Los viajeros de este denominado «turismo oscuro» llegan a lugares marcados para siempre por muertes, catástrofes o sucesos macabros como el desastre nuclear de Chernóbil (1986) o campos nazis de concentración, ansiosos de conocer ‘in situ’ qué ocurrió, las consecuencias y, en algunos casos, hacerse el selfi correspondiente.
Por Ana Ochoa
Barcelona (España), 23 de agosto (EFE).- Movidos por películas, series y noticiarios, cada vez son más quienes se deciden a pasar unos días de «vacaciones» en lugares donde se vivió o aún se vive la tragedia humana, por ejemplo la frontera entre México y EU o los sitios que frecuentó el narcotraficante colombiano Pablo Escobar.
Los viajeros de este denominado «turismo oscuro» llegan a lugares marcados para siempre por muertes, catástrofes o sucesos macabros como el desastre nuclear de Chernóbil (1986) o campos nazis de concentración, ansiosos de conocer ‘in situ’ qué ocurrió, las consecuencias y, en algunos casos, hacerse el selfi correspondiente.
Recrear el drama que viven miles de emigrantes centroamericanos en un «‘tour’ experimental» con actores vestidos de policía mientras los turistas cruzan la frontera estadounidense por la noche desde México; visitar la cueva Tham Luang, donde quedaron atrapados doce niños tailandeses, o los escenarios de los genocidios de Ruanda y Camboya son algunos de esos destinos.
Y la ruta «Helter Skelter» recorre en Beverly Hills (Los Ángeles, EU) los lugares de los crímenes de Charles Manson y sus seguidores o los «narcotours» de Medellín (Colombia) sobre Pablo Escobar se han convertido también en lugares de ocio y entretenimiento.
TURISMO Y MORBO
La palabra «tanatoturismo» es un ‘oxímoron’, una figura retórica que utiliza dos conceptos de significado opuesto en una misma expresión.
En este caso, mezcla el turismo entendido como una actividad placentera y «el dolor, el sufrimiento y la muerte», según explica Daniel Liviano, estudioso de este fenómeno y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (España).
Aunque parezca reciente, es algo «muy antiguo» porque al ser humano «siempre le ha atraído la muerte», pues ya en la Inglaterra del siglo XVII se preparaban viajes para ver ejecuciones públicas con gran éxito de espectadores. Y en Francia, las muertes por guillotina tenían innumerables seguidores.
El gran ‘boom’ experimentado por el turismo en el siglo XX ha llevado a algunos operadores turísticos a explotar y rentabilizar «el morbo» del ser humano por la muerte.
Lejos de espantar a los turistas, la miniserie Chernobyl, el último éxito de HBO, ha incrementado el número de personas que visitan la ciudad fantasma de Prípiat (Ucrania) y la zona de exclusión, pese al mayor desastre nuclear de la Historia, la pésima gestión de la catástrofe y las consecuencias humanas (entre cien mil y doscientos mil muertos, según las fuentes) y medioambientales.
Las previsiones de este año apuntan a que unos 100 mil turistas visitarán Chernóbil, el doble que en 2017.
En internet, se pueden encontrar anuncios de excursiones que animan a los viajeros a ver los «devastadores efectos que tuvo el accidente nuclear en los lugareños».
Y por unos 400 dólares por persona, otras ofertas proponen sumergirse en la zona con un guía experimentado y un traje contra la radiación.
Liviano asegura que el «tanoturismo» es un fenómeno «complejo y heterogéneo», en el que las motivaciones de los turistas son muy diferentes, así como los destinos y actividades.
Este tipo de turismo es considerado «macabro» por muchos, pero puede tener una motivación moral o espiritual, cuando se busca visitar el escenario de una tragedia o un genocidio para mostrar empatía con las víctimas, recordarlas y honrarlas.
Sería el caso de las visitas a los campos de concentración nazis, como el de Mauthausen (Austria), que también pueden tener un interés pedagógico para conocer y no repetir las atrocidades de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, aunque se dan casos de personas más «frívolas e irrespetuosas» que se hacen selfis en los crematorios.
La fascinación y la curiosidad morbosa es otra motivación que arrastra a los turistas a estos lugares, incluso la «alegría por el sufrimiento ajeno» o ir a un sitio para asegurarse de que la gente que sufrió allí recibió «su merecido».
La búsqueda de diversión relacionada con la muerte es un incentivo para algunos, mientras que otros visitan estos lugares sin una motivación concreta, solo porque está de moda o incluido en un paquete turístico, lo que lleva a mucha gente al monumento franquista del Valle de los Caídos, donde están enterrados miles de fallecidos de los dos bandos de la Guerra Civil española, añade el experto universitario.
La lista de destinos es interminable y también incluye, según Liviano, museos sobre torturas, cárceles, como la antigua prisión de Alcatraz en San Francisco (EU), cementerios o lugares de catástrofes naturales como la ciudad romana de Pompeya (suroeste de Italia), que sucumbió a causa de la erupción del Vesubio en el año 79.
España también tiene sus destinos «oscuros» como Puerto Hurraco (Badajoz, oeste), donde nueve personas murieron violentamente en 1990 a causa de unas viejas rencillas entre dos familias; o Alcacer (Valencia, este), donde fueron asesinadas tres amigas adolescentes en 1992.
Pero los habitantes de ambas localidades «están bastante enfadados» con estas visitas y la fama que les ha quedado por unos sucesos momentáneos, dice Liviano.