Jorge Alberto Gudiño Hernández
06/07/2019 - 12:05 am
Promover la lectura, una propuesta
No entraré en la polémica sobre si son necesarias o no dichas becas pues me parece que sí (aclaro: yo nunca la he obtenido aunque la he solicitado varias veces). Sin embargo, me parece pertinente que se revisen los procedimientos para la selección de los becarios.
Hace un par de semanas estuvo en las mesas de polémica el asunto de las becas del FONCA. Desde hace varios sexenios se puede concursar, siendo artista, para obtener una beca que, en el caso de los jóvenes creadores, dura un año mientras que, para los mayores de treinta y cinco años, dura tres. Las reglas dicen que, para quienes ya no son jóvenes, tras un periodo becado, se debe esperar un año para pedirla de nuevo. La polémica estaba relacionada, sobre todo, con que había quienes habían gozado del estímulo durante dieciocho años. Si bien esto no trasgredía ninguna regla, la asignación recurrente a determinados creadores hacía que, en consecuencia, otros no la obtuvieran nunca. Además, se demostró que, en muchas ocasiones, los jurados suelen ser los mismos beneficiarios en diferentes periodos, cosa que se presta para que se devuelva el favor.
No entraré en la polémica sobre si son necesarias o no dichas becas pues me parece que sí (aclaro: yo nunca la he obtenido aunque la he solicitado varias veces). Sin embargo, me parece pertinente que se revisen los procedimientos para la selección de los becarios.
Esta semana platiqué con el director de una editorial independiente que está muy involucrado con la CANIEM (Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana). Me comentó que, entre otros proyectos, se está abriendo la posibilidad de la existencia de un apoyo similar a Eficine: algo así como Efilibro.
Este apoyo otorgado tanto a cineastas como a gente de teatro (con otro nombre), consiste en permitir a diferentes empresas privadas el apoyo directo a proyectos tanto cinematográficos como teatrales. A cambio, existe una reducción directa de los impuestos de ese ejercicio fiscal. La justificación es clara: hacer cine o montar una obra de teatro puede ser demasiado caro como para que una persona (productor o director) corra con los gastos y los riesgos. Sobre todo, considerando que el consumo del cine nacional es muy bajo y podría no recuperarse la inversión. Con el teatro, la situación es, aún, más alarmante.
El anuncio del posible Efilibro llega junto con un Plan Nacional de Promoción de la Lectura. Siempre he sido de quienes apoyan todos los esfuerzos para la creación de más lectores, pese a que estoy claro en que no toda la gente está interesada en ello.
Discutíamos, pues, mi amigo y yo cuando se sumó otra voz autorizada en la materia. Su propuesta era la mejor de todas. Más, cuando no quedaba claro si el estímulo al libro sería para las editoriales o para los autores, pues éstos siguen contando con becas (bien reguladas o no). La idea fue muy clara. Los recursos deberían fomentar la existencia de librerías. Si se construye una red mayor de éstas, entonces habrá dónde ofrecer los libros. Un mayor número de puntos de venta redundará en un mayor consumo. Esto es claro pues el mercado dista mucho de estar saturado. Salvo por algunas zonas muy puntuales en la CDMX, lo cierto es que, en la mayor parte del territorio nacional, se adolece de buenas librerías, cuando no de librerías en general. Además, este estímulo podría contribuir a que la industria se profesionalice como tal. En un segundo momento, los estímulos también podrían encauzarse hacia la distribución. Hay muchas editoriales pequeñas que no pueden surtir pedidos a ciertos estados del país pues el costo de los libros se incrementaría en exceso. Crear una red de distribución útil y eficiente sería, también, un buen inicio.
Hay muchas propuestas en torno a la difusión de la lectura que son a muy largo plazo (las relacionadas con la educación); otras, están viciadas por sus propios procedimientos (becas y estímulos); unas más, terminan ayudando a los grandes grupos editoriales (ganan otros estímulos para traducciones que suenan bien pero, en realidad, algunos no los necesitan); y muchos más se quedan en buenas intenciones. Si comparamos todos estos programas con los enormes esfuerzos que hacen mediadores de lectura, maestros, pequeños libreros, autores que viajan por doquier para promover sus obras y demás, resultan muy desbalanceados. Quizá sea tiempo de pensar en la industria en forma, en cómo desarrollarla para que se vuelva sólida y no viva en la precariedad en la que viven muchos de sus integrantes. Fomentar la creación de nuevas librerías y garantizar una distribución adecuada de los libros, suena peligroso (se apoyaría a las empresas y no a los creadores, por ejemplo) pero, bien reglamentado, podría contribuir a un crecimiento que beneficie a todos los involucrados.
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