónica de la campaña de López Mateos, por ejemplo. Creo que llegó a ser una especie de ministro sin cartera. Cuando él llegó a hacer giras internacionales para entrevistar a jefes de Estado, tenía a su servicio a todo el cuerpo diplomático que lo iba a recibir como si él fuera un Secretario de Estado a todos esos países, que además le concertaba las entrevistas con los presidentes. Él era un vocero extraoficial de la Presidencia, sobre todo a partir del sexenio de Miguel Alemán, que es cuando irrumpe toda una camada de cachorros de la Revolución, que es como les llamaron a los que eran hijos de revolucionarios; que regentearon la industrialización del país y se enriquecieron a costa del erario de una manera escandalosa. Desde el segundo año del sexenio de Miguel Alemán, su primo, Fernando Casas Alemán, que era regente de la ciudad, se estaba construyendo una gigante mansión en la esquina de Copilco e Insurgentes. Un día amaneció, en una de sus bardas, una frase: ‘¿tan pronto, licenciado?’ De ahí se le quedó el mote de los tanprontistas. En esa época hacía muchos cartones Abel Quezada con el tema de los tanprontistas. Denegri se integra perfectamente a ese grupo de juniors porque él era hijastro de un prominente político sonorense, Ramón P. Denegri, que había sido Secretario de Agricultura con Obregón y Secretario de Industria y Comercio con Portes Gil, y que luego fue embajador en varios países, lo cual permitió a Denegri aprender muchas lenguas, lo cual le ayudó mucho en la profesión.
–Uno de los infiernos que enfrenta Denegri es el alcoholismo.
–No era un alcohólico que tuviera que beber todos los días o que no pudiera soltar la botella, pero cuando bebía no podía parar y se ponía muy agresivo con las mujeres. Era ese tipo de alcohólico. A mí me llamó mucho la atención desde la primera vez que leí anécdotas sobre él, que hubiera podido existir un personaje tan soberbio y al mismo tiempo tan vulnerable. Él era un hombre intoxicado de poder, tanto en el ejercicio de su profesión como en la vida íntima. Él tenía un Talón de Aquiles: la debilidad de carácter, que lo arrastraba al despeñadero incluso con más fuerza que la ambición. Parte de esa debilidad de carácter era su alcoholismo. Él no podía ser un hombre que ejerciera el poder con firmeza, como sus modelos de comportamiento, entre ellos Maximino Ávila Camacho o el magnate Jorge Pasquel, porque venía arrastrando un trauma desde la infancia que probablemente le provocaba una gran inseguridad.
–¿Identificas a algún personaje en el periodismo mexicano actual que sea parecido a Denegri?
–Obviamente el periodismo mercenario no ha desaparecido. Apenas el sexenio pasado el Gobierno de Peña Nieto se gastó 3 mil millones en publicidad y en sobornos a periodistas. El modus vivendi de Carlos Denegri sigue vigente, pero en general el periodismo sí ha cambiado mucho. Ya no se puede decir, como decía Scherer de Denegri, que ‘era el mejor y el más vil de los periodistas’. Actualmente los mejores periodistas destacan porque son libres, independientes y mantienen una sana distancia con el poder.
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En 1995, Enrique Serna publicó la novela El miedo a los animales, la cual fue protagonizada por dos hombres: Evaristo Reyes, un hombre que vendió su alma, y Roberto Lima, “un periodista cultural que insulta al Presidente en medio de sus artículos” (Punto de Lectura, 1995). A propósito de El vendedor de silencio, protagonizada por un periodista que fue real, Puntos y Comas cuestionó al escritor sobre las similitudes y diferencias con aquellos dos personajes de ficción.
–Hace algunos años leímos El miedo a los animales. Si pusiéramos en un extremo de la mesa a Denegri, ¿podríamos poner en el otro extremo a Roberto Lima?
[Serna se ríe].
–Sí, son las antípodas. Roberto Lima es una especie de hombre del subsuelo, que está escribiendo en un periódico que nadie lee y que desesperado al notar que nadie ha leído jamás ninguna de sus colaboraciones, empieza a filtrar mentadas de madre al Presidente de la República. Denegri era todo lo contrario: él escribía en el periódico mexicano más leído. Tenía un escaparate muy visible y eso era lo que le permitía tener una gran influencia política en su época.
–¿Y si lo comparamos con Evaristo?
[Vuelve a reír].
–Tiene ciertas similitudes en cuanto a la claudicación. Evaristo tenía este ideal de entrar a la judicial para investigar a fondo las entrañas de ese monstruo y después escribir un reportaje donde narrara sus experiencias, pero finalmente sucumbe ante la corrupción que hay dentro de la judicial y acaba siendo el secretario de uno de los comandantes de la judicial más siniestros, el comandante Maytorena. Denegri sí es un personaje de la vida real y era un hombre corrupto pero de muy alto nivel. Denegri se codeaba con presidentes de la República; recibía enormes cantidades de dinero por elogiarlos y por callarse lo que sabía de ellos.
–¿Por qué el interés en Carlos Denegri?
–Había una leyenda negra sobre Carlos Denegri que estaba dispersa en testimonios, en charlas de boca en boca. Yo sentí que valdría la pena hacer algo sobre este personaje que me atraía, pero narrando la novela desde el interior de su conciencia, que era una conciencia en descomposición, sobre todo en los dos últimos años de su vida. Tuve que hacer una investigación bastante ardua en hemerotecas, recabar testimonios para llenar lagunas de su vida que no se conocían, como por ejemplo, su actuación durante la guerra civil española, que es un episodio importante en la novela, que creo que es el momento en el que él pierde sus ideales y se empieza a pudrir por dentro. Es una novela en la que se mezclan, con bastante libertad, lo verdadero con lo verosímil.
–¿Nos hablabas sobre el tipo de lenguaje que utilizas? Es uno de los puntos para acercar al lector…
–Quise narrar esta novela desde la conciencia del protagonista, y obviamente que cuando te metes a una conciencia, te metes al lenguaje del protagonista, que es un lenguaje coloquial. Hay una técnica literaria que es la del monólogo interior, la cual consiste en apresar el lenguaje en formación, es decir, tal y como se presentan los pensamientos en la mente, que no son iguales que cuando uno se pone a hablar, en donde ya es un pensamiento más organizado. Hay que saber grabar el lenguaje coloquial para dar una impresión de vida, y para dar la impresión de que uno ha logrado sumergirse en el alma del personaje.
–¿Cuál es tu opinión sobre el tiempo que lleva Andrés Manuel López Obrador como Presidente?
–Estoy muy desconcertado con este nuevo Gobierno. Una de las cosas que me desconciertan es que haya lanzado una embestida tan terrible en contra de científicos, académicos, periodistas opositores a su régimen, etcétera. Esos nos son los enemigos que debería tener un Gobierno socialdemócrata. Me da la impresión de que se está equivocando de enemigos.
–Ya nos dijiste que sí sigue existiendo el periodismo mercenario, pero es más difícil hoy hallar personajes con tanto poder y riqueza como Denegri.
–Seguramente sí porque algo que ha hecho bien Andrés Manuel López Obrador es reducir drásticamente la publicidad gubernamental en los periódicos, televisoras y radiodifusoras. Lo digo a pesar de que nos perjudica. Yo escribo en Letras Libres, antes tenía una columna mensual, ahora la tengo bimestral porque nos cortaron la publicidad gubernamental. Pero creo que en eso tiene razón López Obrador porque era un gasto, un derroche absurdo para cooptar a los periodistas.
–¿Y hacia dónde crees que vamos en esa materia?
–Creo que hasta ahora ha sido un Gobierno que ha respetado las libertades. Me da la impresión de que los periodistas que han salido es porque las empresas en las que trabajan se quieren congraciar con el Gobierno, pero no porque haya habido actos de censura o porque el Gobierno haya pedido que los echaran.