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Susan Crowley

13/09/2019 - 12:03 am

Toledo un juchiteco sin remedio

Para los juchitecos como para él mismo, no es difícil transitar de la vida a la muerte y de la muerte a una máscara que se ríe de la vida.

“Algo de Juchitán estará siempre presente en la obra de Toledo”. Foto: Cuartoscuro / Especial

Desde muy temprano la atmósfera que se respiraba en Juchitán era de un calor insoportable. El olor de las frutas podridas se combinaba con el del tasajo y la tortilla quemada en el comal; los tamales de iguana y la salsa con chile pasilla con un picor delicioso y el chocolate molido en metate, eran el aviso de que había que reunirse con la familia en la cocina. La visita de las siete casas como decía mi abuela, era un ir y venir a ver cómo estaban los parientes. Mi tía Jumico, de familia japonesa migrante desde la guerra, se había casado con el primo de mi mamá; nos saludaba dulce desde el mostrador de la farmacia. Sus hijos, morenos y de ojos muy rasgados, daban la bienvenida con una sonrisa de oreja a oreja. Iban tempranito al rancho, a las afueras de la ciudad. A su regreso, me llevaban a nadar al arroyo; era el único sitio en el que se podía estar con los calores de agosto. Luego la tía Marisalma, de familia libanesa y dueña de la tienda principal, nos recibía con su cálido acento juchiteco: “pero mira que Biche (como les decían a los gatos) salió la sobrina, pues, con esos ojos tan azules”.

En su tienda vendía de todo, desde joyas antiguas hasta juguetes de plástico importados de China. Mientras caminábamos saludando a todos, la plaza principal de Juchitán se iba llenando de luz y de puestos de comida y de flores. Había de todo: turistas con actitud antropológica, una que otra hippie despistada de California. Como en una danza permanente, iban aproximándose las mujeres vestidas con huipiles de colores, con sus faldas largas rematadas de holanes y sus trenzas entretejidas con listones; cuando sonreían, a muchas de ellas les brillaban los dientes incrustados de oro. Colgaban de sus cuellos collares repletos de medallas de la virgen, centenarios y hasta monedas confederadas que pesaban un demonial. Para poder cargarlos y que no las martiricen, suelen usar unos refajos que les ayudan a sostenerlos desde la cintura.

En los días de Vela, se les veía con su caja de cerveza en la cabeza, ataviadas con el vestido tradicional de tehuanas que era un verdadero primor, decía mi abuela. Generaciones completas bordaban los faldones, si alguna de ellas había tenido la suerte de procrear a un muxe, se le veía feliz y orgullosa: “mujercita para que me acompañe y hombrecito para que me cuide”. Los muxes son excelentes bordadores; cada año es premiado el mejor vestido de tehuana, así que entregan todo su talento en la labor de confección y decorado; ¿qué secretos bordan casi en pinceladas?, ¿cómo logran esas tonalidades de tierra, ocre, barro en contraste con los vivos colores, unos más bellos que otros?

Toda acción en Juchitán conllevaba una celebración. Eso ocurría desde que mi abuela era pequeña y antes; a mí aún me tocó vivirlo. La deliciosa comida, los traguitos abundantes de mezcal y, lo mejor, aprenderse los bailes. Las mujeres contoneándose con gran elegancia para lucirse como unas reinas mientras los hombres, muy sencillos vestidos con calzones de manta y huaraches, dando unos saltitos para acá y para allá muy simpáticos.

A pesar de vivir por completo sumergidos en las tradiciones, los juchitecos siempre han tenido una eterna escisión. Son alegres por naturaleza, pero en un momento cambian y se ponen agresivos, son intensos en todos los sentidos. La parte política ha sido un dolor de muelas; no había festejo, Vela o conmemoración que no acabara en el eterno pleito del priismo contra la izquierda que crecía cada vez más en la zona.

Esta es la tierra de mi familia y fue la tierra de Francisco Toledo. Como ya era un figurón, cuando se le veía pasar, todos lo señalaban, él saludaba amable y seguía como ensimismado hacia donde se dirigía. Normalmente iba al centro cultural que había creado y en el que había una intensa actividad siempre: talleres de grabado, música, baile, en la biblioteca un montón de libros que eran de envidiarse. La gente, muchos jóvenes, lo frecuentaban como un sitio en el que transcurría su vida cotidiana, era parte de su identidad y de las costumbres adquiridas. Los oaxaqueños son muy inteligentes y abusados, y si les pones con qué, tienen la capacidad de ser brillantes en sus logros. Toledo lo sabía porque los conocía como se conocía a sí mismo. Como todo oaxaqueño, había en él mucho de juchiteco de corazón y muchas razones para sentirse al margen de la gente de su propio pueblo. Caía bien su peculiar personalidad, pero al mismo tiempo causaba conflicto. El eterno conflicto entre la izquierda de la COCEI y el PRI se asoció a la imagen de Toledo, sobre todo en cuanto ganó fama como artista internacional. Muchos juchitecos detestaban a los rojillos y el pintor se convirtió en una figura polémica.

Mi familia, declaradamente priista, hacía unos berrinches espantosos; por culpa de la COCEI, decían, el Gobierno federal había abandonado a Juchitán. La pobreza aumentaba todos los días, la falta de recursos y de servicios se notaban en las calles. No había suficientes escuelas y el retraso era evidente. Cada vez más, dejar de ser juchiteco era una opción, se notaba en la manera de vestirse, en el alejamiento de las costumbres, en la necesidad de aprender inglés y conseguirse un trabajo del otro lado. Los que se fueron quedando dejaban ver, por un lado, el cariño por su tierra y por el otro, el coraje por la orfandad a la que la habían condenado. Pero es cierto, Juchitán es el resultado de un priismo de la transa y la corrupción que hizo que cada vez se aislara más y terminara prácticamente sin recursos.

Como otros juchitecos brillantes Toledo se fue y solo se llevó esa particular forma de ver el mundo. Sus calzones de manta, su barba descuidada, el pelo largo que se fue encaneciendo muy pronto le otorgaron un aire que contribuía a su aura de artista. Alguna vez lo escuché contar que, en París, con un frío endemoniado solo traía su camisa y una señora muy rica lo había tapado con su abrigo de pieles. Seductor en todos los sentidos como tantos otros istmeños, tenía una manera de sonreír que hacía que las mujeres cayeran a su pies. El imaginario de Toledo se desprende de una tierra en la que el barro mojado llena los caminos, salpica el blanco de la manta de las vestimentas y cubre la piel volviéndola una especie de escultura animada. El paso del tiempo también crea una patina que vela por las historias alteradas por el gusto del mezcal. Como decía mi abuela, toda fiesta es un fandango y todo fandango termina en un velorio. Las cosas que ocurren y han ocurrido siempre en Juchitán, no pasan en otros lugares. Los usos y costumbres se confunden con las grandes ideas progresistas. Los miedos y los prejuicios de pronto se liberan en un brote de alegría por la vida. La inteligencia aguda y el humor penetrante y mordaz aumenta al calor del mezcal.

Algo de Juchitán estará siempre presente en la obra de Toledo. Ciertas intuiciones que no se pueden explicar científicamente ya que se resisten a la comprensión humana. Para los juchitecos como para él mismo, no es difícil transitar de la vida a la muerte y de la muerte a una máscara que se ríe de la vida. Todo es transfiguración. Las escenas que plasma se suman, multiplican y no acaban nunca, no parecen tener una razón de ser. Están ahí y nos muestran el poder de creación que irrumpe, así, como un respiro necesario, como un ritual que sirve para invocar seres que jamás existieron pero que habitan un universo del que Toledo, escarbando, los extrae. Son insectos que se nutren de la vida que el artista les insuflaba y que de pronto, encontramos en los puestos del mercado listos para ser comidos. Toledo nunca buscó ni temas, ni ligarse a un movimiento o paradigma del arte, él era juchiteco y punto. Como ocurre en Juchitán con las historias del pueblo, estableció una mitología propia de la que abrevaba la anarquía que caracteriza su obra. Un desorden muy similar al que se respira en Juchitán tan lleno de contradicciones, de magia, de resentimiento y frustración por la injusticia atávica. El imaginario de Toledo basa su sobrevivencia en la propagación, en la multiplicación de organismos que se auto fecundan, copulan, degluten lo que defecan y mueren y son engullidos. Panales, hormigueros, sistemas galácticos que se pueblan de microorganismos cuyas formas caprichosas se producen en la erosión de la tierra juchiteca, que sobreviven ahí, en cada grabado, en las telas y los papeles en los que Toledo los atrapó durante toda su vida.

Así es cada estampa de Oaxaca, un montón de historias que no tienen principio ni fin, se van hilando en un afán de ser contadas, por el simple hecho de permanecer en las sobremesas de los pocos que van quedando. Así es en la casa de mi familia en la que los chismes y las aventuras se mezclan con el Amarillo y el Mole Negro. Los personajes que pululan por la obra de Toledo están penetrados de una sexualidad cruda, a flor de piel, nos desconciertan por su violencia, de pronto estallan en una carcajada burlona, sedienta de más sexo, no respetan las buenas costumbres. Encarnan los pecados expiados que todos estamos en peligro de cometer, sin sutilezas se dan el permiso de representarlos. En cada vasija de Toledo existe un amuleto que nos protege de la mediocridad, del conformismo y del olvido. Algo hay en cada uno de los oaxaqueños que he conocido en mi vida, un afán de revivir eso que quién sabe dónde y cuándo ocurrió pero que con el tiempo debe ser contado. Todos son un poco Toledo y Toledo un juchiteco sin remedio.

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.
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