¿Por qué es el futbol el deporte que mueve masas y paraliza al mundo? En Dios es redondo, Juan Villoro explica, como hincha y como escritor, los claroscuros del deporte más popular del orbe, ese juego «todopoderoso» capaz de crear o destruir… capaz de dar o arrebatar, capaz de hacer reír o llorar.
Ciudad de México, 20 de julio (SinEmbargo).- La historia del futbol nace en 1863, cuando en Inglaterra la «rugby-football» (rugby) se separó del «association football» (futbol), fundándose así la «Football Association» (Asociación de Fútbol de Inglaterra), que a la postre se convertiría en el primer organismo gubernativo del advenedizo deporte.
En los albores del futbol soccer, prevalecían los balones de cuero, las canchas rudimentarias y los uniformes arcaicos… pero eso sí, los 22 jugadores saltaban al campo a luchar por sus colores y no por la arrogancia o presunción de saber a quién pertenecía la carta más cara. Románticamente era lo que se conoce como «amor a la camiseta». Así transcurrieron varias décadas, hasta que en la segunda mitad del siglo XX comenzaron a llegar los contratos jugosos, los grandes patrocinios, y se empezó a ver al jugador como un activo fijo y un sinónimo de millonarios ingresos. Así es como el futbol se convirtió en el deporte más popular del mundo, y con ello, el negocio más rentable también.
El «jueguito de 11 contra 11», el «todopoderoso» deporte que es misericordioso y a la vez arrogante y mezquino.
El escritor y periodista mexicano Juan Villoro, a través de su libro Dios es redondo, desmaraña desde la raíz, el fenómeno social y cultural que representa en todo mundo el arte de golpear con chanfle una pelota, redonda cual «perfección del Creador».
De ahí el título, además de que el futbol, per se, se ha convertido en una especie de religión para el fanático, desde el momento en que elige los colores que habrá de seguir hasta su último aliento. «Una vez elegido el club que determina el pulso de la sangre, no hay camino de regreso», y hay tanta razón en ello. A lo largo de la vida, uno puede cambiar de aficiones, es decir, de gustos musicales, de amigos, de religión, pero inexplicablemente no de equipo.
A través de relatos y anécdotas, Villoro ofrece su perspectiva acerca del «magnificente» deporte de las patadas que mueve masas, que genera felicidad y tristeza inconmensurables, y paraliza al mundo cada cuatro años; ah, y también en un Barcelona vs Real Madrid. Es inevitable para el escritor recordar cómo y dónde se hizo seguidor este deporte y su afición por los Rayos del Necaxa y el conjunto «Cule».
El futbol no conoce de clases, pues aquel que lo juega, encuentra en una botella de plástico, en una bola de estambre, o a cualquier objeto que represente un balón, el incomparable placer de cantar un gol.
Desde dos ángulos: como aficionado y como intelectual, el escritor explica los claroscuros del popular juego; lo que provoca en el hincha y lo que representa en el jugador.
Y es que el futbol es así, es pasional, es compulsivo, es generoso y egoísta. Nos ha «rentado» a Garrincha, a Pelé, a Beckenbauer, a Cruyff, a Maradona y a Di Estéfano; y más recientemente a los Ronaldos, a Beckham, a Zidane, Figo, Materazzi; pero nos los ha quitado pronto o está por hacerlo.
De acuerdo con Villoro, un partido de futbol tiene tres silbatazos: el inicial, el que indica el segundo tiempo, y el final, tal como los momentos en la vida de un futbolista: cuando surge, cuando se consolida y, el más difícil de todos… cuando se retira.
Podremos ser fieles fanáticos al balompié, o indiferentes ante el innegable fenómeno que significa en lo cultural, político, social y cultural. Sin embargo, está y estará en el plano terrenal hasta el fin de los tiempos por una sencilla causa: Dios es redondo.