Tomás Calvillo Unna
17/07/2019 - 12:05 am
El dominio de la ilusión
Un volantín sobre el tablero de cuadros donde las mudas piezas antes de ceder y caer, disputan la ilusión
Antes de que hubiera aviones, ya volábamos
sentíamos las cintas del tiempo en nuestros corazones;
el papel picado de la infancia
sacudido por el viento de los años,
las nubes en su textura de grises y blanco
a veces plata, hasta morados y rojos
en nuestras emociones
lloviendo
la cascada de eventos,
esos aplausos del agua;
y nosotros como si nada
cuando el todo ya nos empapó;
y aturdidos buscamos
a las orillas de la madrugada,
donde la paz edifica sus refugios
para los que creen que es cierto,
lo que no se ve
por ningún otro lado
Y con nuestras cuicas a solas y en ratitos
tratamos entonces de ponernos en orden ,
y respirar
para que alcance el sentido común
cuando andamos arriba tan arriba
y también abajo tan abajo,
como si de águilas se tratara y
en un parpadeo, llegáramos a insectos;
así las dichas y desdichas
que entre juegos y guerras
nos encuadran.
Allá, a lo lejos, como si se tuvieran alas
y pudiéramos planear sobre los recuerdos
(acantilados del carácter, precipicios de las debilidades)
y oír en silencio sus historias engarzando la luz
hasta descubrir el presente bajo nuestros pies;
aquí, no en ningún otro lugar
descubrir que no va para mañana
ni se queda en el ayer,
está en su permanente inquietud: la nuestra,
este relato
desde su origen poroso.
Porque en realidad la materia
está cargada de relámpagos,
y eso intriga hasta la médula,
y mientras no lo expliquemos,
aunque sea a señas
seguiremos por aquí, como lo hicieron los antepasados,
describiendo horrores y encantos, fantasías
y pesares, viviendo infiernos y paraísos terrenales.
Ahora, por el momento
(está manera de nombrar
el pozo infinito de tiempo)
donde lo visible que somos
interroga al instante, su secuencia:
geometría, danza y cuerpo
tatuados de anhelos,
soplos y exhalación;
rescatemos sin demora
del espejo lunar de los sueños
del aluminio solar de las razones,
la sonrisa aérea de nuestra condición
al contemplar en el diestro ajedrez
de los días y la noche;
un volantín sobre el tablero de cuadros
donde las mudas piezas
antes de ceder y caer,
disputan la ilusión.
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