Tomás Calvillo Unna
12/06/2019 - 12:05 am
Un rehén llamado México
Replantear la visión del sur donde las razones de estado estén permeadas por la diversidad local, regional e histórica es indispensable si no queremos asistir a una confrontación de raíz.
Ésta es actualmente la condición del país en su relación con el Gobierno norteamericano, ciertamente no sólo es responsabilidad de la actual administración, si no resultado de una subordinación histórica estructural que se acentuó en los últimos lustros.
La globalización y la mutación de los llamados estados-nación sonuna compleja expresión de los cambios tecnológicos que reestructuran la vida diaria desde lo individual a lo colectivo. En esos parámetros se dan las reconfiguraciones políticas y se refuerzan en el caso de México las asimetrías de sus vínculos, estamos en una mutación del estado nacional.
Lo que atañe al Gobierno de AMLO es haber ignorado todo ese entramado y pretender operar como antaño se hacía. Al representar una coalición de fuerzas, y sobre todo un volcán explosivo de enojos que derivó en su histórica votación, carece hasta ahora de un Gobierno bien amalgamado y con equipos articulados.
El caso de los migrantes lo muestra con crudeza. Una visión excesivamente confiada del tema, la región y su operación aceleraron la inevitable confrontacióncon la administración Trumpista y deterioraron así el esfuerzo monumental que implica humanizar las tensiones de las fronteras, al plantear un política amigable y abierta a la migración centroamericana; a sabiendas de que la misma busca en su gran mayoría llegar a los Estados Unidos. A ello se agrega la ambigua posición del Gobierno mexicano en el caso venezolano, país que en los últimos años intervino en la vida política de Centroamérica.
La propuesta de fondo del Gobierno mexicano es conseguir una inversión de recursos sin precedente para el sureste, incluyendo a parte de Centroamérica. El apoyo del Gobierno norteamericano es indispensable para realizar esa Arcadia del sur, que contrasta con el norte discriminador y violento custodiado por un gran muro.
Esa plataforma territorial se presenta como el eje que puede nivelar las profundas desigualdades sociales y regionales del país. Los megaproyectos Dos Bocas, el Tren Maya, el Corredor Transístmico, las miles de hectáreas para los árboles frutales y madereros son parte de esa visión. A todo ello se suma el retorno del liderazgo de México en Centroamérica y su involucramiento en las batallas políticas en la región. Se busca generar un polo político y económico que fortalezca su vocación de ser un centro de gravedad cuyos nodos se encuentren en lo gobiernos y sociedades del sureste mexicano.
La república en su conjunto se vitaliza y enriquece con ese reordenamiento geoeconómico, social y político donde México retorna a ser un interlocutor estratégico para Estados Unidos, en el destino de la fragmentada sociedad centroamericana, a la vez que dicho país recorre la seguridad de su frontera del Río Bravo al Suchiate.
Dichas condiciones y propuestas pueden explicar las actuales negociaciones, que subordinan al Gobierno mexicano y lo han llevado a lo que puede convertirse en un callejón sin salida. Ganar tiempo implica reformular la estrategia de mediano y largo plazo, diversificando los aliados democráticos dentro y fuera del país, abriendo espacios a la pluralidad política y regional, y cortando los grilletes del crimen y la política que están presentes y activos aún en su propio ámbito de gobierno.
Para llegar ahí habría que replantear el discurso de cada mañana, fortalecer la dinámica y articulación de su equipo de Gobierno en todos los órdenes, y lo más complejo: redefinir el estado nacional que se pretende regenerar, con el llamado cambio de régimen, en este periodo hipertecnológico.
Es indispensable en estas circunstancias asumir una palabra que es vital y definitoria y que el Presidente AMLO no ha incluido en su diccionario político: la autonomía, y en este caso, la autonomía de los pueblos indígenas, de sus comunidades y sus opciones más que legítimas de prosperidad, que no necesariamente incluyen los megaproyectos que repiten viejos esquemas del desgastado progreso a secas: un capitalismo de estado que cruje en su oxidación conceptual y que requiere reformularse de origen, fomentando la red de autonomías que impregnen el tejido social de la República .
Replantear la visión del sur donde las razones de estado estén permeadas por la diversidad local, regional e histórica es indispensable si no queremos asistir a una confrontación de raíz, con un impacto mayor en todos los órdenes al que puede significar el de los aranceles; esa soga al cuello que tarde o temprano el país tendrá que cortar.
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